Editorial de Entiba: Un año entretenido (1993)
Hace 13 años, a principios de 1994, escribí para Entiba el Editorial que incorporo a este Cuaderno, en esa labor -algo ególatra, reconozco, pero espero que sea juzgada con indulgencia sociológica- de rescatar del cajón del olvido lo que, en su momento, escribí con pasión, para que fuera leído con placer.Buena parte de lo que vemos, de la información que recibimos y de lo que nos emociona, lo extraemos de una caja rectangular que generalmente ocupa el punto más importante del salón. En ese formato reducido, nos hemos enterado de casi todo lo que no hemos protagonizado en 1993.
Por un mismo conducto hemos visto decenas de películas (o trozos de ellas), debates políticos, el vídeo con la efemérides de algún allegado, las explicaciones sobre un crimen siniestro, la propaganda audiovisual de la competencia, testimoniado el ridículo de concursantes innumerables y jugado con el más pequeño de nuestra familia a descabezar extraterrestes y corpulentos matones.
Desde esa perspectiva cuadrangular, no siempre es sencillo diferenciar lo que forma parte del mundo real de lo que pertenece al terreno inventado. La ficción supera a la realidad, como decía uno de esos personajes de seudoficción después de haber sido víctima de una inocentada, preparada con esmero por un equipo de periodistas y comparsas, de esos que son especialistas en trasvasar la frontera de lo real y lo imaginario.
El gigante exterminador que con sofistificadas armas se liquida soldados en la selva tiene el mismo tamaño, en la pequeña pantalla, que los dirigentes serbios y su argumento parece a veces hasta más creíble. ¿Por qué se están matando gentes que eran tan simpáticas y tan entrañables cuando fuimos allí de veraneo? ¿Hemos sido nosotros los que tomábamos las uvas mientras sonaban las doce campanadas en la Puerta del Sol, o eran artistas, locutores y cómicos los que nos rodeaban, alzando las copas y deseándonos felicidad?. ¿Hemos estado personalmente en la revuelta de Chiapas, saludado con la mano a la cámara desde la Plaza del Campoamor en la entrega de Premios Príncipe de Asturias, ganado el Jacobeo caminando con venera desde el monte do Gozo hasta el Obradoiro?.
Sepultado el recuerdo propio bajo toneladas de imágenes ajenas de idéntico tamaño, no es extraño que tengamos dudas acerca del protagonismo que realmente nos corresponde. A veces, todo parece una inocentada. Se justifica que confundamos lo que hemos vivido directamente, con la película que hemos proyectado del videoclub y la historia de los personajes reales que, interpretándose a sí mismos, parecen increíbles. ¿Cuántas veces nos ha sucedido el 28 de diciembre, día de los Inocentes, el que nos creyeramos que era inocentada lo que era realidad cruda y dura?.
No es tan sencillo, por ello, valorar el año que se ha terminado y mucho menos llegar a un acuerdo acerca de si los diosecillos de la fortuna a los que hemos conjurado a finales de 1992, combinados con los buenos deseos de felicidad de familiares, amigos, proveedores, subordinados, despistados, interesados, metódicos, tópicos, etc, han tenido el efecto pretendido. Juzque cada uno respecto a cómo le haya ido. Para la mayoría, seguramente, cabrá decir que si 1993 no ha sido un año bueno, al menos, si ha sido un año entretenido.
No debemos, sin embargo, caer en la frivolidad de ignorar que, para muchos, ha sido un año difícil. Han crecido las dificultades para encontrar el primer empleo, se han hecho monumento megalítico los problemas para encontrar el último o el penúltimo a partir de los cuarenta años, han suspendido pagos más empresas, ha habido más problemas para el campo y los sectores de servicios y tecnologías parecen haberse tomado un respiro.
A nivel internacional, hemos tenido que sobrevivir de guerras, catástrofes, quiebras, inundaciones y terremotos. Se han quemado algunos palacios, pero son más preocupantes los bosques que han ardido. En la parte del annus horribilis, se encuentran los vestigios de la creciente degradación de la vida pública, algún superviviente lesionado de los petromochos, oyentes atónitos de las confidencias de alcoba de los magníficos, testigos de la crisis fulgurante de los engominados, ayudados de la proliferación de Gilas, Faeminos, Cansados, Martes, Cruces, Lagos y Carrás, 1993 ha sido un año divertido.
Desde esa perspectiva relajada, y supervivientes de las crisis, la enseñanza del 93 ha sido la confirmación de un mensaje ya histórico: todo lo que sucede a quienes dirigen el cotarro corre el riesgo permanente de formar parte de un gran reality show que, tarde o temprano, acabaremos viendo en todo o en parte en la televisión.
Para esa máquina de la verdad que presenta sucesivamente Tangentes, Filesas, Delates y dislates, Condes y Mateos, pueden corresponder todavía apenas unos actores secundarios de la gran tragicomedia del mundo; pero no habrá más que sentarse a esperar para ver a las primeras figuras proclamar su inocencia, ponerse verdes por un quítame allá esas pajas o discutir con el mayordomo como verduleras de patio de vecindad. Se empeñan en no contradecir a Schopenhauer, cuando filosofaba -tal vez, en otro contexto-que una parte del mundo es estéticamente una taberna de borrachos, intelectualmente un asilo de locos y moralmente una cueva de ladrones.
La macroeconomía se acerca mucho al ciudadano medio, que ya comprende de la relación entre el ipc y la creación de empleo, que ha sabido bastante de lo que significa que los sindicatos se metan a empresarios y los empresarios a políticos y, en general, que unos jueguen al papel de los otros.
Juan Salvador Gaviota ve, desde su cortedad, la subida fulgurante a las alturas de la biutíful pípol y la caída estrepitosa, como en el mito de Icaro. No se inmuta ante los anuncios de bombones protagonizados por antaño poderosos empresarios, apenas tuerce un ojo para atisbar en una revista especializada las intimidades menos confesables de señoras y caballeros a quienes conoce por la tele y, en ámbito local, apenas sale de su asombro cada vez que se anuncia que una multinacional va a implantar un centro de transferencia o una destiladora de petróleo, ni le importa una gaita que falte algún gaitero en el advenimiento de césar a su tierra.
El año 1993 ha sido, si se mira bien, un año divertido. No faltó el guiño final de que uno de los principales banqueros del país tuviese su Waterloo el día de los Inocentes. La gran teoría de la casualidad se consolida como la más sólida para predecir nuestro comportamiento colectivo. ¿Es el más inteligente el que alcanza la máxima capacidad de decisión?. Raramente. ¿El político más honesto tiene la máxima credibilidad?. Pocas veces. ¿Es más feliz quien más lo persigue? Ni pensarlo. Por el contrario, al que Dios se lo de, san Pedro se la bendiga.
Galbraith escribió que lo único que es seguro en política como en economía es que los que no saben harán firmes predicciones. Alguien con carisma ha acuñado la frase inspirada de que a la operación de Banesto dicen que le ha faltado arquitectura y sobrado ingeniería (financiera). Es decir, le ha sobrado imaginación y le ha fallado el armazón. También podría haber dicho que muchos actúan con mala economía y no les falta un buen derecho. O que no se pueden poner puertas al campo ni les sobra medicina de curar, para mal definir los grandes misterios de la vida. Un Banco forma parte de la macroeconomía de un país, y por lo tanto no se puede juzgar con el manual del buen empresario en la mano.
Hace falta mucha iusión para creer que todo esto puede enderezarse, y sin embargo, creemos que esto se va a conseguir. Primero, por la propia fuerza de lo vital, y después porque alguna vez nos tocará tener más suerte. A ver si alguien descubre la combinación para sacar algo en limpio del casino de la historia.
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