Al socaire: Manejando hechos o ideologías (1)
Ayer asistí a una de esas falsas discusiones en los que ambos discrepantes exponen sus razones sin escuchar las del otro. Se trata, en rigor, de dos monólogos paralelos, cuyo fundamento puede ser el que los interlocutores están convencidos a priori de que son poseedores de la verdad, y, en consecuencia, utilizan la ocasión como excusa para demostrar su erudición y sus convicciones ante un tercero, que, incapacitado para terciar en la conversación –no le dejarían- se limita a sonreir como un imbécil.
Hablaban de España, esto es, de lo que está pasando en este país, de la explicación que ambos encontraban para que las cosas estuvieran evolucionando de una determinada manera y no de otra. Sobre todo, los discrepantes no escatimaban el reproche a las posiciones de los otros, culpándoles de su falta de ayuda, atribuyéndoles torpeza intelectual, aficiones a la corrupción y, en suma, todos cuantos desmanes se pueden pensar del más reprobable de los humanos.
En las casi dos horas de conversaciones paralelas, yo adopté la posición del observador, siempre cómoda, pero es que no quería desnivelar la balanza, interesado en que la conversación se mantuviera, por ver si llegaban a un final distinto del mutuo agotamiento.
No había, a la postre, mucho que hacer aquella tarde. Así que les dejé que pasaran revista a una buena proporción de los temas en los que los dirigentes de los partidos políticos mayoritarios han concentrado últimamente su búsqueda de las dos Españas.
La situación vivida en mi diminuto banco de pruebas no hacía sino repetir, a escala reducida, lo que es lugar común en los debates que ahora se producen. No se pretende, el intercambio de pareceres, ni el enriquecimiento ideológico, ni mucho menos la búsqueda de la verdad que pueda estar en el otro, sino declamar en voz alta lo bien que se entiende el mundo en que vivimos. La escenificación de las diferencias de criterio parece más enfocado a juzgar la actitud y talante de los líderes políticos que a deslindar las razones que podrían sustentarlos.
Como si los conocieran de cerca, los tertulianos hablan hoy de los personajes que pueblan nuestro mundo exterior, utilizando solo sus nombres de pila, definiendo sus caracteres con firmes pinceladas. El uno será pusilánime, el otro descarado, la una no era nada inteligente; se mezclan circunstancias personales, íntimas algunas, con anécdotas de pacotilla. No hay debate sobre reformas sociales, mejora de las prestaciones sanitarias, impulso al desarrollo económico o análisis de la gestión de los recursos a escala internacional, por poner algunos ejemplos de los que, quizá con idénticos interlocutores, hubieran alimentado las discusiones universitarias de los años sesenta y setenta. No.
En un momento dado, uno de los protagonistas, pretendiendo ser demoledor definitivamente, dijo: “No nos entendemos, porque yo manejo hechos y tú ideologías.”
Esta frase me hizo pensar que hace tiempo que incluso quienes nos damos de intelectuales, no manejamos ideologías, sino hechos. Nos interesan tanto los elementos concretos que hemos perdido interés por la perspectiva.
Hablaban de España, esto es, de lo que está pasando en este país, de la explicación que ambos encontraban para que las cosas estuvieran evolucionando de una determinada manera y no de otra. Sobre todo, los discrepantes no escatimaban el reproche a las posiciones de los otros, culpándoles de su falta de ayuda, atribuyéndoles torpeza intelectual, aficiones a la corrupción y, en suma, todos cuantos desmanes se pueden pensar del más reprobable de los humanos.
En las casi dos horas de conversaciones paralelas, yo adopté la posición del observador, siempre cómoda, pero es que no quería desnivelar la balanza, interesado en que la conversación se mantuviera, por ver si llegaban a un final distinto del mutuo agotamiento.
No había, a la postre, mucho que hacer aquella tarde. Así que les dejé que pasaran revista a una buena proporción de los temas en los que los dirigentes de los partidos políticos mayoritarios han concentrado últimamente su búsqueda de las dos Españas.
La situación vivida en mi diminuto banco de pruebas no hacía sino repetir, a escala reducida, lo que es lugar común en los debates que ahora se producen. No se pretende, el intercambio de pareceres, ni el enriquecimiento ideológico, ni mucho menos la búsqueda de la verdad que pueda estar en el otro, sino declamar en voz alta lo bien que se entiende el mundo en que vivimos. La escenificación de las diferencias de criterio parece más enfocado a juzgar la actitud y talante de los líderes políticos que a deslindar las razones que podrían sustentarlos.
Como si los conocieran de cerca, los tertulianos hablan hoy de los personajes que pueblan nuestro mundo exterior, utilizando solo sus nombres de pila, definiendo sus caracteres con firmes pinceladas. El uno será pusilánime, el otro descarado, la una no era nada inteligente; se mezclan circunstancias personales, íntimas algunas, con anécdotas de pacotilla. No hay debate sobre reformas sociales, mejora de las prestaciones sanitarias, impulso al desarrollo económico o análisis de la gestión de los recursos a escala internacional, por poner algunos ejemplos de los que, quizá con idénticos interlocutores, hubieran alimentado las discusiones universitarias de los años sesenta y setenta. No.
En un momento dado, uno de los protagonistas, pretendiendo ser demoledor definitivamente, dijo: “No nos entendemos, porque yo manejo hechos y tú ideologías.”
Esta frase me hizo pensar que hace tiempo que incluso quienes nos damos de intelectuales, no manejamos ideologías, sino hechos. Nos interesan tanto los elementos concretos que hemos perdido interés por la perspectiva.
2 comentarios
Administrador del blog -
Una Humanidad sin ideología sería, para mí, un grupo de animales irracionales. La evolución del ser humano como especie, la búsqueda de la máxima satisfacción del colectivo, la eliminación de las desigualdades injustas, es un propósito que, hoy por hoy, apareciendo como inalcanzable, es suficiente para guiar los pasos inmediatos.
La frase de la Santa de Avila tiene una estupenda aplicación en otros ámbitos. En lo concreto, hay que ir dando con el mazo. Pero si lo que pretendemos es hablar de los grandes objetivos, hay que esgrimir razones.
Luis -