Al pairo: La corrupción tiene sus raíces en la tolerancia social con el ventajista
El soborno es tenido por un coste del negocio, cuidadosamente introducido en el cálculo de las rentabilidades. Cuanto más opaco sea el mercado, mejor, porque así esa sobrecarga pasará más inadvertida. Podrá ser del 3% o del 20%; lo importante es que no lo pagará ni el sobornado ni el sobornante, lo pagarán elementos ajenos al contubernio, inocentes de la trama, que recibirán infraestructuras con peores materiales, verán encarecerse el precio de sus viviendas, o tendrán depuradoras, sanatorios, escuelas, vertederos, etc., más pequeños y menos eficientes.
Cuando, por la razón que fuera, se descubre el pastel, se hablará de corrupción esporádica, y algunos se llevarán, aparentando escandalizarse, las manos a la cabeza. Por unos momentos, se querrá ignorar que la práctica es consustancial a los sistemas económicos, y que forma parte de la zona oscura de la naturaleza humana. Cuanto más tolerante sea el sistema, mejor para el que trampea; cuanto mayor control y más ojos estén atentos a denunciar las irregularidades en las decisiones, peor para los que metan las manos en la parte que no les corresponda. Pero las ascuas de la corrupción estarán siempre prestas a revivir y extenderse.
Quien ofrece el soborno, si descubierto, defenderá que no lo hace por su gusto. En realidad, lo que quiere es asegurar el negocio frente a los demás competidores y, por tanto, cuenta con que le habrá de servir para aumentar las ventas y sus márgenes. Se habrá confeccionado su propio escenario de disculpas. Alegará también que si no lo hace él, lo harán otros, y que de esta forma defiende sus negocios e, incluso, los puestos de trabajo de sus empleados. No querrá reconocer que la tranquilidad que le produce saber que el sobornado le va a tratar con mayor indulgencia, convierte a su empresa en más ineficiente.
Tengo un libro del Banco Mundial al que eché una ojeada antes de escribir estas notas: "Challenging Corruption in Asia". Sería injusto si dijera que bastaría cambiar Asia por "Spain" para tener un ideario de propósitos de enmienda, de mensajes de cómo actuar en relación con la casuística de la corrupción española. No nos engañemos, por favor. En todos los países, incluso entre los que figuran en los lugares más altos de transparencia, cuecen esas mismas habas. Puede ser que únicamente sepan ocultar mejor sus pucheros, y que las cantidades en la olla varíen con la estación. Puede que los que se vean más puros lo que hagan es llevar la corrupción a los países en desarrollo para salvaguardar la teórica honestidad de sus capitales del honor.
No resulta sencillo erradicar la corrupción, por lo que parece. Prácticamente todos los países tienen agencias anticorrupción y han apostado toda una parafernalia de instrumentos para combatirla. Lo que no impide que, de vez en cuando, aparezca el escándalo (Comité de Juegos olímpicos, entrega de títulos nobiliarios a simpatizantes dadivosos, jueces que anulan votos que impiden la victoria del candidato opositor, etc). Son cada vez más las empresas -y los partidos políticos- que tienen códigos de ética por las que se condena con las penas del infierno cualquier práctica contraventiva y se promete sancionar de inmediato con la expulsión a cualquier empleado que se vea involucrado en ella, tanto como corruptor como corrompido. Y, sin embargo, la corrupción existe, subsiste, se multiplica, aparece y reaparece, como una serpiente, entre las grietas de cada organización económica, viscosa, tentadora.
Aceptémoslo, pues. La corrupción es un mal que convive con la especie humana y adopta múltiples formas, pero sus raíces son siempre las mismas: el deseo de disfrutar de ventajas, generalmente económicas, frente a los demás. Como todo animal quimérico de fuerte resistencia, tiene dos cabezas, que se reunen en el contubernio de las dos partes. Por una, la voluntad de no competir libremente, corriendo con ventaja. Por otra, el ejercicio del poder en beneficio propio. Hay que estar atentos.
Cuando, periódicamente, coincidiendo en general con momentos electorales, aparecen casos de corrupción, lo que se descubre es casi simbólico, y, analizado con distancia, tiene siempre el regusto amargo de la sospecha de que los elegidos para que ahora caiga sobre ellos el peso de la ley y el desprecio de su colectividad son solo el escalón más débil, las víctimas de represalias o rencillas. La fábula del asno elegido como buco emisario expiatorio de la colectividad de animales reunidos en consejo.
La aparición de varios casos de corrupción en España, relacionados seguramente con la proximidad a la campaña electoral municipal, a modo de tanteos previos, sirve para hacer algunas reflexiones. Por supuesto, respecto a los objetivos del destape, y el momento elegido. También, respecto a la rama de la economía más afectada: el suelo, es decir, la vivienda, o sea, la construcción del hábitat y sus calidades.
Que el sector urbanístico en España ha venido alimentando –y alimenta, supongo- la generación y circulación de dinero negro no es un misterio para nadie que haya comprado o intentado comprar alguna vez un piso. La simple inspección de cualquier periódico en cualquier ciudad de este país, en la sección inmobiliaria, permitiría iniciar una investigación acerca de las razones por las que los precios del mercado real son tan variados, muy diferentes a los valores catastrales o dispares de ciudad a ciudad. Supongo que los jueces, registradores y notarios también compran casas. como todos. Y no digo más, porque a buen entendedor, ya bastaría. Manuel Villoria, Catedrático de Ciencia Política de la Universidad Rey Juan Carlos l ha expresado en voz alta: "Si Hacienda mirase los buenes de esos alcaldes y concejales saldrían 5.000 o 6.000 casos a investigar". Mucha tela en un país que tiene algo más de 8.000 municipios.
La discrecionalidad que las leyes atribuyen a los ayuntamientos la posibilidad de recalificar el suelo casi sin límites es, por supuesto, una invitación a la corrupción importante. La Asociación de Promotores Constructores de España (APCE) promulgó a finales de noviembre un catálogo de medidas para combatir la corrupción urbanística, que incluye los propósitos de transparencia y agilidad, y tiene como plato fuerte la propuesta de revisión de todas las calificaciones de suelo existentes.
Resulta curiosa, por otra parte, la definición de corrupción que hace la APCE, al afirmar que el uso de dinero negro entre particulares no es corrupción, ya que quien recibe la dádiva ha de ser funcionario o autoridad, sin que importe que la reciba para sí o para financiar un partido político. Por eso, piden que se introduzca el delito específico de financiación de los partidos políticos a partir de favores relacionados con la planificación urbanística.
Cualquier ventaja otorgada o conseguida sin contar con los méritos debidos es corrupción. Lo grave es que los casos de corrupción que en estos días ocupan los titulares en España, son tenidos por lamentables, pero no escandalizan. Desafortunadamente, en la mayor parte de las conversaciones provadas, y aunque hoy se haga circular los nombres de los inculpados y detenidos en las últimas acciones, el sentimiento general es que no se descubre nada que no se supiera, y que el pecado está extendido. Eso es lo que más nos debería preocupar. La tolerancia de nuestra sociedad con el fraude, el soborno, la mentira.
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