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El blog de Angel Arias

Al socaire: Clases de inmigrantes y política inmigratoria

La cuestión de la inmigración viene preocupando de manera especial en España desde que los negros subsaharianos se han movilizado hacia el norte. La administración ha reforzado las empalizadas de Ceuta y Melilla, haciendo los muros más altos, más electrizados y de puntas más agudas, pero la persistente fuerza atractiva del Eldorado europeo rompe murallas y descubre agujeros. Compitiendo con los cruceros por el Mediterráneo para adinerados, el Africa profunda parece haber puesto de moda el viaje en cayucos hacia las Canarias.

El 12 de septiembre los dos partidos mayoritarios de España se han puesto de acuerdo en no realizar más regularizaciones extraordinarias de inmigrantes. No hay puestos de trabajo para más. En los últimos 20 años se autorizaron permisos de residencia y trabajo para 1,2 millones de personas que habían entrado de forma irregular. Se estima que otros tantos se mantienen sin papeles, ocultos en la maraña de la economía sumergida, el descontrol administrativo, la marginación, el chabolismo, la ignorancia. 

Las asociaciones de empresarios mayoritarias y algunos sindicatos de izquierda también coinciden en sus valoraciones, pero en dirección contraria a lo que se deduce de las declaraciones políticas: este país necesita mano de obra de baja cualificación, y hay aún puestos de trabajo que no se pueden cubrir con la fuerza laboral existente. Se citan incluso sectores concretos: construcción, restauración, servicio doméstico.

Como empresario, coincido con quienes digan que hay puestos de trabajo que no se pueden cubrir, porque no aparecen candidatos. Esta sociedad occidental ha generado un espíritu de dejación, de comodidad, de holgazanería, que ha llevado a un sector de la población a preferir vivir del cuento, o de la seguridad social, o de los padres, o a consumir lo que tienen sin preocuparse de generar nada. Este lamentable éxito de la continua propaganda del carpe diem y del todo para mí y que se fastidien los demás, ha generado, sin duda, multitud de huecos en el mundo del trabajo. Todos queremos ser rentistas.

Supongo que no serán pocos los empresarios y trabajadores que podrán confirmar que crece el número de asalariados que, con la connivencia de una medicina asistencial permisiva, piden bajas alegando padecer enfermedades imaginarias, consumen buena parte de su tiempo de trabajo charlando sobre temas particulares o intrascendentes, se niegan a realizar tareas que reclamen algunos esfuerzos o a salirse lo más mínimo de lo que interpretan es su exacto cometido, emponzoñan el ambiente laboral con críticas al sistema y al empresario sin fundamento cabal, y, finalmente, fuerzan o pretenden pactar el despido tan pronto como se creen con derecho al paro.

Supongo también que los mismos colectivos podrán confirmar que, si bien entre los trabajadores venidos de países menos desarrollados, y, en particular, de Latinoamérica, son muchos los que se comprometen con sus trabajos y empresas, cumpliendo sus obligaciones y agradeciendo la oferta laboral y el encaje social del país de acogida, hay algunos que se aprovechan con desfachatez de las fisuras de un sistema inconsistente, apurando las prestaciones sociales, utilizando las vías, legales o ilegales, legítimas o no, que les ofrece una creciente estructura especializada en crear barullo, generada en torno a la inmigración, en la que se encuentran asentados tanto abogados como falsos letrados, médicos y falsos médicos, explotadores, mafiosos, y delincuentes varios. No serán muchos, pero son.

A mí me caen simpáticos los que vienen en cayucos. Son los que han desencadenado la pretendida solución al problema de la inmigración, porque se les ha visto mucho: llegan en sus lanchas, en grupos de cincuenta o cien, exhaustos, tan sin papeles que ni siquiera se puede saber de dónde vienen y, por ello, no se puede expatriarlos. Dicen que son unos 5.000 los que han llegado en los últimos 2 meses. Serán unos 10.000 los que andan distribuídos por todo el territorio español, ocupando un espacio en la acera, mendigando con indiscutible dignidad mientras pretenden ayudarte a aparcar el coche.

Por supuesto, creo que la emigración no es más que la búsqueda de una vía de compensación socio-económica que los más osados han pretendido desde que el mundo es mundo. La perspectiva de mejorar, ha atraído siempre a los pobres hacia el terreno donde se mueven los ricos. Las barreras físicas, por sí solas, ya no funcionan. Los muros se pueden superar, los mares y el aire surcar rápidamente. La diferencia entre los países pobres y los ricos ha crecido, crece sin parar.

Me da en la nariz que el acuerdo verbal entre los dos partidos mayoritarios españoles de no regularizar más inmigrantes, aunque no se vaya a plasmar en papel, es papel mojado si los países ricos no se ponen de acuerdo para ayudar a los menos desarrollados a crear actividad y riqueza. No basta enviar ejércitos de élite para derrocar a los dictadores de los países que tienen petróleo o gas natural, o amenazar con hacerlo con cualquier motivo sino colaboran. Hay que preocuparse también por los que solo han proporcionado esclavos para las plantaciones de azúcar, o minerales que el progreso ha convertido en innecesarios.

2 comentarios

Administrador del blog -

Como expatriado de este país, puedo confirmar que no ha existido una política, ni empresarial ni general, para ayudar a la reintegración de quienes habían adquirido experiencia laboral en el extranjero. Después de haber estado cinco años viviendo las cuestiones de la Europa comunitaria desde Düsseldorf y Bruselas, se me ofreció la delegación de Nueva Delhi.

Son muchos los ejemplos de quienes, después de haber pasado varios años en el extranjero, se encuentran con que sus empresas no cuentan con ellos. No quieren que vuelvan. Los expatriados adquieren el carácter de emigrados permanentes. España solo los necesita fuera. Su capacidad y competencia son un peligro para los que no han osado moverse de sus asientos.

Luis -

El Diccionario define emigrar como llegar a un país para establecerse en él los naturales de otro. Sin embargo, cuando hablamos de inmigrantes parece que el término lo relacionamos exclusivamente con aquellos venidos de Africa, desaliñados, de color de piel distinto al nuestro y en un medio de transporte no oficial. No consideramos como tales aquéllos venidos en vuelo regular, acicalados y perfectamente encorbatados a ocupar puestos de responsabilidad en multinacionales o incluso empresas locales, a cambio de percibir una retribución más que digna y unos cuidados más que esmerados por parte del pueblo español que es generoso con sus visitantes. Los primeros molestan, los segundos parecen que no existen ... ¿hay política inmigratoria para este grupo de privilegiados?

Por otra parte, no puedo olvidar tampoco a nuestros emigrantes, otrora viajeros prestos a desempeñar cualquier tipo de trabajo por mejorar su nivel de vida y el de sus familias en las ciudades y pueblos de origen. Y esos otros, insignes, en muchas ocasiones, que han tenido que emigrar porque no han encontrado medios en nuestro país para desempeñar sus proyectos creativos, intelectuales o tecnológicos. Los primeros parece que ya han desaparecido, los segundos siguen existiendo ... ¿hay política emigratoria para este grupo de cerebros?