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El blog de Angel Arias

Al pairo: El dilema de las Pasarelas, vestir o desvestir a las mujeres

Al pairo: El dilema de las Pasarelas, vestir o desvestir a las mujeres El dibujo que ilustra este Comentario, "Mujer despojándose de su piel", desarrolla una idea que me sugieren, con frecuencia, los desfiles de moda (o de modelos, como también suele decirse). Esta semana se celebra en Madrid el acontecimiento propagandístico más importante de la moda española La Pasarela Cibeles, y, simultáneamente, tiene lugar en Londres la London Fashion Week.

En los últimos 15 años de la moda, vestir a la mujer parece que "dejó de estar de moda", para concentrarse la creatividad de los modistos en cómo desvestirla. Fruto de esa preocupación por desvelar algunas partes del cuerpo femenino -dentro de un esquema general que parecía haberse desplazado a dejar al descubierto ciertas zonas corporales que en la mayor parte de las ocasiones las mujeres se habían esforzado durante siglos en mantener ocultas a la vista de quienes no fueran sus amantes-, ha sido el progresivo redescubrimiento de las piernas y muslos, de los senos, del vientre, de las nalgas.

La contemplación de un desfile de modelos se convirtió así, para deleite de una mayoría masculina, en la visión complaciente de bellas mujeres enseñándolo casi todo, pasando a muy segundo plano valorar lo que llevaban, porque lo que vestían parecía tener como principal objetivo resaltar sus desnudeces.

Por eso, que la nueva generación de modistos vuelva a centrar su atención en vestir, en lugar de desvestir, a las mujeres, ha de ser una buena noticia para aquellos que seguimos creyendo que el vestido, en las relaciones interpersonales, además de servir para dar cobijo y calor al cuerpo humano, ha de ayudar a la ceremonia de la seducción, llamando la atención sobre lo que ellas (y ellos) guardan debajo.

Es decir, en su papel de reclamo sexual para captar el interés de aquellos con quienes nos gustaría compartir y a los que dedicar nuestros mejores afectos, el vestido no habría de descubrir impúdicamente lo que guardamos a la vista de la generalidad, reservándolo para la intimidad de dos en una alcoba.

Sé que a algunos puedo parecer un anticuado, pero no considero que la moda pueda tener bula para tratar a las mujeres como objetos, ni para que los llamados creativos en ese negocio del vestir lancen por intermedio de sus modelos, seudomensajes acerca de lo que piensan del mundo, de otros hombres, de las mujeres, de sí mismos.

La pasarela no es un periódico de masas, aunque el esfuerzo dedicada a la difusión mediática, las inmensas cantidades de dinero que mueve la moda y la indudable belleza de las modelos (sobre todo, de las que tienen talla superior a 40), nos hagan a veces creer que lo que se ofrece allí es increíblemente original, tribal, étnico, sexual, guerrero, andrógino, techno o nativo (utilizo, como se advertirá algunos de los adjetivos que dedican a un vestido los comentaristas especializados en calificar lo que muchos ni siquiera vemos, obnuvilados por la fuerza de la exposición corporal).

Por algo será que cuando una de esas chicas que ganan tanto dinero por ser hermosas, andar de forma peculiar y convertir a su cuerpo en plataforma de las elucubraciones de los sastres, y que dedican su primera juventud a pasar semidesnudas por la pasarela, cuando descubren el arcón con la ropa de sus abuelas, creen haber llegado al Paraíso y se ponen justillos, faldas de vuelo, chaquetas sastre, jerseys de pico, enaguas con pespuntes, acumulando capas de distancia entre su cuerpo y el otro, para que se detenga a verlas como mujeres y se las juzgue, sobre todo, por su personalidad e inteligencia.

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