Dibujo Comentado: En torno al 11-M 2004
De pronto, la consternación, el dolor y el miedo se adueñaron de Madrid. Un atentado, varios atentados. Otra vez la capital de España elegida como objetivo para una exhibición de barbarie.
Como atentado terrosrista y responsabilidad de ETA eran entonces sinónimos, de aquella masacre inconcebible, que iba tomando características más dramáticas a medida que pasaban los minutos, la autoría fue atribuída inmediatamente a ETA. Los teléfonos transmitían las primeras opiniones: "Qué horror, qué canallada". Y desde las líneas dispersas de la izquierda, dispuestas entonces a ofrecer un frente común de contención a una derecha muy robusta, se razonaba: "Hemos perdido las elecciones. El PP ha ganado". Era un sentimiento prácticamente unánime el entender que, hostigados por el dolor y la rabia, los españoles debería apoyar a su gobierno de forma masiva y se aglutinaran en torno a él para defender la democracia, la seguridad, el orden, la libertad.
Las informaciones oficiales no permitían desmentir esa impresión. Al contrario, la investigación policial parecía consolidar la intuición de que detrás de la barbarie estaba ETA. Pero empezaba a difundirse otra forma, casi clandestina, mucho más coherente, de interpretar lo que había pasado, y porqué se había hecho. Se borraban las niebles y las nubes de los disparos de salvas que impedían ver quién estaba detrás de aquel asesinato masivo de trabajadores, tan cruel, y tan estúpido.
Tenía un amigo en el Pozo del tío Raimundo, y me cercioré de que estaba bien. Mientras varios aguardábamos noticias más concretas, y las imágenes de los inexplicables atentados se desarrollaban ante nosotros, comprendimos por neustra cuenta que, por la evidente intención de causar daño indiscriminado, simultáneo, por la furia descontrolada de matar sin importar a quién, sin avisar de la intención ni haber calculado la dimensión de los asesinatos, quien estaba detrás, manejando los hilos de las bombas, estaba persiguiendo un objetivo que no tenía lectura en el escenario político español.
Era obra de alguien que nos veía desde fuera, sin intención de rentabilizarlo políticamente, actuando solo con la intención de dañar. Y en todo caso, de dañar a quienes habían estado en las Azores.
Soy de los convencidos de que el PSOE no hubiera ganado las elecciones sino hubiera sido por la mala gestión política de los dos días que siguieron a los atentados, de cómo se fue controlando la información, para que pareciera que, contra todas las evidencias que se acumulaban, había sido ETA.
Yo seleccioné, a lo largo de las dos semanas siguientes, más de cien recortes de revistas y periódicos que, sin que pudiera realmente precisar de qué manera, entendí que se relacionaban con lo que sentía, con lo que iba sintiendo, respecto a Madrid, a la evolución de la sensibilidad política de mi país, a la incomprensión de los móviles de venganza de los fanáticos islámicos contra el pueblo inocente de la capital de España. Estos sentimientos estaban también en relación con mi respeto y afecto a mis amigos islámicos, y a mi conocimiento de la filosofía árabe, y encajaban con las muestras de condolencia, sinceras, que provenían de las gentes normales que creen en Alá y en la paz universal.
Al lado de cada una de esas fotografías que yo fui seleccionando para esa libreta, inspirándome en ellas, pero distorsionándolas a veces hasta hacerlas irreconoscibles, dibujé mi interpretación. Al conjunto, que formó un libro sin resquicios, sin apenas palabras -salvo los títulos de los dibujos, todos de formato 25x15-, lo titulé: "Otras miradas en torno al Once Eme".
Este es uno de aquellos dibujos, prácticamente apuntes, de escenas imaginadas, imposibles, transfigurando la realidad. Un niño muerde a otro, que a su vez, trata de morderse los pies -aún inconsciente del dolor que el otro le está causando-, mientras dos personas adultas asoman sus brazos -una mujer y un hombre, igualmente desnudos-. Se titula: "Hambrientos".
La mano femenina quiere apartar a uno de los infantes, el mordedor; la masculina -delatada por el color más oscuro de su piel-, intenta pellizcar al otro. Ambos infantes miran al frente, con ojos perdidos, inquietos, tal vez asustados.
Es una escena irreal, imposible. Las cuatro figuras, superpuestas, interdependientes, prendidas en el aire, expresan, sin embargo, diferentes ideas: autocontemplación, agresión, protección, provocación.
El dibujo tiene muy pocos colores -rojo, sobre todo rojo bermellón-, es espontáneo, rápido. Algo hace sosprechar que su equilibrio es inestable. ¿Qué miran los rostros inocentes? ¿Qué expresarán los rostros adultos que no vemos?
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