A sotavento: Un regalo de cumpleaños envenenado
La periodista Pilar Urbano, personaje de la farándula mediática, con la capacidad de convicción que se atribuye a las serpientes y otras formas del maligno, ha hecho un regalo de cumpleaños a SM La Reina Sofía que no será tan fácil de olvidar.
No cabe atribuir inocencia a ninguna de las partes. Ni una avezada profesional, especialista en intentar desentrañar misterios, para dejarlos aún más ocultos -Con la venia de Garzón y el amanecer del 23-F-, puede ser calificada de ingenua, ni la Reina, modelo de prudencia hasta este momento -y para seguir-, puede entenderse que haya caído en una trampa teñida de artificios, haciendo unas declaraciones cuyo propósito fuera generar polémica, con el pretexto de acercar su figura al pueblo llano.
Me inclino, pues, a afirmar, que la Reina ha dicho lo que piensa que se puede y debe decir -o lo ha mandado transmitir por intermediarios de confianza cualificada- y que la periodista ha seleccionado de lo que le han traslucido como pensamiento de la Reina, aquello que le pareció con más enjundia periodística, para perfilar aquellas características del personaje que le interesaba resaltar.
Es decir, se trataba de presentar a Doña Sofía como alguien sensible a los problemas actuales, inteligente y serena.
Las opiniones particulares de un personaje que representa al Estado, y de una forma tan firmemente tasada por la Constitución que, prácticamente, la convierten en un elemento de ficción, tienen el atractivo de desvelar que, por debajo de los oropeles y ropajes, se mueve un ser humano.
El retrato conseguido por Pilar Urbano cumple, pues, el objetivo de dejar entrever un poco de piel bajo la coraza del protocolo. Aparece o se adivina un ser humano culto, un tanto antañón, obviamente clasista pero preocupado por los temas sociales, el ambiente, la familia (en especial, las cosas que atañen a la propia)...
No se ha pretendido ser original, pero tampoco simple. La diferencia de la Reina con los demás humanos no está en su forma de sentir dolor, placer, sangrar o hacer sonrisas, sino en la repercusión que sus actos tienen para la inmensa mayoría, que los tomará como referencia.
Nada de lo que dice o se le hace decir en el libro causa sorpresa en relación con el perfil que se debe atribuir a un personaje de tal alcurnia´y tradición. Es lógico que no le guste el matrimonio gay, aunque tenga tolerancia hacia las posiciones homosexuales, que no esté a favor del aborto, y que la muerte asistida -aunque la llamen eutanasia, dice- le parezca una justificación para el homicidio.
No es sorpresa que tenga en algunas cuestiones discrepancias con su esposo el Rey y que le dé náuseas ver a un tipo -democráticamente elegido, sí, matiza- sentado en un despacho del palacio del país que fue de su padre.
Son tamañas las obviedades, que solo habrán de sorprender y generar polémica a los que quieran sacarle punta en provecho propio a una situación constitucional: tenemos Reyes como Jefes de Estado, y no los elegimos por votación, sino porque hemos decidido creer que nos va mejor tener una abeja reina para las monedas de euro que andar cambiando cada cuatro o seis años en ellas la efigie de un tipo del bigote.
A mí -y a muchos- la Reina me cae bien. Si no fuera por la diferencia de escalones, me gustaría poder contarla entre mis amigos. Soy de ligera tendencia republicana, pero me atrae polemizar con monárquicos convencidos y quién podrá ser más monárquico que un Rey o una Reina.
Pero, si tuviera oportunidad de hacerle un regalo, no le haría el presente de un libro con sus opiniones y una edición de varios miles de ejemplares, con la seguridad de que la voy a meter en una polémica tribal.
Le regalaría algo que le hiciera ilusión. Un rosario de plata, la reproducción facsímil de un libro griego antiguo, una copia autenticada de una diadema de un antepasado, un reclinatorio con los signos reales, o, mejor, una novela de aventuras que le permitiera un par de días de libertad. Nunca el regalo envenenado de una manzana-libro para fastidiarle su cumpleaños.
Feliz cumpleaños, Majestad. Ya se habrá dado cuenta de que en España somos así, Señora.
1 comentario
Rafa Ceballos -
Ayer, en el concierto, creó que paso las mejores de las últimas 48 ó 96 horas. Y digo las mejores y no unas maravillosas horas, porque creo que le debe palpitar el corazón a un ritmo mayor que lo hace normalmente, con el ritmo que lo hace en todos los mortales de sangre no-azul cuando están esperando a que llegue ese momento no deseado de dar la cara para no se sabe qué: si aguantar un chaparrón o si dar mil y una respuestas a preguntas de origen difuso pero de destino cierto y concreto.
No quisiera estar en esa situación de angustia Real y de real angustia.