A sotavento: Feliz día del librero
Si alguien quiere regalar un libro con algunos de mis pensamientos puede adquirirlo en Bubok, en donde lo tengo publicado. Son 360 comentarios; mucha tela.
Si quiere saber más sobre lo que he opinado sobre los más variados temas (que es una demostración, no tanto de mi erudición ni siquiera de mi petulancia, sino de mi propensión a meterme en camisa de once varas, con el riesgo de exponerme a algún varapalo), tendría que pedirme una copia de los cerca de mil comentarios que he venido publicando en mis dos blogs, Alsocaire y éste desde el que escribo, o recuperarlos, con el relativo trabajo que supone, uno a uno, del espacio virtual.
No es lo único que tengo publicado que es, a su vez, solamente, una pequeña muestra -en volumen- de lo mucho que he escrito. Estoy especialmente orgulloso de mis poemas y del libro Cómo no montar un restaurante, que será un best seller cuando me lo publiquen.
Ya no estoy tan seguro respecto a mis dos novelas: Hay un mensaje para Elías (cuyo título he cambiado recientemente por El auriga) y Manual para hacer una guerra que, siempre, por los arrebatos de tendencia a la procastinación que forman parte de la esencia humana, creo que necesitarían un pulido. Mi deseo es llegar a tiempo -es un eufemismo- para darles ese definitivo hervor creativo.
Libreros, feliz día. No lo tenéis fácil -eso de vender libros- en estos tiempos en que (casi) nadie lee.
Lo que no se ha dejado, -al contrario-, es de escribir. En muchas ocasiones, mal; muy mal. Como en el caso de cuantos pintan cuadros y dibujos, cada vez hay más aficionados a demostrarse a sí mismos que saben poner letras una tras otra y a todo el mundo lo barato relativamente que resulta publicar cien ejemplares de un libro u organizar una exposición.
Se puede también, si se tienen las relaciones adecuadas, alcanzar glorias sin merecerlo: escribir sobre tonterías y ganar un premio literario; o pintar una colección de mamarrachadas y conseguir una exposición y hasta obtener un galardón sonoro por una mancha en un lienzo barnizado.
Lamentablemente, no faltan supuestos críticos de arte y de literatura que se ofrecen a alabar parte de lo pintado o escrito, no atendiendo a su valor, sino al precio que ellos mismos obtienen por ayudar a venderlos, aprovechándose de que el juicio individual ha sucumbido ante la ignorancia supina que reune en la misma caldera de despropósitos al colectivo de nuevos ricos y a muchos torpes gestores de lo público.
Pero no nos olvidemos de esto: la percepción del valor del arte es subjetiva, sí. La más exacta percepción del esfuerzo y la creatividad aportadas a la obra, no se improvisa. Es fruto de una educación de la sensibilidad que se realiza siguiendo un largo itinerario y estudiando, analizando, viendo y oyendo mucho, aunque se pueda reconocer que algunos elegidos de las musas lo tienen más fácil.
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Miguel -