Blogia
El blog de Angel Arias

Jugando en corto: El otro discurso de Navidad del Rey (2)

Hace dos años caí en la temeridad de proponer algunas ideas para realizar un discurso de Navidad distinto para S.M. El Rey Juan Carlos. Sugería que su alocución tuviera menos carácter plumbífero y más relación con las preocupaciones actuales de la sociedad española, acercando al pueblo llano -sin pasarse de cercanías, siempre tan apetitosas para quienes se dedican a criticar las desnudeces de las instituciones- esa figura sacralizada por la Constitución de 1978.

No pretendo desmitificar, sino reclamar su condición de elemento de carne y hueso para la Monarquía, a diferencia de otros símbolos etéreos como la Patria, la tradición o la cultura, antaño respetados y hoy sometidas a un proceso galopante de desmitificación, tan dañino como irreflexivo.

La disertación regia, aprovechando su excepcional difusión mediática, debiera servir para lanzar algunos mensajes directos sobre lo que se espera desde las alturas que será el futuro de los súbditos. Serían de agradecer algunas claves, a la manera de regalo de los Reyes Magos, que orienten a la ciudadanía sobre el rumbo institucional en los próximos años, aderezado todo ello con el compromiso del propio Monarca para involucrarse, en la medida en que lo permita la progresiva liberación de la coraza constitucional, en el proceso de democratizar el futuro acceso a la Jefatura del Estado.

Cuando un alto mandatario investido de armiños y oropeles se dirige hacia sus conciudadanos, llámese Su Santidad o la Reina de Inglaterra, pretendiendo estar al lado de los que sufren, corre, desde luego, el alto riesgo de aparecer como un falsario. Pocos habrán olvidado aquello del annus horribiliis de Isabel II, y todo porque se le había quemado parte de uno de sus Palacios y la diosa fortuna le había librado de una ex- nuera a la que ni ella ni su querido hijo tenían en mucha estima.

D. Juan Carlos se ha dotado, con el paso de los años y el distanciamiento respecto al régimen que le dió cobertura inicial, de bastante credibilidad formal y un alto grado de simpatía, combinados con complicidad y respeto hacia sus salidas de tono divino para caer, incluso estrepitosamente, del lado humano.

Sus problemas y los de su familia -incluídas las políticas- no parecen exactamente idénticos a los del resto de los españoles -no me parece que tenga dificultades para llegar a fin de mes con su sueldo actual-, pero no se le puede negar sensibilidad para captar la problemática de los suyos y los de sus allegados. Sus apariciones públicas como jefe de estado le han servido para dotarle de autoridad pragmática para que sus mensajes puedan calar hondo en la ciudadanía, y no solamente, entre la mayoría sencilla -que no simple- de devotos juancarlistas.

Son muchos los que le siguen las parábolas, sus tropiezos y milagros tanto en el Hola como en los demás periódicos, cadenas de TV, emisoras y revistas, siempre respetuosos con las debilidades humanas de la realeza.

¿De qué puede hablar, si se decide a cambiar contenidos y tonos?.

Sin que la relación que ofrezco a continuación implique orden de prioridades, podría referirse D. Juan Carlos al terrorismo nacional y a la repulsa a la identificación entre terrorismo e independentismo. Lo va a hacer, sin duda, pero tendría que dar un golpe de tuerca al mensaje.

Los terroristas no solamente no merecen ningún amparo, sino que no defienden interés alguno que sea asumible sin situarse al margen del derecho e incluso de la ética más elemental. La monarquía, como símbolo de la unidad del Estado, ha de insistir en el reconocimiento expreso del retroceso que ha significado para la convivencia general y para la economía del Pais Vasco, la persistencia del fenómeno ETA.

En el País Vasco, ETA tiene muchos cómplices, seguramente la mayoría, dirigidos por el miedo. El Estado no tiene miedo de los que predican el terror, y S.M. debería demostrar que no lo tiene, amparado con el apoyo de todos los ciudadanos de orden, prodigando su presencia en el País Vasco y demostrando así el aprecio directo a las víctimas y sus familiares y el desprecio a los terroristas.

La incoherencia creciente entre las autonomías, con el riesgo permanente de desmembrar la solidaridad regional es otro de los puntos de máxima vigencia que merecerían una observación en profundidad desde el discurso real. El Rey tiene que reclamar la reforma del Senado, como una necesidad de articular definitivamente el Estado de las autonomías, y de trasladar a las Cámaras legislativas, no los intereses particulares o peculiares de cada una de las regiones, sino el foro de discusión y toma de decisiones del conjunto del Estado. El Senado ha de ser el apoyo concreto del Gobierno central, su escenario de propuestas y contrapropuestas, caído el Congreso víctima de los partidos.

La cuestión de la crisis y las responsabilidades derivadas, siempre en relación con las posibilidades de recuperación, tiene que ocupar un lugar predominante del discurso. Ante todo, porque es la mayor de las preocupaciones actuales de los españoles, que lo vinculamos a la pérdida de poder adquisitivo, al crecimiento del paro y a la incredulidad respecto al funcionamiento de las instituciones económico-financieras y los mecanismos de control.

No sé dónde tiene invertidos sus ahorros D. Juan Carlos, aunque supongo que los grandes fraudes que aparecieron a la luz en este año que termina le habrán afectado algo. Al fin y al cabo, todas las grandes familias comparten información sobre las finanzas.

Esta parte de su discurso puede tener, por ello, la máxima credibilidad, si consigue trasladar su indignación acerca de cómo la mentira, la falsedad en los que se suponían controladores de la seriedad del mercado de capitales, han provocado la volatilización de cantidades ingentes de recursos y el giro en la tendencia de bienestar.

No creo que D. Juan Carlos sepa mucho de economía, -tampoco es que sea necesario, porque los que más saben, son los que más han errado-, pero puede ser interesante que manifieste que no cree en el mercado libre. Si Bush lo ha reconocido, algo debe estar fraguándose en la cocina financiera mundial. A los mercados hay que ponerles trabas, precisamente para evitar que la ambición desmedida provoque desequilibrios imposibles de atajar desde el Estado, y zonas oscuras que se escapan a sus conroles, y favorecen la especulación y las gnancias desorbitadas.

Creo que podría ser simpático que al final de su discurso -no haría falta que demostrara tan a las claras que lo está leyendo; tome algún ejemplo de Barak Obama y de la escuela de seudoimprovisadores americanos- lanzara un "Visca la Monarquia y Mort al Tardá!", explicando ipso facto que, para lo primero, es lo que hay hoy por hoy, y para lo segundo, no se trata de pronosticar ningún mal a este político catalán un tanto estrambótico, sino, por el contrario, de desearle larga vida en la leal oposición republicana.

Si, en fin, quisiera S.M. ser mucho más innovador, podría anunciar su abdicación, superada ya la edad de la jubilación para los mortales de sangre más contaminada, evitando que, por haberse prolongado la demora, adquiera el genuino significado chino (xùn: abdicar, en chino mandarín: irse de un sitio dejando en su lugar al nieto)

0 comentarios