Al socaire: Cuecas bolivianas
El presidente boliviano Evo Morales ha empezado a repartir simbólicamentre algunas tierras yermas entre los quechúa o los aymara, en un acto seguramente inconstitucional y que pretende revisar la aplicación que se estaba dando al principio de propiedad privada en tierras cholas, mientras en Santa Cruz, la falsa provincia caribeña sin costa, crecen las prevenciones hacia su política. Mal aconsejado -¿y solo por Castro y Chaves?- parecerá a cualquier observador que haya hecho en moderno las américas, este animoso con guardarropa de chompas a rayas. Le falta práctica, desde luego, en dirigir las cosas públicas, pero resulta inquietante que ignore o se pase por una izquierda que ya se demostró inviable, la cuestión del apoyo que hubieran de darle el capital y el empresariado, e incluso, la mayoría intelectual. Así que va acumulando día tras día interrogantes sobre el futuro de este hermoso y despoblado país. Parece innecesario correr tanto riesgos personales, suicida ahuyentar a aldabonazos lo que más necesita la región: inversores, técnicos, confianza.
Un susto mayúsculo debió llevarse Julio Gavito, colega de la ingeniería de Minas, que había recalado en su compleja vida profesional justamente por allí, como presidente de la filial local de Repsol-YPF. La policía judicial boliviana anduvo haciendo que lo buscaba, convertido en cabeza de turco de la nueva estrategia. Se lo habrá tomado con filosofía. Curtido en varias lides, entre ellas, la de haber sido Consejero de Industria del Principado ("Ministrín", decíamos entonces), en épocas de reconversión, negociaciones con Dupont y aletear de imaginados programas Faca, el tiempo se encargaría de encallecerle -supongo- algunas ilusiones. Pudimos hacer aún mejores migas, pero las circunstancias y ciertos personajes del poder local nos lo pusieron complicado. Sobrevivimos, pues.
Recuerdo ahora entre mis amigos bolivianos, a Percy Fernández, el varias veces alcalde de Santa Cruz, ingeniero polifacético, escritor fino, quien me recibió, hace un par de años, recitándome uno de de mis versos, sin fallarle la memoria, con entonación y mucha gracia. Ni yo mismo pudiera haberlo hecho mejor ni darle más sentido. El estaba en calzones cortos, porque hacía calor, y, aunque el resto de la expedición nos miró atónitos, a mi el regalo me supo a fresca limonada:
Y éste era el silencio que abría las puertas.Amor.
Esta la voz que hace temblar.
O este el consuelo que sirve en todo sitio.
Se llama amor y es la locura más sensata.
No vidrio ni fuego no previsto. Al menos este.
Este se llama sólo amor y es solamente mío.
Subsiste porque no ha de morir; callado viene
y vuela y torna y sin descanso salva si ha de salvar.
¿Oculto amor?. ¿Suave amor?. ¿Rápido amor?.
No sé. Este mío se llama sólo así, sin más secreto.
(De diversas intimidaciones a las formas, 1989)
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