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El blog de Angel Arias

La nueva Ley de la Ciencia y la crisis de valores en la sociedad española

Los investigadores españoles suponen el 6,7 por mil de la población activa, según afirmó Carlos Martínez Alonso, Secretario de Estado para Investigación, en una conferencia que pronunció ante más de cien personas relacionadas con el mundo de la ciencia y la investigación. La disertación tuvo lugar en el Hotel Ritz, mientras los oyentes desayunaban, como producto de una convocatoria realizada por el Fórum Nueva Economía.

La cifra es solo una anécdota (¿son 300.000? ¿280.000?) y, además, con la disminución de población activa -denominador- que viene provocando de forma acelerada la crisis y dado que la mayor parte de quienes hacen -teóricamente- investigación son docentes universitarios, con plaza fija de funcionarios -numerador-, la afirmación con aire chusco sería que vamos camino de mejorar el ratio.

No sería justo detenerse en minucias puntillistas si se pretende dar noticia de la brillante conferencia del Secretario de Estado, que contaba entre el público a varios rectores, presidentes de Federaciones empresariales, empresarios de a pié, catedráticos, jubilados recientes, junto a gentes diversas que gustan de acudir a hacer bulto a eventos de esta índole, así como algunos de sus propios compañeros de gobierno.

El tema central era trazar la panorámica de la situación actual de la investigación, cuando Martínez lleva justamente un año en el Ministerio de Investigación y Ciencia.

Martínez cree que "cuando el Gobierno apuesta por la investigación, la comunidad responde". Lo avala con las cifras del CSIC, el organismo que presidió durante 4 años, y que incrementó el 200% las licencias de patentes y el 51% de las comunicaciones científicas en revistas internacionales, por ejemplo. En el ránking Simago, España ha pasado del lugar 25 al lugar 13 entre el 2003 y el 2007.

También opina Martínez que las crisis ayudan a avanzar. Cita que la segunda gran guerra fue la responsable de los grandes avances biomédicos (que me perdone, pero el ejemplo es muy malo, ya que los estragos de la guerra propiciaron que se realizaran experimentos de campo forzados con jóvenes y población civil mutilados o heridos por acontecimientos excepcionales, cuya ocasión no cabe sino lamentar y desear no se repita jamás).

Pero, en fin, tenemos hoy instaladas, dijo, cuatro crisis, o sea, que tenemos material sobre el que actuar: la crisis alimentaria, la energética, la ambiental y la financiera.

El ministerio de Investigación y Ciencia tiene -dijo- como pilares de su actuación la enseñanza superior, la innovación y la investigación. "Hay que crear conocimiento", glosó el secretario de Estado, recordando a Mayor Zaragoza, presente entre los desayunantes. Y hay que crearlo antes de que el diagnóstico sea completo  y seguro. "Porque el mejor diagnóstico es la necrosis", pero no ayuda ya al enfermo. También fue frase pronunciada en su discurso.

La nueva Ley de la Ciencia creará, supliendo la antigua de 1986, "insuficiente ya por los cambios extraordinarios que han tenido lugar", un nuevo marco. Definirá los criterios para planificación y coordinación con las Comunidades Autónomas, de las que 10 de ellas ya disponen de su propia Ley de la Ciencia. "Los jóvenes no están optando por la investigación como salida profesional, y necesitamos ingenieros, científicos y tecnólogos. No los tenemos ni los formamos", fue su diagnóstico-.

La Ley se dirige también a generar movilidad entre los organismos públicos y las Universidades, apoyando la creación de iniciativas de capital riesgo, impulsando el mecenazgo. Servirá para reorganizar los organismos públicos de investigación, dentro del programa Prometeo 2000, y pondrá en marcha los programas Universidad 2015 y Campus de Excelencia.

En otro lugar me refiero a los sectores preferentes que apoyará la política ministerial. Me interesa resaltar ahora que me pareció que el secretario de Estado tiene un trabajo difícil. La crisis de valores de nuestras sociedad afecta, también, a la búsqueda de un dinero fácil y sin complicaciones por parte de los jóvenes, a quienes no atrae el dedicarse a un trabajo, como el de investigador, mal remunerado y de poco relieve social.

Somos muchos los doctores, aún en edades de crear y producir, que no hemos encontrado los cauces adecuados -a su tiempo- para que nuestras inquietudes investigadoras se puedan desarrollar.

En mi caso, puede objetarse -y lo admito- que la culpa es fundamentalmente mía, pues ni en la Universidad ni en la empresa supe encontrar los nichos apetecibles para seguir con los diversos trabajos de investigación que inicié y que, en algún caso, (siempre por supuesto como mérito de equipos y no de individualidades), estaban sirviendo para extraer conclusiones interesantes.

Pero mi anécdota no es ni única ni resulta anticuada. Solo hace falta interesarse por conocer las motivaciones y medios con que cuentan quienes se dedican a la investigación y quiénes y porqué obtienen los réditos a un trabajo generalmente oscuro, desconexo y tantas veces falto de los cauces y reconocimientos que motivan al ser humano. Incluso aunque dispongan de la dura piel sentimental que se presupone a los investigadores.

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