Al socaire: Israel y Hezbolá: Una paz difícil desde un entendimiento imprescindible
Cuando los conflictos de intereses no se resuelven por la negociación, y las partes acuden a la violencia, la solución de la discrepancia incorpora variables que las partes generalmente no pueden ya controlar. La ira ciega, y más aún ciega el deseo de venganza, de superar el daño que nos inflinge el otro. Hay muchos ejemplos, porque la naturaleza humana es muy proclive a perder los nervios, tanto de forma individual como (y esta variante deberían analizarla profundamente los sociólogos) especialmente de manera colectiva.
La Historia está repleta de ejemplos de disputas llamadas geopolíticas, en las que pequeños estados beligerantes son dirigidos, incluso a veces sin saberlo, por fuerzas superiores cuyas intenciones permanecen secretas y anónimas o que, incluso, bajo la apariencia de apoyar las negociaciones de paz y dar consejos, lanzan más cizaña.
El odio y la pasión ciegan a los soldados en campaña, que desde el primer momento son testigos de los horrores que atribuirán solo a la otra parte. El orgullo, la presión popular, la obstinación, embotarán la razón de quienes dirigen las guerras desde los despachos. La vuelta a la calma se hará por momentos más difícil, y se acumula agresión sobre agresión, violencia sobre violencia. El único deseo acabará siendo, bien la total destrucción, o la completa sumisión del otro.
No quiero parecer simplista, pero el ser humano cae prisionero de la ira continuamente. Nos enfada que alguien detenga su coche delante del nuestro aunque no llevemos prisa, no importa si es para bajar a su anciana suegra o desocupar el maletero. Basta observar la cantidad de discusiones que se plantean todos los días en la calle, que parece como que nos gustara airear ante los demás nuestras diferencias, o hacer ostentación de mala leche. Para explotar, vale igual un penalti que el que la niña llegue a casa con dos suspensos, que el pantalón tenga dos rayas en la misma pernera o que un coche más rápido nos lance una china al parabrisas.
Qué decir en lo tocante a las creencias. Nos parecerá insoportable que alquien critique nuestras ideologías, nos resistiremos a admitir la oportunidad de las decisiones y comentarios de nuestros contrarios. Lo nuestro es lo mejor. Si el mejor guisado es el de nuestra madre y la mejor inteligencia, la de nuestros hijos, la única doctrina válida será la que mamamos en la cuna.
Por eso, para muchos, no hay más dios que el suyo. Lo pongo con minúsculas, no por hacer profesión de agnóstico, sino para incorporar así a todas las religiones verdaderas y falsas, tener en cuenta a todas las creencias, y poder agrupar todos los argumentos cuya esencia sea negar la razón espiritual del otro.
Si no estamos preparados para dialogar y transigir, la única forma de construir nuestro mundo ideal es pisotear los terrenos en donde se mueve la razón del otro. Cuando alguien nos de la primera bofetada, no nos plantearemos la proporcionalidad de la respuesta, ni nos preocupará analizar sus circunstancias. Quedará descartada la posibilidad de que aguantar el dolor expresándole al otro que necesitamos más razones. Habrá que resolver la cuestión a garrotazos.
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