Al socaire: Israel y Hezbolá: Una paz difícil desde un entendimiento imprescindible (y 2)
No hay que extrañarse, pues, que cuando las diferencias se produzcan entre colectivos fuertemente armados, y los países con mayor poder (economía, armamento, población, intereses) miran a otro lado mientras atienden a sus propios intereses, la situación degenere fácilmente en una guerra regional o en un conflicto civil entre facciones. Mientras los observan destruirse, los grandes miden fuerzas, prueban armas, tientan sus poderes.
Israel (La fuerza de Dios) y Hezbolá (El partido de Dios) están sumidos en una guerra que sigue una escalada progresiva, avanzando en un pozo que, para las partes actualmente en conflicto, es cada vez más negro y más profundo. Y que corre, desde luego, el peligro de degenerar en una confrontación de mayor extensión si este banco de pruebas no se resuelve a satisfacción de ambos contendientes, los visibles y los invisibles.
No es una guerra de religión, ni quienes la dirigen y ejecutan desconocen un principio común a las creencias de ambos contendientes y, por lo demás, elemental: no matarás. Como todas las guerras, es una guerra de intereses económicos, unos específicos (tener más tierras, más agua); otros difusos (controlar la producción de petróleo, mantener la hegemonía mundial). Los protagonistas aparentes representan intereses más amplios que los propios.
La comunidad internacional -quiero decir, la occidental-, ha expresado, de forma prácticamente unánime, que las hostilidades deben cesar, y, con matices, que no ha de haber vencederos ni vencidos. La concreción de ese deseo tiene muchos matices. Porque si es cierto que dos maneras de entender el mundo han elegido ese escenario bélico para medir sus fuerzas a cañonazos, guardando de momento sus armas más mortíferas, la solución tiene que contentar los intereses de los que están detrás.
Algunos lugares comunes: Hezbolá no representa a la totalidad del mundo árabe, y su ideología es solo una expresión beligerante de las diferencias entre suníes y chiíes que está dividiendo al mundo islámico. La alianza de civilizaciones, que pareció contar con el apoyo de las potencias, incluso de Estados Unidos, no es factible más que desde una postura de tolerancia y respeto recíprocos entre occidente y oriente.
La alianza, e incluso la coexistencia pacífica, son posturas imposibles mientras no se diluya la obsesión por la dominación chií sobre los países árabes, que cuenta con el liderazgo de Irán, apoyado por Siria (que no está por ello, en principio, interesada en un Líbano democrático) y por Hezbolá y Hamás.
La disminución de la tensión implica que Egipto, Arabia Saudita y Jordania (por citar solo a aquellos más próximos al área en conflicto) han de contar con mandatarios con autoridad entre los árabes, y ser ejemplo de democracia y prosperidad en su entorno.
La simpatía occidental hacia ciertos países árabes, traducida en desembolsos económicos y ayuda bélica, y la marginación y el castigo continuado a otros, supone una toma de posiciones equivocada que favorece y alimenta la tensión en el mundo árabe.
La situación de persistente discrepancia ideológica y económica solo necesita de una excusa para generar en un conflicto armado. Israel ha sido ariete en bastantes ocasiones. Unas veces ha sido la inestabilidad de Palestina, el secuestro de militares israelíes o la constitución de una franja defensiva del estado forzado de Israel.
Por sus resultados, se puede deducir que, aunque se han expresado varias fórmulas por manejar la tensión entre Palestina e Israel, el interés de encontrar una solución definitiva nunca ha contado con pleno apoyo de las potencias. Así se dejó que Palestina evolucionase a peor, se incrementó la ayuda a Israel, convirtiendo a los palestinos en sus criados, se marginó a Siria y Argelia, se ignoró a Líbano. Se mantienen como colonias virtuales de los países ricos a Marruecos y Túnez, incluso a Egipto.
El éxito electoral de Hamás en Palestina llevó a este partido revolucionario a plantearse la necesidad de reconocer Israel, algo que la dirección exiliada de Hamás no podía admitir, por lo que, sabiendo lo que hacía, ordenó el ataque contra un puesto militar israelí.
La respuesta militar de Israel, premeditada o cayendo en la trampa de la provocación, causó muchos muertos palestinos y desplegó un plan trazado de antemano, porque los radicales se consideraron legitimados. Hezbolá apoyó la acción capturando por su parte a dos soldados israelíes. Irán, manejando la situación entre bambalinas, desviaba así la atención internacional sobre su programa nuclear.
Ni siquiera la situación que da origen a las hostilidades manifiestas es, por lo demás, nueva. En junio de 1982, Israel había invadido el sur de Líbano en la llamada Operación de Paz para Galilea, por la que se pretendía expulsar a la OLP del sur y crear una franja protectora de los asentamientos coloniales del Norte del país. Hoy Israel pretende crear una franja de 40 km en el sur del Líbano. Entonces el motivo alegado fue el atentado contra el embajador de Israel en el Reino Unido, Shlomo Argov, que se atribuyó a la OLP.
¿Qué consiguió entonces Israel? Aumentar las razones sentimentales de que disponía su enemigo, Hezbolá, entre los radicales islamistas, convirtiéndose en fuerza del Estado dentro de Líbano. Se incrementó la cohesión de las facciones árabes simpatizantes del chiísmo. Se estrecharon los lazos entre Siria e Irán. Paralelamente, se generó un monstruo en Irak. Y se debilitó la argumentación en favor de los países pro-occidentales entre los árabes moderados.
Esta confrontación tiene que detenerse de inmediato. Hay que recuperar el acuerdo de Beirut de 2002, y hacerlo cumplir. Entonces el mundo árabe firmó una paz completa, que incluía relaciones pacíficas con Israel, a cambio de que este país, retrocediera a las fronteras de 1967 y aceptara un estado palestino.
Claro que esta es una situación muy difícil de plasmar en la práctica, si Israel, con el apoyo de los Estados Unidos, se niega a cumplir el acuerdo. Prefieren tener a un estado palestino fragmentado, y contar con un ejército poderoso en la zona.
No tengo buena opinión de las capacidades de la política exterior norteamericana. Sus propuestas parecen inclinarse porque el sur del Líbano sea controlado por el ejército libanés -ignorando que contiene elementos chíies- y que se fragmente o destruya a Hezbolá. La fórmula tiene colores parecidos a la que se pretendió imponer en Irak, hoy sumergido en una guerra civil.
Hoy mismo, el ataque israelí a Beirut, que ha sido sometido indiscriminadamente a un bombardeo, no servirá sino para despertar nuevas simpatías entre los libaneses neutrales.También creo poco factible e la presencia de una fuerza internacional en la frontera entre Líbano e Israel, porque el interlocutor habría de ser Hezbolá y no el gobierno libanés. Un gobierno, además, que no ignoraba -ni el ni nadie enterado de los movimientos en la zona- que el ejército de Hezbolá estaba acumulando cohetes Katiuska en su zona (y ahora posee incluso Fajr 5 de fabricación iraní, con alcance de 90km), con un objetivo claro: Israel.
A mí me parece que la presión internacional, capitaneada, por Estados Unidos y por la Unión Europea, pero contando también con la incorporación de los países árabes de tendencia suní, debe conducir a las partes a un inmediato cese de hostilidades. La negociación no puede dejarse a los contendientes, debe imponerse desde la autoridad de los intereses superiores, y bajo el principio de la falta de legitimidad para dirimir los conflictos con la lucha armada, en una guerra no declarada que afecta, sobre todo, a las poblaciones civiles.
Hay que tener la valentía de replantear, seguramente, la cuestión de los límites del estado Israelí y Palestino, y expresar a los Estados con tendencia shií que el mundo occidental, puede y quiere, entenderse con ellos. Habrá que darles argumentos, y colaboración, para que vean que su Dios, como el nuestro, como el de todos los creyentes y no creyentes civilizados, no tiene interés en que ventilemos nuestras diferencias a bofetadas, sino que nos ha dejado libres para construir un mundo mejor. Desde el apoyo común, la comprensión de los otros, concentrémonos en la exterminación de la pobreza, en la búsqueda de la mayor felicidad para el ser humano.
¿Es tan difícil? ¿Habrá que recrear otro Dios que abomine de aquel que tuvo un día la debilidad de adoptar nuestra naturaleza para darnos ejemplo de vida?
Israel (La fuerza de Dios) y Hezbolá (El partido de Dios) están sumidos en una guerra que sigue una escalada progresiva, avanzando en un pozo que, para las partes actualmente en conflicto, es cada vez más negro y más profundo. Y que corre, desde luego, el peligro de degenerar en una confrontación de mayor extensión si este banco de pruebas no se resuelve a satisfacción de ambos contendientes, los visibles y los invisibles.
No es una guerra de religión, ni quienes la dirigen y ejecutan desconocen un principio común a las creencias de ambos contendientes y, por lo demás, elemental: no matarás. Como todas las guerras, es una guerra de intereses económicos, unos específicos (tener más tierras, más agua); otros difusos (controlar la producción de petróleo, mantener la hegemonía mundial). Los protagonistas aparentes representan intereses más amplios que los propios.
La comunidad internacional -quiero decir, la occidental-, ha expresado, de forma prácticamente unánime, que las hostilidades deben cesar, y, con matices, que no ha de haber vencederos ni vencidos. La concreción de ese deseo tiene muchos matices. Porque si es cierto que dos maneras de entender el mundo han elegido ese escenario bélico para medir sus fuerzas a cañonazos, guardando de momento sus armas más mortíferas, la solución tiene que contentar los intereses de los que están detrás.
Algunos lugares comunes: Hezbolá no representa a la totalidad del mundo árabe, y su ideología es solo una expresión beligerante de las diferencias entre suníes y chiíes que está dividiendo al mundo islámico. La alianza de civilizaciones, que pareció contar con el apoyo de las potencias, incluso de Estados Unidos, no es factible más que desde una postura de tolerancia y respeto recíprocos entre occidente y oriente.
La alianza, e incluso la coexistencia pacífica, son posturas imposibles mientras no se diluya la obsesión por la dominación chií sobre los países árabes, que cuenta con el liderazgo de Irán, apoyado por Siria (que no está por ello, en principio, interesada en un Líbano democrático) y por Hezbolá y Hamás.
La disminución de la tensión implica que Egipto, Arabia Saudita y Jordania (por citar solo a aquellos más próximos al área en conflicto) han de contar con mandatarios con autoridad entre los árabes, y ser ejemplo de democracia y prosperidad en su entorno.
La simpatía occidental hacia ciertos países árabes, traducida en desembolsos económicos y ayuda bélica, y la marginación y el castigo continuado a otros, supone una toma de posiciones equivocada que favorece y alimenta la tensión en el mundo árabe.
La situación de persistente discrepancia ideológica y económica solo necesita de una excusa para generar en un conflicto armado. Israel ha sido ariete en bastantes ocasiones. Unas veces ha sido la inestabilidad de Palestina, el secuestro de militares israelíes o la constitución de una franja defensiva del estado forzado de Israel.
Por sus resultados, se puede deducir que, aunque se han expresado varias fórmulas por manejar la tensión entre Palestina e Israel, el interés de encontrar una solución definitiva nunca ha contado con pleno apoyo de las potencias. Así se dejó que Palestina evolucionase a peor, se incrementó la ayuda a Israel, convirtiendo a los palestinos en sus criados, se marginó a Siria y Argelia, se ignoró a Líbano. Se mantienen como colonias virtuales de los países ricos a Marruecos y Túnez, incluso a Egipto.
El éxito electoral de Hamás en Palestina llevó a este partido revolucionario a plantearse la necesidad de reconocer Israel, algo que la dirección exiliada de Hamás no podía admitir, por lo que, sabiendo lo que hacía, ordenó el ataque contra un puesto militar israelí.
La respuesta militar de Israel, premeditada o cayendo en la trampa de la provocación, causó muchos muertos palestinos y desplegó un plan trazado de antemano, porque los radicales se consideraron legitimados. Hezbolá apoyó la acción capturando por su parte a dos soldados israelíes. Irán, manejando la situación entre bambalinas, desviaba así la atención internacional sobre su programa nuclear.
Ni siquiera la situación que da origen a las hostilidades manifiestas es, por lo demás, nueva. En junio de 1982, Israel había invadido el sur de Líbano en la llamada Operación de Paz para Galilea, por la que se pretendía expulsar a la OLP del sur y crear una franja protectora de los asentamientos coloniales del Norte del país. Hoy Israel pretende crear una franja de 40 km en el sur del Líbano. Entonces el motivo alegado fue el atentado contra el embajador de Israel en el Reino Unido, Shlomo Argov, que se atribuyó a la OLP.
¿Qué consiguió entonces Israel? Aumentar las razones sentimentales de que disponía su enemigo, Hezbolá, entre los radicales islamistas, convirtiéndose en fuerza del Estado dentro de Líbano. Se incrementó la cohesión de las facciones árabes simpatizantes del chiísmo. Se estrecharon los lazos entre Siria e Irán. Paralelamente, se generó un monstruo en Irak. Y se debilitó la argumentación en favor de los países pro-occidentales entre los árabes moderados.
Esta confrontación tiene que detenerse de inmediato. Hay que recuperar el acuerdo de Beirut de 2002, y hacerlo cumplir. Entonces el mundo árabe firmó una paz completa, que incluía relaciones pacíficas con Israel, a cambio de que este país, retrocediera a las fronteras de 1967 y aceptara un estado palestino.
Claro que esta es una situación muy difícil de plasmar en la práctica, si Israel, con el apoyo de los Estados Unidos, se niega a cumplir el acuerdo. Prefieren tener a un estado palestino fragmentado, y contar con un ejército poderoso en la zona.
No tengo buena opinión de las capacidades de la política exterior norteamericana. Sus propuestas parecen inclinarse porque el sur del Líbano sea controlado por el ejército libanés -ignorando que contiene elementos chíies- y que se fragmente o destruya a Hezbolá. La fórmula tiene colores parecidos a la que se pretendió imponer en Irak, hoy sumergido en una guerra civil.
Hoy mismo, el ataque israelí a Beirut, que ha sido sometido indiscriminadamente a un bombardeo, no servirá sino para despertar nuevas simpatías entre los libaneses neutrales.También creo poco factible e la presencia de una fuerza internacional en la frontera entre Líbano e Israel, porque el interlocutor habría de ser Hezbolá y no el gobierno libanés. Un gobierno, además, que no ignoraba -ni el ni nadie enterado de los movimientos en la zona- que el ejército de Hezbolá estaba acumulando cohetes Katiuska en su zona (y ahora posee incluso Fajr 5 de fabricación iraní, con alcance de 90km), con un objetivo claro: Israel.
A mí me parece que la presión internacional, capitaneada, por Estados Unidos y por la Unión Europea, pero contando también con la incorporación de los países árabes de tendencia suní, debe conducir a las partes a un inmediato cese de hostilidades. La negociación no puede dejarse a los contendientes, debe imponerse desde la autoridad de los intereses superiores, y bajo el principio de la falta de legitimidad para dirimir los conflictos con la lucha armada, en una guerra no declarada que afecta, sobre todo, a las poblaciones civiles.
Hay que tener la valentía de replantear, seguramente, la cuestión de los límites del estado Israelí y Palestino, y expresar a los Estados con tendencia shií que el mundo occidental, puede y quiere, entenderse con ellos. Habrá que darles argumentos, y colaboración, para que vean que su Dios, como el nuestro, como el de todos los creyentes y no creyentes civilizados, no tiene interés en que ventilemos nuestras diferencias a bofetadas, sino que nos ha dejado libres para construir un mundo mejor. Desde el apoyo común, la comprensión de los otros, concentrémonos en la exterminación de la pobreza, en la búsqueda de la mayor felicidad para el ser humano.
¿Es tan difícil? ¿Habrá que recrear otro Dios que abomine de aquel que tuvo un día la debilidad de adoptar nuestra naturaleza para darnos ejemplo de vida?
2 comentarios
Administrador del blog -
Parece que los números de serie de algunas de las armas incautadas por el ejército israelí han servido para identificar los sofisticados AT-5 Spandrel, desarrollados en Rusia, y hábilmente copiados por Irán. También se encontraron misiles antitanque tipo Kornet con la leyenda: "Customer: Ministry of Defence of Syria. Supplier: KBP, Tula, Russia."
Este tipo de armas requieren entrenamiento especializado. El Kornet, desarrollado por Rusia en 1994, es un misil guiado por láser con cabeza de gran penetración, que se estaba vendiendo a Siria desde 1998.
No fue, pues, una guerra improvisada por ninguna de los dos partes.
Podemos, en fin, estar de acuerdo, si no con la premisa mayor, sí con la premisa menor de la afirmación del Presidente Bush, que criticó a Irán y a Siria por fomentar el conflicto entre Israel y Hezbolá: "We can only imagine how much more dangerous this conflict would be if Iran had the nuclear weapon it seeks".
Nos lo imaginamos. Pero, ¿no es lo sensato extraer otra consecuencia que amenazar a Irán con una invasión preventiva similar a la que se llevó a cabo en Irak?
Administrador del blog -
El Gran Israel iría desde el río Nilo, en Egipto hasta el Eufrates, en Irak, e incluye el río Yarmuk, uno de los afluentes del Jordán.
El agua es vida, pero puede representar muerte y destrucción para quienes la poseen cuando los intereses económicos pasan a primer término...