A sotavento: Ladrones del paisaje de Galicia
Pocas imágenes producen tanta sensación de desolación como un bosque calcinado. Cuando la vista se confronta con los muñones de lo que hasta hace poco eran árboles que significaban alegría, los ojos repasan el lugar sin encontrar descanso entre la tierra quemada, y el ánimo se encoge. Apetece llorar.
Los comentarios que acompañan a la noticia de que los bosques de Galicia (en especial, de Pontevedra y A Coruña) se queman, hablan también de que se trata de incendios en su mayoría provocados. Hay incluso dos opciones para sus autorías dolosas: unos especulan que deben ser antiguos empleados de las brigadas contra el fuego, despechados porque no se les han renovado sus contratos; otros dicen que han de ser esbirros pagados por especuladores que pretenden que esas zonas verdes, cercanas a las poblaciones, se conviertan en edificables.
Podía escribir que me faltan palabras para definir ambas actitudes. No me faltan. Podría indicar que me sorprende que se especule acerca de los móviles de quienes incendian un valor tan incuestionable como un bosque. No me sorprende. En esta sociedad hay algunas gentes que no piensan como la inmensa mayoría, y que en la obsesiva obtención de sus turbios intereses personales, no dudan en arrollar cualquier derecho. Quienes incendian los bosques son ladrones. Nos quitan trozos de presente y nos hacen más difícil el futuro. Son equiparables a homicidas. Nos matan ciertamente, y no pueden alegar ignorancia del mal que causan.
Desearía que esas especulaciones no se ratifiquen con la certeza, y que las causas de los incendios sean otras: el azar que hizo que los rayos solares se concentraran a través de un vidrio de botella abandonado, una tormenta seca, un descuido anónimo, una chispa de chimenea llevada por el viento adonde nunca debió haber caído. Pero no seamos ingenuos, la mayoría de los incendios habrán sido provocados por el hombre, y aunque resulte difícil probar una autoría, darle nombre y apellidos, los móviles habrán sido antiguos: el odio, el despecho, la envidia...
No se puede entender que existan gentes que, cuando pierden su trabajo porque la Administración pública -del signo que sea- estima que ya no es necesario lo que hacían, -además, precisamente porque el resto de la población se ha hecho más precavida y consciente del valor de los bosques-, van y los queman para poner de manifiesto su despecho y, en un alarde sicopático, pretender que los demás interpreten que, si ellos estuvieran cuidando la arboleda, eso no hubiera pasado.
Me viene al recuerdo el caso verídico de un policía, de un pueblo andaluz que ahora silencio, que, para justificar que su puesto era imprescindible, se encargaba él mismo de mantener alta la cuota de delitos. Pero aún a este desequilibrado defensor/ofensor de la paz ciudadana le encuentro menos culpa en comparación a los incendiarios que, habiendo sido bomberos, queman lo que debieran cuidar mejor que todos. El robo de un bosque tiene como afectados a toda la humanidad, incluso descendientes.
Tampoco entiendo a esos que, guiándose solo por su beneficio sin escrúpulos, pagan a otros para que pongan mechas encendidas en el bosque, con la intención de llenarlo después de cemento y ladrillos, y atiborrar al paso sus bolsillos con la pasta arrebatada a las alegrías de sus prójimos. Quizá a ellos no les afecte ni siquiera la pérdida del paisaje, porque estos amigos de lo ajeno se irán a vivir con lo robado a paraísos, incluso fiscales, y allí disfrutarán de paisajes idílicos, acallando sus conciencias a base de mojitos y salsas bullangueras.
Que los cojan, que los juzguen, y que su castigo sea ejemplarmente disuasorio para que ningún despechado queme lo que es de todos y a él le tocaba defender, y ningún desaprensivo crea que va a lucrarse cambiando a edificable una zona verde al quemarle la razón que le daba su nombre.
No estoy de acuerdo con que no existan leyes suficientes, aunque me pregunto si las penas son las adecuadas a la gravedad del delito. La Fiscalía del Medio Ambiente, aunque no ande sobrada de medios (mal general de la Justicia en un mundo con tanta base delictual), tiene el marco jurídico aceptable para actuar. El que este tipo de delitos caigan bajo la aplicación de la Ley del Jurado me parece razonable, precisamente, en este caso, por tratarse de valorar la posible comisión de un antijurídico que afecta a un bien social. Podrán perfeccionarse los tipols de delitos, desglosarse y agravarse las penas, pero existe suficiente arsenal jurídico, tanto en las jurisdicciones penal como civil, como para que esos impresentables reciban su castigo.
Lo que no nos devolverán serán los mismos bosques, y pasará mucho tiempo -y ya algunos no lo veremos- antes de que esas zonas de Galicia (también de otras partes de España, pero hoy lloro por una de las tierras que más quiero) vuelvan a ser orgullo del paisano, placer y descanso del viajero.
No hay derecho para hacer lo que hicieron, estos ladrones de paisajes. Que les caiga encima toda la fuerza del Derecho, nuestro reproche jurídico. El reproche moral ya lo tienen. Y moralmente, nos personamos como legitimados activos. Porque entre perjudicados, afectados y víctimas, estamos todos.
3 comentarios
Luis -
Espero que el año que viene cuando mi mujer, gallega de nacimiento, exclame desde nuestro retiro a golpe de vista del fin del mundo, algo así como Nuestros hijos no volverán a ver una Galicia como la que yo viví sepa responderle sin temor a equivocarme No, la Galicia de nuestros hijos será mucho mejor que la que tú viviste. De momento sólo puedo callar.
Fecha: 21/08/2006 14:49.
Administrador del blog -
Los politicos se han especializado en reclamar para si la atribución de los exitos (¡tantas veces producto del trabajo de otros!) y en sacudirse las culpas en cuanto aparece cualquier problema.
Por el contrario, somos bastantes los que desariamos que loso politicos demostraran su valia en la correcta gestion de los problemas. No les pedimos que improvisen en esos casos. Tampoco nos sentimos mejor porque se hagan la foto en el lugar de la desgracia empuñando una manguera, recogiendo unos gramos de chapapote o dando el pésame a los familiares de la víctima.
Los partidismos impiden frecuentemente incorporar las opiniones de los tecnicos a la toma de decisiones.
La razón: los argumentos que no son laudatorios resultan siempre molestos y no tienen encaje en el discurso triunfalista del político.
La consecuencia: se priva a la ciudadania de una aportación sustancial para resolver mejor, y para prevenir, aquellos problemas que demandan objetividad, exigen conocimiento, información, concurso de los mejores, independientemente de sus preferencias ideológicas.
Galicia sufre desde hace mucho tiempo las consecuencias de una mala gestion politica, tanto de sus crisis como de sus problemas. Hasta encuentro viciada por intereses anómalos la presentación que se hace a veces de sus valores y virtudes. El carácter independiente de la población, su prolongado aislamiento, la capacidad de sufrimiento en silencio del gallego, han jugado siempre en su contra.
Todos saldríamos ganando si en lugar de premiar reiteradamente a los partidarios de carné partidista se escuchara la voz de quienes tienen mucho más que decir.
Sopadeletras -