A sotavento: De terremotos, temblores y pensamientos derivados
Cuando estoy por provincias, compro siempre uno o dos periódicos locales, además de mis habituales dosis informativas. No me preocupa la cuestión ideológica, porque uno ya tiene experiencia para filtrar los sesgos de la noticia, y la verdad es que artículos de opinión se ven ya pocos.
Adquiero prensa del lugar en donde paso ocasionalmente unos días, para ilustrarme sobre el grado de preocupación de la zona por lo que pasa más allá de sus narices. Nunca se habrá de subestimar la capacidad del ser humano para abstraerse del mal que afecta a los demás para concentrarse en lo que le atañe a él directamente, aunque sea de naturaleza tan simple que le produciría sonrojo si fuera capaz de mirarse en el espejo.
No hace falta, desde luego, irse a provincias para ver la diferente gradación de lo que preocupa al respetable. Ejemplos tenemos cada día, en los que se pueden encontrar noticias de idéntica naturaleza, medidas a distinta escala, considerando el factor inverso de la distancia al propio ombligo.
Así ha sucedido con el despliegue de detalles del sismo de escala 5 que tuvo lugar hace un par de días, con epicentro en Ciudad Real, en el que decenas de personas explicaron cómo se les movían los cuadros de la pared y creían que alguien les tiraba de la cama. No hay más que comparar con los comentarios desgarrados de quienes resultaron afectados por el terremoto de escala 8 que destrozó Pisco y un buen trozo de Perú, matando a más de 500 personas (y aún siguen encontrando muertos) y dejando sin hogar a varios miles.
Otro ejemplo lo encontraríamos en el tratamiento que recibe el atentado diario en cualquier población de Irak, producto de esa guerra civil que Mr. Bush y sus cortovidentes aliados han tenido a bien provocar. El titular de la noticia será equivalente -por lo menos- al del triunfo de alguno de los equipos de fútbol en uno de los infintios torneos en los que participan esos atletas millonarios que crean espectáculo pasandose una bola de cuero parecida a aquella con la que quemábamos adrenalina y testosterona los adolescentes de mi generación en los campos de las afueras de la ciudad, que hoy son centros de negocios.
Supongo que no seré yo el único al que le da vergüenza ver asimilado el dolor ajeno con la anécdota propia. Pero es que el desequilibrio se convierte en precipicio cuando uno lee la prensa local, y se entera de la importancia que merece la opinión del profesor de vacaciones cuyo currículum se estira como si fuera premio Nóbel, ilustrando sobre la situación de la investigación en el mundo; o el espacio que se dedica al accidente que se cobró la vida del joven lugareño que volvía con varias copas de rondón, de una despedida de soltero; o la discusión del Pleno municipal sobre la conveniencia de remozar el blasón del consistorio.
Cuando salgo con mis cuatro periódicos del kiosko, -que, dicho sea de paso, tampoco me llevan más tiempo de dos cafés para toda su lectura- suelo coincidir con algún lugareño que se ha comprado un periódico deportivo (o dos, que tampoco quiero hacerle de menos), cuyos titulares no dejan lugar a dudas de por donde andan las preocupaciones que sustentan: “Fulanito es baja en la alineación”, “Menganito con dolor púbico, no jugará mañana”, “Zutanito y Zarampatito lucharán a muerte por el título mundial”.
Lo escrito: el epicentro del interés de cada uno está, por lo general, próximo a su ombligo. A salvo de aquellos cuyo interés ha quedado volatilizado y anda perdido en el metacosmos real, sin necesidad de recurrir ni a Second Life, ni a third dimension.
0 comentarios