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El blog de Angel Arias

Cuadro comentado: Las provocadoras del amor

Cuadro comentado: Las provocadoras del amor

En 1980, cuando apenas llevaba un año en Düsseldorf, pinté a la acuarela esta idea sencilla: un trío de jóvenes que provocan a un toro, corriendo ante él, utilizando los capotes como señuelo hacia sus cuerpos seductores. Una de ellas, cumplido lo que parece su objetivo, está siendo corneada por el astado, y vuela por los aires. Su aparatosa cogida no parece detener a sus compañeras que, sin volver la vista atrás, siguen corriendo en júbilo.

La imagen lo explica todo, y el título no viene sino a subrayar el concepto expresado: mujeres provocando al amor, para dejarse atrapar, empleando su carnalidad como reclamo.

Después de 27 años, el cuadro me sigue pareciendo equilibrado en su composición y su mensaje, aunque con una lectura actual podría parecer ligeramente machista -"las mujeres provocan; ellas son culpables de la pasión que levantan"-, mantiene una carga de sensualidad que, por lo que me han dicho, resulta sugerente tanto a hombres como a mujeres.

Las dos jóvenes de primer plano pisan unos floripondiosos matorrales llenos de colorido, y la mayor intensidad del que figura más adelantado, contribuye efizcazmente al juego de la perspectiva. Estos matojos son, a su vez, el necesario complemento al capote que subraya como un lápiz rojo la cogida gozosa de la mujer que está en segundo plano.

Técnicamente, el cuadro está pintado a la acuarela y reforzado con rotuladores de colores. Los cuerpos de las muchachas, el aire de sus capas, junto con el toro y la joven corneada (en actitud de quien se lanza, jugando, a la piscina9, componen un interesante equilibrio, subrayado por la muleta caída en el suelo.

En Düseldorf, en la Escuela de Artes y Oficios, gobernaba Joseph Beuys; yo me acercaba por allí, me dedicaba a ver sus exposiciones y las de sus discípulos, tomaba apuntes, y, sobre todo, vendía vigas de ala ancha a los alemanes e incluso, desde el puerto de Vlissingen, a todo el Mercado Común.

El director de personal de la dirección comercial de Ensidesa, en la que yo trabajaba entonces, era Evelio Mañas, buen amigo, excelente profesional e interesante pintor, que admiraba mi oportunidad. "Cómo te envidio, Angel, aquí se aprende mucho". No nos referíamos a la siderurgia ni a la técnica; hablábamos del ser humano. Eran tiempos, con el perdón de Gabriel y Galán, para hacerse de acero las almas.

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