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El blog de Angel Arias

A barlovento: Preocupación por la extraña muerte de una cuñada de Don Felipe de Borbón

A barlovento: Preocupación por la extraña muerte de una cuñada de Don Felipe de Borbón

La muerte de Doña Erika Ortiz Rocasolano, la hermana menor de la Princesa de Asturias, está despertando un lógico interés público -especialmente en España, por supuesto-, que se concentra en la compasión y condolencia hacia el terrible impacto del suceso en una familia discreta en sus comportamientos, aunque permanentemente observada, y respetada como símbolo de un país que se ha modernizado con éxito desde un atraso de decenios.

El casamiento de Don Felipe con una plebeya, y divorciada, supuso en su momento una sorpresa general porque se creía que el sucesor de la Corona estaría seleccionando a su futura cónyuge dentro del reducido elenco de jóvenes de sangre real o, al menos, la elegiría con un pedigree de acrisolada nobleza.

El acercamiento del pueblo a los detalles de la boda principesca, con toques de cuento de hadas y novela romántica para adolescentes, se tradujo inmediatamente en un aumento de popularidad para Don Felipe, al combinarse el efecto mediático tanto con la comprensión por el pueblo llano del aspecto tan normalmente humano de su relación sentimental, como con la voluntad del aristócrata de sellarla a los ojos de Dios y de los hombres con su paso por el altar, por encima de opiniones de consejeros y de juicios de conveniencia.

El entorno de Doña Letizia pasó a ser analizado entonces con máxima atención, incluso con desfachatez, por los buscadores de noticias, que hurgaron en todas las esquinas de la historia, removiendo el pasado y sus circunstancias, de una mujer normal, sin duda intelectualmente brillante, elevada a la posibilidad de ser un día Reina de España. El respeto y discreción hacia las cosas de la familia real se trasladó hacia la propia Princesa de Asturias, pero los demás miembros de las familias Ortiz y Rocasolano quedaron más expuestos, dependiendo únicamente de su discreción y opacidad el quedar a salvo de la penetrante curiosidad del llamado periodismo del corazón.

La Princesa-periodista soportó perfectamente, incluso con elegancia especial y gallardía, la presión mediática, pero parece en cambio haber causado efectos muy perjudiciales sobre su hermana pequeña, que no habría podido sobrellevar sin enojos la persecución de los colegas de Doña Letizia, ávidos por conocer detalles de su vida privada, lo que habría forzado su desconcierto y profundizado su depresión.

Las circunstancias de su muerte han despertado intrigas de descarado contenido morboso hacia las causas de la misma, que fue, al parecer, el suicidio por la ingesta masiva de barbitúricos.  La curiosidad se extiende también a los motivos que pudieron haber llevado a una hermosa e inteligente mujer de 31 años, con trabajo atractivo y relaciones personales que cabe suponer envidiables, a tomar esa decisión irreversible, por graves que fueran los problemas, sentimentales o de otra índole, que estuviera sufriendo.


La familia real ha agradecido la discreción de los media en el tratamiento de la noticia, y especialmente, lo ha hecho Doña Letizia, que se sentía muy unida a su hermana y que estará, naturalmente, terriblemente afectada. Por otra parte, se reclama incluso en algunos sectores la máxima discreción sobre el tema. Pero, ¿qué es lo que se puede entender aquí por máxima discreción?. Cabe muy poca discreción cuando se trata de un acontecimiento que afecta a la familia consorte de un miembro de la realeza. Y, aún menos se podrá ser discreto si la muerte de esa persona para-pública se ha producido, como parece, por la ingesta masiva de antidepresivos.  

A mí, particularmente, me ha hecho pensar esa muerte, en la madre de la joven. Quiso la casualidad que yo coincidiese con ella, y la identificase, porque, para mi sorpresa y la de quienes me acompañaban, viajaba tranquilamente en metro sin aparentes medidas de seguridad, apenas dos o tres días antes del infausto suceso. Nada la distinguía, en su comportamiento y vestuario, de los demás viajeros. Entendí de inmediato que era la suya una familia sencilla, despreocupada, normal, elevada de pronto a la necesidad de asumir estar en el centro de todas las miradas.

 

Y como pienso en la madre, mi mente va hacia el dolor que debe estar sintiendo si se confirmara lo que ahora para los demás es especulación, pero que para ella debe tener más elementos de certeza. Si fuera así, si la razón de la muerte fuera el suicidio, la cuestión me lleva hacia la consideración de los peligros del uso de antidepresivos, negocio que mueve más de 60.000 millones de euros al año, y que se pueden obtener sin problemas, recetados alegremente como si fueran una panacea.

Numerosas investigaciones han probada que estos estimulantes actúan como inhibidores de la metabilizacioón de la serotonina, lo que produciría, justamente, en tratamientos de cierta duración, efectos contrarios a los deseados: migrañas, dificulltades respiratrorias, ansiedad, depresión, propensión al suicido, negación u ofuscamiento de la realidad, e incluso tendencia al crimen violento. Una situación con analogías a la que el LSD generó en su momento, que se creía una droga mágica, y que hoy tiene como elemento principal al que apuntan muchas miradas críticas, el Prozac y otros antidepresivos de uso común. ¿Servirá la muerte de Doña Erika para extraer consecuencias en esa dirección?...

En todo caso, si esta especulación se probara completamente errada, pido disculpas por el atrevimiento, y me retiraré a mis habituales comentarios de efectos anodinos.

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