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El blog de Angel Arias

Poemas de Encargo (Fragmento, poemas XIII a XIX)

XIII

Me intriga si aún me servirá
el traje de fiesta el gorro de capitán
invencible
que guardo en el armario
junto a las palabras de amor,
el alcanfor y la esperanza.

Tengo la ocasión de lucirlo

hoy que me han llamado de Palacio

creyendo que ella todavía vive aquí,

y no encontré fuerzas para decir que no,

que hace mucho tiempo

que vivo solo

que yago abandonado.

Finalmente decido no asistir,

que cumplan otros, me disculpo,

alegando como suelo,

dolor de ingles, viajes o jaqueca.

 

 

XIV

  

Ya está bien, ya está bien.

No todo es fantasía.

Aquí y allá veo huellas

de mazazos y pisadas.

 

¿Producto de la imaginación,

si estas heridas sangran,

acaso esta boca no ha perdido dientes?

 

Que no responda nadie, por favor,

dejadme disfrutar del dolor de este momento,

todo lo que se nos ocurra

me lo habrán dicho antes,

y además no soy nada rencoroso.

 

Quizá fui yo mismo quien me inflingí

estos daños.

 

  

XV

 

Devuélveme la paz,

que no vea preciso calentarme en otro fuego

que el que crepita en el hogar de la rutina

o la desgana.

 

Ese ánimo debería servirme de consuelo por las tardes.

 

Pero a medida que va entrando la noche,

haciendo en el aprisco la comprobación de mis ternuras,

creyendo que así no tengo nada que hacer

me acerco al muelle donde se halla el pantalán

de la aventura.

 

Parte, pues, barquilla mía,

y que todos vean lo de prisa que vamos,

desbarata mi razón hasta dejarla desnuda,

ponle jarcias, banderolas y remos

al deseo de ser querido que llevo por timonel.

.


 

   

XVI

El azar nos guiará a ciegas entre peñascos y rocas,

hasta quedar desarbolados

y aunque nos rompan el palo mesana,

el timón y las traviesas,

con las últimas olas gigantes llegaremos

al remanso de las aguas esmeraldas de los cuentos

en donde se pescan a mano exóticos peces de colores,

y hay fiestas y aquelarres permanentes,

idóneas para disfrutar como cuando era parvulario

con la excursión de cada jueves.

 

Puede no ser, mas cuento con alivio que, agotado,

pasados unos lunes, las corrientes de resaca me devuelvan

a este sitio de origen, incólume desde lo insano y peligroso,

vivo al fin entre los jirones del naufragio,

convencido y desarmado por una larga temporada

de que no hay por qué ir, ni a dónde que merezca,

ni existen paraísos por descubrir con atolones,

que la vida pasará quiéralo o no,

doblando al cabo la suerte que buscamos

y esta estela que me queda en el alma,

aunque marcada con sutiles hilos de babosa,

es el camino singular, la diferencia,

que, en medio de otras singladuras

(que no están registradas en bitácora,

porque, fáciles de seguir, engarzan

unas con otras nuestras vidas),

nos hace a ratos algo más dichosos.

 


 

   

XVII

 

El día en que me caí del caballo,

pensé, por lo mucho que había leído,

que otro dios vendría a salvarme la impaciencia

con su raudal de explicaciones,

permitiéndome hacer borrón y cuenta nueva

de toda mi existencia.

 

Después de esperar en vano muchas veces

a que alguien me levantara la moral,

cuando ya no vendría nadie, llegaste tú

y a pesar de que yo estaba muy cansado,

tuviste fuerzas para salir conmigo

de aquel atolladero.

 


 

  

XVIII

 

Me dijiste nuevos bríos,

prohibiéndome con besos el teatro.

Fuiste mi diosa y mi Talía,

aunque el fulgor se te agotaba

a ojos vistas. Carecíamos

de lo más mínimo

para mantenernos en pié,

y sin tiempo para improvisar unas muletas,

no llegaste a curarme del todo.

 

En mal momento descubrí

que reclamabas tu atención

cuando era justo

lo que yo pedía para mí.

Sospechando lo peor,

advertí que ponías tus carencias

en mis mismos vacíos,

y hacías trabajar mi inspiración

en donde no había nada que hacer,

por tenerme ocupado.

 

Te mandé marchar

para no contagiarte. Estaba claro

que dos almas gemelas

con rabias de aprender

necesitaban saber, para salvarse,

acentos extranjeros.

 

Pasó más tiempo y sin saber de ti,

volví al teatro,

creí que estabas muerta,

pero ahora vuelvo a montar a tientas a caballo.


 

   

XIX

  

Puesto en lo peor,

en las tardes con tedio

donde nadie parece darse cuenta

del daño que nos hace

haber superado otro invierno,

hubiera sido mejor

tener a alguien con la misma enfermedad

en la cama de al lado,

esperando la visita del médico

con idéntico desdén,

igual de desahuciados,

ambos inermes,

tercos, ilustrados.

  

 

 

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