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El blog de Angel Arias

Jugando en corto: Porqué en España las crisis son más profundas

La respuesta inmediata a la pregunta es que en España las crisis son más profundas porque estamos en crisis permanente. Carecemos de la capacidad colectiva para remontarlas, sencillamente por nuestra falta de disciplina, combinada con el propósito recurrente de hundir a todo aquel que destaque lo más mínimo.

Seguro que el lector tiene sus propios ejemplos. Sin necesidad de remontarse a períodos históricos anteriores, dejaré puesta de maniifiesto la pérdida de tiempo que se produce, continua y obstinadamente, en discusiones inútiles, en precisiones sin futuro.

Si Vd. tiene la (mala suerte) de pertenecer a algún Comité, reconocerá conmigo que una parte importante de cada reunión se pierde en corregir la propuesta del Secretario, añadiendo o quitando frases e incorporando matizaciones a lo dicho que deberían ser precursoras de una difusión mundial de lo allí tratado. Nada de eso, una vez que se ha discutido hasta la más apabullante saciedad sobre lo que se dijo en la reunión anterior y cómo quedó recogido, es raro que alguien se preocupe del cumplimiento de los acuerdos, si es que los ha habido.

Cuando estuve trabajando en Alemania, el equipo de empleados germanos que tenía a mis órdenes me pidió, a los pocos días de mi llegada, una Norma de empresa. Como mi empresa matriz no la tenía, me apresuré a redactar una, aprovechando el siguiente fin de semana. No hubo ninguna objeción y, buena o mala, sirvió como guía de actuación, hasta tanto en cuanto, y generalmente como consecuencia de sugerencias muy atinadas que venían del propio grupo, me parecía necesario modificarla en una nueva versión.

Esto sería imposible entre nosotros. Muchas veces he tenido ocasión de escuchar al recién nombrado que su antecesor le dejó tierra quemada y un vacío en los anaqueles. Pocos temas pendientes se transmiten del cesado o ddimitida al sucesor, incluso, por lo que tengo entendido, cuando hay cambio de ministros o secretarios de Estado. Lo normal es que no haya normas y que, cuando las hay, nadie las conozca ni, por lo tanto, las siga.

Pienso que tanta información despilfarrada y tanto tiempo empleado en nimiedades -todo con la misma razón original, el desprecio al trabajo del otro- tienen su castigo en que nuestra sociedad es raras veces capaz de contar con los mejores en los puestos clave. Los agota, o los mata, antes de que adquieran su madurez, y, de forma natural, acaba seleccionando, por sublimación, a los que menos se han significado en la batalla por estar arriba.

Porque, eso sí, nadie tiene más méritos que uno mismo, los hijos de los demás no llegan a los zapatos de los nuestros y nuestros nietos son genios comparables al mismo Einstein.

Ahora que está de moda defender el mercado, justo es decir que en España nuestro mercado no funciona bien. Está lleno de imperfecciones de muy difícil corrección, atenazado por el gran peso de la contratación pública, el miedo a la iniciativa privada y la existencia de cárteles, grupos de presión y amiguismos, no siempre transparentes.  

Como el debate es escaso, y, cuando se produce, está contaminado por los que más chillan -algo ocultan, claro- , la opinión pública se nutre demasiado de falsedades, intuiciones, y amores, odios y rencores construídos en circunstancias del todo emocionales. Se puede pasar del "te quiero un güebo" a "este tío un cabrón con pintas" en cuestión de segundos; se podrá ensalzar a alguien como si hubiera sido ungido de la divinidad y, al rato, a sus espaldas, ponerlo a caldo, o sea, al caer de un burro y destruir cuanto haya hecho.

Habrá más razones, sin duda, por las que las crisis en España son siempre más profundas, y la recuperación más tardía. Los que están gobernando las ocultan, los que están en la oposición las descubren tardíamente y no dan soluciones, y, en fin, se pierde demasiado tiempo en el diagnóstico -en el que somos expertos-, pero no se analizan las soluciones, ya que no se escucha a los expertos, la opinión de cualquiera tiene el mismo valor, y, aunque el barco se esté hundiendo y el agujero aparente, los marineros discutirán si hay que atender primero a achicar por la popa o por laproa.

Por eso, y hasta que nos curemos de este afán colectivo por disparar a todo el que se mueva (haya o no foto), solo cabe esperar que otros países hagan de locomotora. Ni los alemanes, los norteamericanos o franceses son más inteligentes. Su historia está repleta de hechos despreciables, de aprovechamiento del débil, de invasiones, rapiñas y odios como los que jalonan la nuestra. Ah, pero cuando han reconocido a alguien como líder, se dejan guiar por él con los ojos cerrados. Hace algunos años, a la conquista a bombazos del resto de Europa y del mundo, pisando lo que hubiera menester. Hoy, aceptando las reglas de juego, en lugar de preocuparse por descubrir en qué nos perjudican más, desde fuera de la mesa de apuestas.

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