Al socaire: Los últimos premios Cervantes de teloneros del Instituto de Estudios Latinoamericanos en Alcalá
Asistí hoy, en la hermosa ciudad de Alcalá, al acto de alumbramiento del Instituto de Estudios Iberoamericanos, que apadrinaron tres premios Cervantes: Juan Gelman, Antonio Gamoneda y Gonzalo Rojas. Los tres, poetas, leyeron algunas de sus obras y reflejaron, también su estilo personal: Gelman, austero y serio; Gamoneda, próximo y socarrón; Rojas, surrealista y longevo.
En realidad, en el Paraninfo de la Universidad vieja, hubo dos momentos muy diferenciados. Primero fue la presentación del Instituto, que hicieron el rector Virgilio Zapatero y la vicerrectora, María José (Pepa) Toro, seguidos por el profesor Daniel Sotelsec y el gerente de la nueva institución; no me aclaré muy bien de lo que se pretende con el recién nacido, pero malo no puede ser, tratándose de estudiar, verbo que con el tiempo se ha hecho maldito.
Después, cambió el decorado, y nos llegó una fiesta literaria de difícil catalogación, en la que los otrora galardonados nos obsequiaron con una selección azarosa de sus poemas, en un recital de digestión posible solo desde el cariño hacia quienes se sentaban en el estrado. Formas muy distintas de entender la poesía, de ser, de comunicar vivencias.
En la presentación de los cervantinos, un para mí desconocido presentador (me soplaron que es catedrático de Lengua o Literatura en una de las facultades de Humanidades), leyó un pupurri con versos encadenados de los poetas de la mesa, a la manera -dijo- de Gaston Vaquero. Lo tituló "Empréstame" y me dejó boquiabierto, de asombro y tedio.
Yo estaba allí por hacerle la pelota a Pepa Toro, que me tiene prometida una exposición de mis cuadros en Alcalá, la cual se demora por diversas circunstancias. Tomé notas de lo que allí se dijo y se leyó, como un neófito, para disimular.
Los que leyeron no son poetas que se prodiguen en metáforas o juegos florales, y por ello, a viva voce no son proclives a levantar pasiones desmelenadas, pero el público los envolvió con aplausos cariñosos, en especial a Antonio Gamoneda, que se flageló al catalogarse de solo "medio poeta" junto a los otros y sirivió un vaso con agua a Juan Gelman a mitad del monólogo que parecía no terminar de Gonzalo Rojas.
Gamoneda leyó cosas sobre la luz, la desnudez, la eternidad ("no sé morir") y un poema más extenso con el tema tan actual de "Ha de llover", enfocado, por supuesto, desde otra perspectiva, y teñido de color rojeras zapaterianas, que es lo que se lleva ahora.
Juan Gelman propuso, antes que nada, que se constituyera la Cátedra Carlitos Gardel y que la presidiera Marco Antonio Campos, cosechando risas, y después leyó seis o siete poemas cortos. Caían gotas de poética en vena: "la muerte que adolece de tantos defectos"..."qué hago aquí al pie de una palabra que no se deja decir"...)
Gonzalo Rojas estuvo sublime en el comienzo, citando el encuentro reciente con Hawking y sus hoyos negros ("no les teman a los hoyos negros", contó que les dijo el sabio astrofísico en su conferencia en Santiago de Chile). Leyó su poema "Sábete, Sancho", otro sobre un pie (que dijo haber soñado) y, luego, estuvo excesivo, parecía lo suyo inacabable, y resultó algo cómico, por contraste, que es muy malo para la poesía lírica.
Parece que Rojas había encontrado un libro suyo en la biblioteca de la Universidad, publicado sobre el setenta y tantos, y por momentos pareció que nos lo iba a leer entero...Le aplaudieron, por eso, varias veces, cuando parecía que lo que acababa de leer era ya lo último.
Lo mejor de la tarde fue, después, tomarse una cerveza en una terraza alcalaína, con l@s amig@s. Pero eso ya lo guardo para mi propio placer, cuando se trate de recordar los buenos momentos de la vida propia, sobre los que no hace falta escribir ni una letra para que crezcan en uno.
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