Jugando en corto: Manual para negociar con nacionalistas o con terroristas
Mi argumento es muy sencillo: si alguien defiende que debe ser tratado con atención especial, por origen, por etnia, por su superior coeficiente intelectual, por mayor poder económico o fáctico, por su elevada tradición cultural,...; en fin, por cualquier imaginable o imaginario principio de cuantos la inventiva del ser humano se ha obstinado, generalmente, de forma burdamente interesada, en proclamar que su diferencia lo hace superior al resto de los mortales, pues, qué se le va a hacer, aunque no me será fácil deshacerme de la idea de que está equivocado, o de que persigue su propio beneficio a costa del de otros, negociaré con él. Yo le ofreceré comprensión a su petulancia a cambio de que el me apoye en mejorar el destino común.
Pero si alguien organizara una banda para, con los mismos o parecidos argumentos, matar y lesionar a unos, extorsionar a otros, amedrentar a aquellos, insultar a todos los que no son de su grupo, pretendiendo que debemos darle la razón porque tienen las pistolas y los puños de hierro con los que hacerme daño, no negocio. No tienen nada que darme a cambio.
Los perseguiría implacable cuando detectase que han cometido un delito, vigilaría sus guaridas, sus contactos y movimientos, airearía lo desleal de sus argumentos y actuaciones para con la colectividad que representara, y defendería y protegería a sus potenciales víctimas, asumiendo el fracaso de haber fallado en la salvaguarda de quienes hubieran sufrido un atentado.
Por favor, que no se confundan nacionalistas con terroristas. No son del mismo pelaje. En una situación de guerra, -incluso nosotros, los que abominamos de la guerra- entendemos que se defienda con las armas y con todos los medios posibles, que el enemigo no nos avasalle.
Quienes arropan sus pretendidos argumentos nacionalistas o separatistas colocando bombas a los pacíficos y matando a diestro y siniestro a semejantes, con el único objetivo de elevar la cuota de sus extorsiones y continuar viviendo de su delincuencia, no pueden pretender tener ideales, y no hay nada que puedan ofrecernos a cambio.
No es posible negociar con ellos, porque no son iguales a nosotros, y sus argumentos (los que tengan) se mueven en un paraje que no tiene que ver con la dialéctica. El hipotético manual para negociar con ellos está manchado para siempre con las páginas sangrientas de sus víctimas y han de saber que todas sus hojas estaban en blanco, sin argumentos ni propuestas por nuestra parte.
Otra cosa es, como mi querido compañero de bachillerato Angel Aznárez, -hoy afamado notario- argumenta en un artículo brillante que leo en Tribuna en la Nueva España del 17 de junio ("En aquel tiempo y en este momento"), es que nos influyan los terroristas, que se hayan entrometido en nuestra democracia, y quieran retorcer nuestra libertad juzgando a nuestros gobernantes o dando argumentos a los opositores. De ese peligro adicional debemos también saber curarnos.
4 comentarios
Administrador del blog -
Y, por el contrario, el control policial de los potenciales terroristas (no hablo ya de los declarados), es una exigencia del Estado de derecho, que está construído sobre la base de los comportamientos pacíficos y solidarios. No hace falta caer en un Estado policial, pero, como he dicho otras veces, no tiene lógica que exista un desmesurado esfuerzo policial para castigar el que dejes el coche aparcado en una zona azul superando en más de quince minutos la hora prevista, y, por el contrario, no se concentren los esfuerzos policiales en estrechar el cerco sobre los violentos, desactivando el miedo de una sociedad que se convierte en cómplice o tolerante con los terroristas, deslumbrada por la incompatible creencia de que quienes ponen bombas y matan a otros defienden intereses relacionados con la libertad, las creencias, la exigencia de mayor autodeterminación o supuestas raíces históricas. En definitiva, una cosa -para mí, al menos- son las ideologías y otra es el hambre.
Luis -
Administrador del blog -
Casi todos los que nos movemos por los entresijos del poder, somos víctimas, no victimarios.
Luis -