Al pairo: La prima donna está fingiendo su papel
Günter Grass, el icono del pensamiento antinazi, el fustigador de la conciencia racista alemana, el azote de lo reaccionario y ejemplo de liberalismo y cordura, tenía un esqueleto en el armario. Algo terrible, inconcebible y turbio, que seguro que por las noches le hacía levantar sobresaltado a tomarse un vaso de agua en la mesita: había militado en las SS, y se había codeado con los que enviaban judíos a los campos de concentración, les confiscaban sus bienes, mataban a familias enteras porque ya les habían juzgado de antemano: pertenecían a un grupo impuro, desleal, mafioso, antigermano.
Mi idolatrado Günter estaba mejor calladito. Por supuesto, le creo que era muy joven cuando tomó la decisión de pertenencia a un grupo de descerebrados a los que la pureza de la raza y la superioridad de sus raíces les animaba a conquistar el mundo. También le creí cuando me leía, como otros pertenecientes a la generación de las postguerras, sus alegatos contra la injusticia, su defensa encendida de la solidaridad internacional, su diatriba contra los nazis que, siguiendo sus coherentes argumentos y la más pura lógica, no representaban, ni mucho menos, el carácter alemán.
Como no soy sicólogo, no me siento capaz de analizar las razones liberatorias de su sique que hayan podido causar esta confesión que nadie le pedía. A diferencia del papa Ratzinger, su trayectoria juvenil estaba fuera de toda sospecha. Pero héte aquí que el asesino era él, y al pobre papa los mandamases del Seminario le habían metido en las juventudes hitlerianas junto a todos los educandos para ser propagadores de la buena nueva del amor al prójimo , sin contar con que eran menores, y sin preguntarles ni a ellos ni a sus padres.
Soy de los que opinan que es mejor que el devoto párroco silencie a sus fieles sus dudas acerca de la existencia real de la patrona del pueblo; o que el marido adúltero oculte a su amante esposa sus escarceos fuera del lecho conyugal; incluso es preferible para mí que el político paladín de la lucha anticorrupción silencie que, alguna vez se dejó tentar por beneficiarse de una recalificación de poca monta; por supuesto, defiendo que los escritores se mantengan al margen de sus creaciones literarias, sin crearse un personaje de sí mismos, para que los juzguemos por sus obras escritas y no por sus obras cuando se quitan el gorro de las musas.
Porque, ¿acaso no hemos pensado a veces que la prima donna finge su papel y aunque canta de primeras, su excesiva dimensión corporal no es la más adecuada al grácil cuerpo que debiera tener la joven enferma que representa ?. La sangre que mana de su pecho, ¿no parece salsa de tomate? ¿Son fingidos sus amores con el barítono y, en la realidad, se pirra por la tiple? . Puede que sí, pero abrir esas interrogantes que no están en el libreto nos distorsionaría el mensaje de la obra, creando un ruido inquietante alrededor de su pleno disfrute, y, por ello, enseguida abandonamos nuestras dudas y nos volvemos a sumergir en la representación.
No toleraríamos que la donna interrumpiese su representación, y dirigiéndose al público, increpara: Imbéciles, ¿ cómo no os habéis dado cuenta de que no puedo ser lo que represento? ¡Soy demasiado gorda para encarnar a una joven asténica!.
La otra opción sería que, si ninguno de los actores que interpretan esta representación mantiene su credibilidad hasta el final, y acaban reconociendo que todo es una farsa, para que nosotros, su público, pasáramos por alto su falta de adecuación a los papeles, yo propongo que subamos nosotros también de vez en cuando al escenario, y que ellos hagan de público. A ver cómo les sienta que les digamos que la admiración que sentíamos por ellos era también pura mentira, que la farsa estaba también de nuestro lado.
Solo queríamos que sirvieran de modelo, que nos ayudaran a ser mejores, que hicieran de ejemplo de valores para los más jóvenes. La actitud iconoclasta de Günter poniendo sobre la mesa su pasado nos hace mucho daño. Le hubiéramos dado otro papel, pero no el que ha representado.
2 comentarios
Administrador del blog -
El problema surge cuando el autor ha convertido su creación en referente ideológico, y ha pretendido conscientemente que así fuera. En ese sentido, es imprescindible entender las vinculaciones del autor con su creación, juzgar su credibilidad, entender su evolución. Ahí, Günter Grass tiene que aclarar bien qué es lo que ha sucedido. Desde luego, si se prueba que lo que sucedió es que, de acuerdo con los editores, han urdido una componenda para vender más libros, el juicio no abrigaría dudas.
Pero me inclino a creer que Günter Grass, simplemente, evolucionó desde una posición juvenil reaccionaria... Como muchos otros han hecho en directa o a la inversa... pero no han pretendido ser modelo de coherencia para nadie.
Luis -