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El blog de Angel Arias

Novela: Contra Elias (fragmento del capitulo Primero, Sección 3. "Esperanza")

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 Esperanza acabará encontrando en algún sitio del apartamento, en el frasco con el sucedáneo del azúcar, debajo de la cama no porque utiliza una especie de jergón directamente sobre el suelo, ay mis huesos, una fotocopia de un papel arrugado que a lo mejor para ella no tiene ningún valor, porque estas niñas que no han nacido son difíciles de imaginar, pero la quiero con las piernas muy rectas, y un culito redondo y terso y unas tetillas ni grandes ni pequeñas. 

Si ves el papel y te fijas en lo que hay escrito en él, querida amiga de mi vejez, hallarás cosas que una vez le dediqué a otra mujer. También ella tenía la melena alborotada y morena, y parecía recatada aunque aceptó sin apenas conocerme una invitación a cenar, qué casualidad, tú por Sevilla, déjame avisar a casa, quieres, para que den la cena a los niños. Estuvimos tomando unas copas deambulando por distintos sitios hablando primero del tiempo y luego de la filosofía de la vida y finalmente del amor y del despecho, de lo complicado que es contener un deseo cuando no hay razones, ni doctrina, ni daños.

Al avanzar la noche, se dejaba tocar bajo la falda el muslo frío, pero qué haces, tocón, no creas que yo soy así, nos van a ver en este plan, a mí me conocen aquí, ¿te vienes al hotel?, no, no, pero qué te has creído, pues nos vamos a tu casa, que seguro que tus hijos ya duermen y estamos un rato juntos en tu cama grande, tu estás loco, qué te imaginas qué es Sevilla.
 

Hasta las cuatro de la mañana no fuimos al hotel ni subimos hasta su piso, porque me gustas pero estoy con la regla, me importa un carajo, me pongo un preservativo, es que me da corte porque estoy tan nerviosa, no te preocupes, que no te hago daño o si quieres me echo a tu lado únicamente por el gusto de verte desnuda y tocarte un poco, soy como todas.

En realidad pienso que nunca te conoceré bastante, que cambias de continuo, que hace sólo unas horas eras otra persona, pues ya ves. Estuve inventando historias absurdas que no tenían más objetivo que rendirla, una mezcla desatinada de introducción a la inmoralidad, pizcas de sexo y algo de política.
 

-Mientras tú y yo estamos aquí, dudando en hacer lo que queremos, mi mujer y un tal Rogelio seguro que están dándose el lote sin trabas, como dos recién casados.
-No lo creo. En todo caso, ¿qué?. ¿Qué nos importa a nosotros?.
-Pues claro que importa. El ser humano por sí mismo no es casi nada. La mayor parte de lo que somos, lo somos por referencia a las ideas de los otros. ¿O acaso crees que tu marido es infiel porque le apetece?.
-Sí.
-No. Es infiel porque tú lo quieres así. Si no te importara lo que él hiciera con otras mujeres, su fidelidad dejaría de ser un concepto que te fuera necesario expresar. ¿Te das cuenta?. ¿Me has entendido?. ¿Le eres fiel?
-Ya ves que no. Soy capaz de dedicar cinco horas de una noche a hablar de intimidades con otro hombre.
-Entonces, lo más normal es que emplees dos horas más para hacer el amor con él. Así tu complejo de culpa será completo.
-El sexo es otra cosa, aunque para mí esta noche me sabe igual que si hubiéramos estado juntos varias noches. No sé por qué me comporto así. Creo que he sido seducida. Me impresionaste como si fuera una quinceañera.
-No me engaña tu pudor. Distingo bien la diferencia entre estar enlazado a un bello cuerpo desnudo o tomar café con un alma atormentada. -¿Me ves como un alma atormentada?
-No quisiera que me interpretases mal. En el momento en que amamos a una persona, la hacemos diferente. El amor nos convierte en dioses. Actuamos sobre ella, la completamos a imagen y semejanza de lo que nos gusta.
-Vas a tener razón. Hemos llegado a ese momento de una relación en el que las palabras ya no tienen sentido. Empiezo a no entenderte, así que supongo que me gustaría acostarme contigo. 

Su conclusión me pareció una brisa suave sobre el alma. La besé dulcemente, sosteniendo su cabeza con mis manos. Ella cerraba los ojos, y yo acariciaba sus orejas, moviendo mi lengua por su boca. Después de aquella demostración de afecto en medio de la calle vacía, con un silencio únicamente roto por un empleado de la limpieza que manejaba una manguera, aparentemente ajeno a nosotros, volvimos a caminar entrelazados. Yo la conducía al hotel. 

-¿Rogelio es el amante de tu mujer?
-No, no. Jamás pensaría en acostarse con mi mujer. Ellos dos me traicionan ideológicamente. Además, que se acostaran juntos no me hubiera importado. Rogelio está por encima de esas cosas, es homosexual. Lo que están haciendo juntos es más maligno. Amelia y él son cómplices políticos, me utilizan para sus intereses como un juguete.
-Me resisto a entender de política.
-Sube a mi cuarto. Te lo explicaré mientras tomamos la última copa. 

Ella urdió todavía algunas excusas para comprobar mi insistencia, sabes demasiado de mí para querer acostarte conmigo. Cuando estábamos ante la puerta del hotel, accedió sin remilgos a subir hasta la habitación, estoy tan cansada, me vendrá bien echarme un poco, pero no esperes que pase aquí toda la noche. 

 Ese papel está escrito a la tarde siguiente, cuando me imaginaba Sevilla con muchas antenas parabólicas en los tejados y suponía que mis pecados bien podían llegar a ser propagados desde esas antenas a los lugares más remotos del mundo, placer de un ególatra, qué gozo.

Estaba haciendo tiempo para ir al aeropuerto, sentado frente a los jardines de Murillo mientras tomaba un café con hielo, y me entró el gusto de confeccionar jugando dos listas de cosas contrarias, con la mera intención de fabricar un catecismo esotérico pero nada engreído.

Estaba pensando en otras noches que me habían hurtado mujeres como aquella, en las inversiones estériles en vino blanco de marca y peces espada al horno con patatas paja, y de postre un helado de la casa servido con decoración de chispas fosforescentes. Pensaba en las Esperanzas que tenían novio estable o una angustia grande que no pude romper. Amaban su tranquilidad.
 

El trazo apurado demuestra que se me agolpaban las ideas, quería vaciarme antes de que la bandada ingeniosa escapase. Amelia se convertía en una sombra en Madrid y las gestiones que debía haber ejecutado en Sevilla habían sido sustituídas por el hallazgo de una mujer adorable con escrúpulos vencibles. Me decidí a escribir sobre lo que sentía, a dar mi opinión sobre cuanto había estado haciendo hasta entonces, a desvelar la forma en que me vería comprometido para el futuro. No para construir, no para vivir en él. Para deshacerlo. Romperlo.  

Esperanza verá, manchado de canela y melaza y con las dobleces sucias y muestras de grasa, un papel viejo repleto de garabatos sin sentido, aunque -atendiendo más- distinguirá algo que le parecerá un rostro de mujer con rizos enmadejados y los ojos grandes, un dibujo de trazo fino pero firme revisado mil veces, un retrato frustrado que a lo mejor le recuerda a ella misma. Más abajo hay un montón de palabras que empiezan a ordenarse con cierto abandono, alternándose con otros dibujos y grafismos, para terminar componiendo dos listas escritas con letra pequeña, como una receta de cocina.

Al principio no sabrá que se trata de dos grupos de cosas diferentes, y a lo mejor no lo sabrá nunca, si no tiene paciencia y decide romper el papel sin descifrar el contenido. Habrá dejado en el correo electrónico su anuncio nuevo, grabando en vídeo su imagen risueña, sentada sobre la silla argentina:
 -Hola, soy Esperanza. Tengo dieciséis años, hablo varios idiomas, estoy especializada en hacer el amor con personas mayores. Conozco posturas suaves y muy excitantes para ancianos. Hago rebaja del diez por ciento a pacientes de osteoporosis y a prostáticos. Me interesan, sobre todo, clientes fijos. 

En una parte verá Espe que alguien escribió quiero volver a la niñez, permanecer eternamente adolescente, conquistar a una bella mujer, quiero encontrar la palabra justa con que llamar la atención de los jóvenes, ser suficientemente hermoso para poder contemplar sin turbación la belleza de los demás.

En esta parte quiero obtener regularmente el premio del amor, pido poder contar con vida un viaje exótico y algo peligroso, aunque sea un largo viaje imaginario, y también quiero tener ciertos amigos pero no demasiados y tampoco muy verdaderos, y éxito, con palabras más grandes, deseo el éxito para ser envidiado que es una sensación de lo más placentera, y por supuesto dinero y muchas ideas para hacer lo que me venga en gana, y finalmente deseo ponerle los cuernos a un extranjero, preferiblemente árabe, quiero inventar algo que no resulte tan difícil aunque tan efectivo, tener un gato blanco con un cascabel rojo al que atropelle sin matarlo un coche conducido por una mujer rubia y delgada estando yo presente en día inspirado y con sombrero nuevo.
 

Me habrán devuelto al asilo y estaré cuidando geranios que se me mueren siempre por el invierno pero que es muchísimo mejor que dar ortigas, y Esperancita verá que el papel tiene una segunda mitad. Allí están escritas cosas que parecen de otra familia de ideas, miedos y batallas que habré ido librando y a saber cuántas tendré perdidas entonces.

Porque también escribí sumergirme en la vejez sin poder dominarla, caer en la cuenta de que tengo una enfermedad grave o incurable, padecer un defecto físico que me haga ante los demás repelente, presenciar un asesinato, peor ser el autor de un accidente que causa la muerte de alguien, estar a punto de ahogarme aunque dicen que la sensación es tal vez placentera, no tener o tener demasiado trabajo, así como ser traicionado por los amigos, así como caer en ridículo.

Pero para un viejo eso ya no es tan importante, es peor que me quiten la libertad, y mucho más perder inteligencia sin que sea en cantidad suficiente como para no advertir que me estoy volviendo tonto, que me pongan los cuernos, que me falte valor para el suicidio si es necesario. Lo peor es no tener ideales, no creer en nada.
  Resulta gracioso imaginar a Esperanza grabando un nuevo mensaje, y reconocerme en el anciano de aspecto risueño, bigote blanco y pelo ralo que se mueve haciendo muecas detrás de esa niña adornada como para una fiesta, jugando a ser actriz cuando su único propósito es vender más caro su bello cuerpo. 

-Hola, soy Esperanza. Tengo quince años. Hablo cuatro idiomas, conozco varios lenguajes informáticos de décima generación. Soy rehabilitadora sexual geriátrica, pero querría cambiar de trabajo. No me importa vivir en el extranjero. Me gustaría estudiar las relaciones sexuales en la segunda mitad del siglo veinte. ¿Tiene alguien información sobre esa época?. Si se me envían vídeos, que sean compatibles TWC. 

Esperanza seguro que no leerá más que algunas frases del viejo papel. Tampoco tiene mucho tiempo que perder. Se pintará con muchísimo cuidado las cejas y las pestañas, dará color a párpados y mejillas, pero no tendrá más remedio que acordarse de mí, el vejete encerrado en el asilo que le regaló una sortija y pensar en esos minutos me vienen muy bien, me rejuvenecen muchísimo. Le he llenado el apartamento de trampas.                


(Hay un ruido como de abrirse una puerta. Se oye una voz distante de mujer -Chelo, la secretaria de Arturo Carpio- que parece preguntarle si puede pasarle una llamada de alguien de un periódico. Se distingue al Director General diciendo: "No, que hablen con el Gabinete de Prensa. Mejor, díles que llamen pasado mañana.")
 

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