A sotavento: El voto secreto es un atraso
Ayer se manifestaron en Madrid, en contra de la política antiterrorista de Rodríguez Zapatero -que consiste, sintetizando y aunque no haya sido nunca así exactamente expresada, en estar dispuesto al diálogo con ETA, en propiciar el acercamiento entre el mundo árabe y el occidental y en no provocar tensión con las actuaciones propias-, varios centenares de miles de personas.
Con seguridad, no eran dos millones (yo no estuve allí, pero ya leí cientos de veces que no caben en el espacio ocupado por las manifestaciones que se hacen en Madrid), pero eran muchos. En opinión de algunos, entre los que me cuento, demasiados.
Si me arriesgo a decir que son demasiados, no es porque dude de la cantidad de simpatizantes que tenga o deje de tener el Partido Popular, ni que esté juzgando su capacidad de convocatoria, con o sin plazas gratis de autobús y reparto de bocadillos de tortilla o vales para un restaurante de comida rápida. Por favor...
Pero me resulta difícil de digerir que una fracción de ese pueblo al que, como se viene demostrando en sucesivas convocatorias electorales, cada vez resulta menos sencillo movilizar, no tenga mayores reparos en acudir a expresar que hubiera sido mejor dejar que un individuo de execrable naturaleza se muriera en la cárcel, y, para dar refuezo a esa tesis de odio visceral, atienda a recoger banderas españolas, desempolve la silla de ruedas de la abuela y agarrado a varios niños, incluídos los hijos del vecino y la portera, recorra varios kilómetros, gritando que no nos vamos a rendir.
Santiago y cierra España, pues. Pero es que esta vez, para asombro de propios y ajenos, el enemigo a batir es quien nos dirige a ese presunto ridículo tan sensiblemente detectado por quienes se confiesan libres de toda culpa: el presidente del Gobierno y, por confusión ideal, su séquito de ministros y jueces, una panda de incompetentes ilustados que, aplicando la ley (y algo acojonadillos por los posibles efectos de una muerte nada deseable), dejan que el fanático etarra se mejore de su huelga de hambre comiendo salchichón en vez de recibiendo transfusiones.
Reconociendo que es muy difícil (imposible, diría yo) mejorar los logros que los gobiernos de Suárez y González aportaron a una España convaleciente de una dictadura, no quiero escandalizar si afirmo, desde mi convicción de observador indpendiente, que España ha tenido buenos gobiernos en los últimos casi treinta años, y también -y pongo énfasis- en los de Aznar y Rodríguez Zapatero. No vengo con ello a significar que todo el mundo es bueno, ni que me vale tanto un roto como un descosido, sino que el nivel de responsabilidad y seriedad de los Gobiernos que, a partir de la Constitución, hemos tenido en nuestro país, ha sido y es, muy alto.
No me gustan las movilizaciones en democracia. No las entiendo, no veo su alcance. Las respeto como una manifestación legítima de pareceres para que las necesidades y peticiones de algunos grupos ciudadanos, que de otra manera no alcanzarían sus propósitos, merezcan más atención, pero creo que se han convertido en una fórmula desigual de presión. Los que no podemos manifestarnos en defensa de nuestros intereses, perdemos en el juego. ¿Cómo nos podríamos manifestar, por ejemplo, los autónomos? ¿Qué harían, por cierto, los parados? ¿A dónde acudirían, santo Dios, los agnósticos?.
Pero, en fin, si las manifestaciones multitudinarias con mensajes tan específicos como "Presidente, dimite", tienen tanto valor para algunos, mi propuesta sería que se suprimiera el voto secreto en las elecciones, porque así podríamos saber quiénes son leales a la Patria y quiénes no. Abundando, propongo que se eliminen los debates parlamentarios y, en consecuencia, los períodos electorales. Al no hacer falta exponer las ideas ni los programas, sería suficiente con que los partidarios de uno y otro grupo, los defensores de cada idea que estuviera en controversia, se manifestaran en Madrid, y aglutinándose en torno a cada líder, fueran contados. Si ello no fuera estimado suficiente, o alguien expusiera dudas respecto a quién es más patriota, cabe siempre permitir que se enzarzaran en una lucha a bastonazos.
Es una opción a la que algunos quieren abocarnos, intuyo. Si no nos valen los cauces legales, y en el Senado o en el Parlamento abucheamos, impidiéndoles expresar sus ideas, a los portavoces políticos; si la concertación, incluso en lo que parecería elemental, es imposible; si el reconocimiento de lo bueno que hace el otro, es tenido por síntoma de debilidad, no nos va a quedar más remedio que decidir quién puede más a puñetazos y palos.
Vivan las cadenas, Juan Español. La historia se repite...y no me siento feliz al recordar el viejo proverbio castellano.
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