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El blog de Angel Arias

Al socaire: Manejando hechos o ideologías (2)

Merece la pena analizar las razones del interés con que ahora se pretende revisar los hechos del pasado en los que han participado nuestros antepasados, y en especial, nuestros mayores más próximos. No me parece que, en realidad, tenga como objetivo verdadero dignificar la memoria de quienes se han visto involucrados en hechos de extremada tensión, defendiendo posiciones que resultaron perdedoras. Hablo de la guerra civil española de 1936-1939, sobre todo, pero no podemos olvidar que la historia de la humanidad está llena de guerras civiles, levantamientos militares, persecuciones, limpiezas étnicas, colonizaciones explotadoras, invasiones, etc. En todas ellas, ha habido perdedores: alanos, suevos, visigodos, republicanos, judíos, cristianos, musulmanes, aymará, flamencos, españoles, ...

 Hoy, ahora, debemos ser conscientes de que se siguen cometiendo injusticias, ignominias, se están produciendo guerras, desplazamientos de pueblos, expolios, que en alguna parte son sufridos con terror o alentados con avidez o deseos de venganza o dominio.

Me parecería magnífico si fuéramos capaces de revisar los comportamientos históricos, escudriñando en los entresijos de las razones de quienes tuvieron que vivir esos momentos críticamente duros que van conformando una de las dos historias de la Humanidad. Si fuera absolutamente posible realizar el análisis desde la neutralidad, sin apasionamiento, y, sobre todo, sin que el juicio que emitiéramos tuviera efectos sobre los vivos.
 

Pero no
es así, jamás ha sido así. Tenemos miles de ejemplos en la actualidad diaria; y otros tantos en la interpretación de los hechos que nos dejó la historia: allá donde miremos, hay más de un interés, que es lo que hace que la independencia de las colonias españolas de América no sea la misma vista desde la vieja metrópoli o desde los emancipados; que la llamada por algunos pueblos opresión del centralismo sea tenido por afán independentista antisolidario por otros; que la guerra de los Cien años...

Pretender poner medallas y dar premios a los herederos de las víctimas, diciendo que así rehabilitamos a aquellas o corregimos la desproporción de los hechos, no responde, en mi opinión, más que al deseo de situarnos lejos de los verdugos, y dar prestigio a los vivos.  

Pero si queremos hacer las cosas bien y completas, h
ay trabajo para todos aquellos que quieran limpiar la historia de la humanidad de sus páginas más tristes. Somos supervivientes de una evolución, en la que han proliferado los expolios y robos, los comportamientos injustos, las apropiaciones indebidas, los asesinatos alevosos, las violaciones de los dominados, la destrucción de los disidentes, el martirio de los visionarios por herejes, el asesinato de los más inteligentes por molestos, etc.

Los que no hemos vivido la guerra incivil española, habíamos conseguido aparcarla como una página desgraciada de nuestra historia de odios entre las dos Españas. 
 Una época precedida por años de terrible tensión, falta de autoridad, diferencias de criterios recalcitrantes, indudable anarquía, peligrosa inseguridad ciudadana, etc. Los adolescentes iban armados a las escuelas. Se alimentó temerariamente la idea de que había dos actitudes irreconcialiables se perfilaron dos bandos: los defensores del orden y los que aspiraban a romperlo.

En un país bastante inculto, atrasado y desconectado, sin respeto hacia la cultura y la ciencia, falsamente religioso, harto pobre y con la riqueza desigualmente repartida, era relativamente simple dividir al pais en dos mitades. Estoy seguro de que la mayor parte de los combatientes no sabían por qué luchaban, salvo porsalvar el pellejo.
 Por eso, todos perdieron en esa guerra.

Ayer, retirando trastos viejos del desván de la casa de mis abuelos, una casona de indiano que fue primero cuartel de milicianos y después cobijo de las llamadas tropas nacionales, saqueada y prácticamente destruída dos veces y por ambos bandos, encontré una bandeja rota que en la parte trasera tenía una  inscripción a lápiz escrita en la madera: “Elamo de esta casa es un mariquon, 1936”.

Supongo que la mano anónima se refería a mi abuelo, hijo de una de las familias más pobre de su pueblo, emigrante a Cuba por necesidad absoluta de sobrevivir, con una mano delante y otra atrás. De haber estado aquí cuando la revuelta, hubiera sido de los primeros en caer. Fusilado por la derecha o por la izquierda. 

  

2 comentarios

Administrador del blog -

Aunque este cuaderno trata de ser políticamente correcto, es decir, neutral, -que yo traduzco, para navegantes, en la plena libertad para alabar o criticar a posiciones tenidas por ser patrimonio de izquierdas o derechas- quiero indicar claramente que la intención de mi comentario dista notablemente del criterio que percibo en el artículo de Ignacio Camacho.

La utilización oportunista de la memoria de los muertos para beneficio de los vivos (con y sin letra bastardilla) es, desde luego, el elemento común a ambas reflexiones. La referencia al presidente Rodríguez Zapatero, y a la ex ministra Calvo y a sus supuestas intenciones, no deben considerarse incluídas en mi argumentación. Yo no me refiero a víctimas concretas de la violencia. La valoración pública de la memoria de García Lorca, de Calvo Sotelo, de Salvador Allende, de mi abuelo o del abuelo del presidente Zapatero dependerá del valor que tenga su legado, que el paso del tiempo va haciendo más y más objetivo. Pero el beneficio particular pretendido por ser familiar de una víctima, incorporándose las medallas del difunto, me parece un ejercicio de vanidad deplorable. Todos deberíamos ser hijos iguales de nuestra capacidad y poner la misma fuerza en clarificar la historia de nuestros antepasados, para aprender de ella.

Luis -

Reproduzco literalmente un artículo de Ignacio Camacho (ABC) titulado “Dejad dormir a Federico” que se ha utilizado hace pocos días en otro cuaderno informático donde participo, para ilustrar el tema de “la memoria histórica”. A pesar de las connotaciones sectáreas que inevitablemente aparecen tratándose del medio donde ha aparecido, creo que te puede resultar interesante:


" Si existe un símbolo preclaro y universal de la tragedia de la guerra incivil española, se llama García Lorca. A ese apellido no le puede dar nadie lección alguna de memoria histórica. Para hablar de memoria histórica con un Lorca primero hay que bajar la cabeza y pedir permiso con humildad. Y luego, prepararse a aceptar una posible catequesis de dignidad moral como la que están impartiendo los herederos del poeta asesinado al negarse a colaborar en esta estéril ofensiva de revanchismo levantatumbas.

La familia de Federico sabe que los afanosos removedores de huesos no buscan en el barranco de Víznar ninguna clase de reparación memorial, que por otra parte está ya fuera de lugar para quien se convirtió en un mito mucho antes de que Zapatero descubriese que tenía un abuelo. Lo que quieren desenterrar es un saco de morbo para montar con él un espectáculo de fuegos fatuos. Esqueletos para agitar el espantajo de la tragedia, para utilizar la calavera de Lorca como un bululú de barraca, como un Yorick patético sobre cuyas cuencas vacías recitar el monólogo cainita de la cizaña retroactiva.
Los familiares, sensata y ponderadamente, se oponen a este aquelarre. Se quedan con el Federico sonriente y luminoso de la huerta de San Vicente, con el intuitivo surrealista asombrado ante los rascacielos de Nueva York, con el juguetón pianista de la Residencia, con el hondo existencialista sentado ante su propia muerte en el visionario Diván del Tamarit: «Quiero dormir un rato, un rato, un minuto, un siglo; pero que todos sepan que no he muerto». Y claro que no ha muerto, porque para matar a un poeta hay que asesinarlo dos veces: una con la muerte y otra con el olvido. Y a Lorca nunca nadie, por fortuna, lo ha olvidado, ni tampoco su crimen execrable y funesto, paradigma de un horror desatado que avergüenza nuestro pasado común y mancha nuestra condición colectiva.

Pero los memorialistas del desquite, los que pretenden ganar la guerra perdida a base de retirar estatuas y remover cementerios, no están interesados por ese Lorca inmortal y jubiloso, universal vencedor póstumo de la indiferencia y del extravío, sino por el ceniciento rescoldo mortuorio de su osamenta. En su delirio de desquite quieren al Lorca muerto y no al vivo, al cadáver y no al poeta.

Y es de temer que lo acaben despertando por las bravas, que lo desentierren y manoseen para organizarle unas morbosas exequias procediendo, como ha sugerido la ministra Carmen Calvo, a una especie de expropiación forzosa de la memoria lorquiana. Será difícil que los levantahuesos renuncien a la golosina del mito más célebre y trágico de aquel drama. Y al saborcillo vindicativo de una secreta factura pendiente con sus herederos: la de haber llevado a Aznar al santuario de la huerta granadina y permitirle blasonar de un Federico al que algunos consideran sectario patrimonio de su hemiplejía moral e ideológica."