Cuadro comentado: Los repartidores de cristales (2001)
En la escena pintada, una madre y un niño, cogidos de la mano, avanzan llevando unos estrambóticos cristales. En otras versiones de la misma idea, he dibujado a la pareja siendo sometida a una lluvia intensa de peligrosos trozos de vidrio.
El caminar de ambos personajes, a pesar de la aparente despreocupación con que avanzan, sin embargo, no parece pacífico. Al menos, el de la persona adulta, que porta su cristal -más grande- de una forma totalmente inverosímil: su mano izquierda ha conseguido penetrar el cristal para coger la mano de su hijo. Incluso, la manera de soportarlo es muy incómoda, pues está prácticamente en el aire. Si nos fijamos en su rostro, contraído, sus ojos acechan peligros. Contrasta, con la desocupada atención del chiquillo respecto a su carga.
Tal vez estas someras explicaciones sirvan para vislumbrar que los cristales representan la vida: un vulnerable vidrio a medida que avanzamos y que solo la maternidad ha conseguido traspasar, por la descendencia. Una metáfora sencilla, pues, representada de la forma esquemática a que acostumbro en estos apuntes de viaje.
El dibujo, realizado en DIN A5, forma parte de uno de los Cuadernos que me acompañaron durante los meses en que mantuvieron alguna hoja en blanco y que ahora son, un poco (ya lo tengo escrito) el Diario ilustrado de mi vida y de lo que ví en ella.
Desde el punto de vista de la composición, las figuras están recortadas como si, ellas mismas, fueran también cristales, reforzando la idea de la fragilidad. He empleado pocos colores, y todos ellos sauves. El rojo del pelo de la mujer y una ¿herida? ¿cuchillo? en su muslo son las dos únicas notas vivas en en entorno de verdes olivas y azules celeste. La madre se cubre con una gigantesca pamela que ayuda a componer, un tríptico aéreo, en el que su cuerpo sería la hoja central y la charnela principal.
Por otra parte, el paisaje que se intuye a través de los cristales no es prolongación ni guarda referencia con el que dibujé encima de ellos. El mundo real, se insinúa, es diferente al que esos repartidores de cristales dejan tras sí.
Y, en fin, ahora cabe preguntarse: ¿Por qué son repartidores? ¿A quién reparten sus cristales?. Mi respuesta hubiera sido: reparten su propia vida, su esperanza de futuro, y la proyectan hacia el espectador, el hombre que las mira. A partir de esta confesión, seguro que el observador, si le apetece, puede seguir elucubrando sobre otras consecuencias. Porque las hay. Mis dibujos no son simples, aunque a veces lo parezcan.
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