Cómo no montar un restaurante: Las tertulias (1)
(Este Comentario forma parte de mi libro "Cómo no montar un restaurante", del que he publicado en otros momentos algunos extractos)
En julio de 2003, cuando el restaurante que había creado con tanta ilusión junto a aquellos socios idóneos, había caído de lleno -como un fardo pesado- en las manos de mi esposa y mías, reuní a algunos amigos y les comenté una idea a la que venía dando vueltas desde hacía días. Se trataba de organizar una cena-tertulia mensual en el local, que podría darle una nueva seña de identidad, y que captara clientela entre la intelectualidad, los empresarios y políticos y, en general, la clase media-alta, marcando distancia respecto a otros restaurantes de Madrid, en los que "solo" se comía.
Yo quería que las tertulias, desarrolladas mientras se cenaba, tuvieran un tema e incluso una orientación del debate, preestablecidos. No deseaba que el invento se convirtiera en un guirigay ni en una reunión para escuchar al erudito de turno imponiendo doctrina. Quería debate. Me comprometía a hacer el acta de las reuniones y, si los asistentes estaban de acuerdo, a actuar de moderador-incitador. Reunir a varias personas en torno a una mesa y provocar sus reflexiones sobre un asunto, me atraía. Siempre me atrajo.
La iniciativa les pareció magnífica, aunque debo decir que a alguno de aquellos amigos no les volví a ver el pelo en el invento. Surgieron ya sobre la marcha múltiples propuestas sobre temas posibles: el ambiente, la Universidad, la Unión Europea, el socialismo, el sexo, la intransigencia, el fútbol, la comida, la ópera, el derecho, el agua, las guerras...
El restaurante tenía una "zona alta", que quedaba discretamente separada del resto por un escalón y una media pared, donde podrían agruparse, dependiendo del número de tertulianos, varias mesas, creando una superficie rectangular en torno a la cual podrían sentarse hasta ventiséis o ventiocho personas.
Las cenas tertulias se celebrarían, preferentemente, los lunes, que era el día más flojo para el restaurante, y con periodicidad mensual. También se me ocurrió que podríamos servir platos que tuviesen alguna relación con el tema, o sirviesen para crear un ambiente más distendido y frívolo. Expresiones como "a la gabardina", "en su tinta", "pasados por agua", comenté, podrían poner énfasis a algunos platos.
La primera tertulia se celebró el 23 de julio de 2003. El tema que propuse fue: "La fama, el prestigio y el mérito". Fue un éxito. Desde entonces, y durante cuatro años y con algunos intervalos de desfallecimiento, tuvimos una tertulia mensual. Reuní, en efecto, a políticos con empresarios, a académicos con espectadores, a republicanos con monárquicos, a mis mejores amigos con gentes que no conocía de nada (y muchos de ellos se cuentan ahora entre mis mejores amigos)...
Las tertulias, sin embargo, no supusieron ni más negocio para el restaurante, ni activaron por sí mismas el flujo de clientela. Los lunes sin tertulia siguieron siendo un agujero insondable en la facturación, y la mayor parte de quienes asistían a las cenas-tertulias -más de 400 personas pasaron por ellas-, ya no volvían o lo hacían ocasionalmente, aunque muchos no escatimaron en elogios para expresar lo bien que lo habían pasado.
(sigue)
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