Editorial: Sobre el consumo de recursos y la generación de residuos
En septiembre de 2003, la revista Tecnoambiente publicó el siguiente Editorial del administrador de este Log
Puede que los cálculos no estén bien hechos. Parece exagerado afirmar que la producción media de desechos domésticos por habitante y día se acercará a los 0,5 kg. Así que seguramente no se alcanzará en los próximos años la escalofriante cifra de 3 Mill de toneladas de basura/día y, por lo tanto, estará equivocada la estimación de que todos los días habrá que hacer algo con 7 Mill de m3 de basura que, sin otro tratamiento, y si se dispusieran en capas de espesor de 0,4 m, cubrirían en un año la superficie de España.
Por lo demás, hacer la traslación de que la basura doméstica representa únicamente el 5% de los residuos generados en el total de las actividades humanas (como sucede en España, por ejemplo), tiene el cariz de una especulación alarmista. No hay suficiente información para dar plena credibilidad a la hipótesis de que tal vez estamos produciendo 60 Mill de t de desechos diariamente en nuestra aldea global, sin tener en cuenta que las economías nacionales son muy desiguales.
Pero, aunque el color de la lupa siga siendo dramático, convendría no ignorar que el consumo de recursos naturales en las economías altamente industrializadas fluctúa entre 45 a 85 t/persona-año con tendencia creciente (Adriaanse et al.). Diversas investigaciones han demostrado que alimentar anualmente a un europeo o norteamericano con buena salud y las naturales exigencias gastronómicas de su paladar educado, provoca una erosión del suelo de unas 15 t. Otras estimaciones ratifican que la energía utilizada en un año por un ciudadano alemán –por ejemplo- supone la producción simultánea de casi 30 t de estériles (en algún lugar del planeta), además de originar la correspondiente contaminación por consumo de combustible.
Con la incorporación al mundo industrializado del pelotón mejor situado de los países que, con innegable derecho, se afanan por mejorar su nivel de vida, el consumo de recursos en los próximos 50 años puede incrementarse en 4 o 5 veces. Todas estas reflexiones no dejan de ser especulaciones apoyadas en muestreos. Por fortuna, para tranquilizar nuestra exigencia de exactitud antes de ser convencidos, existen pocas estadísticas fiables. Los datos disponibles son escasos, heterogéneos, no comparables, contradictorios. Además, los hábitos de consumo cambian, el desarrollo económico fuerza nuevas exigencias pero produce también avances tecnológicos, y se acrecienta el control de quienes contaminan.
Lo que no resulta convincente es admitir –ni por resignación ni por petulancia- que el desarrollo tiene estas servidumbres. No se debe considerar como efecto secundario inevitable del progreso aumentar la producción de sustancias cada vez más contaminantes, ni tolerar que se oculten sus efectos durante años. No cabe apoyar una legislación permisiva, ni aplaudir que concentre su actuación en los elementos punitivos, en lugar de enfocarse a la prevención del daño.
Aunque una parte sustancial de este deterioro se produzca lejos de nuestras narices, y no afecte negativamente a nuestro producto interior bruto nacional, no podemos esconder la cabeza. A nivel mundial, el impacto ambiental de esta producción de residuos, representa –por vía directa e indirecta- una destrucción masiva de recursos no renovables, y va atenazando los grados de libertad con los que se mueve nuestro despilfarro.
Tampoco es posible considerar el problema de los residuos de forma independiente a los demás agentes contaminantes. Consciente de ella, el legislador de la Ley 16/2002 (De prevención y control integrados de la Contaminación), transponiendo tardíamente la directiva 96/61/CE, aplica como uno de sus principios rectores la percepción integrada del medio ambiente. Agua, atmósfera, suelo, forman un todo ambiental cuyo cuidado no puede segmentarse sin fatales consecuencias.
Ahora bien, las llamadas tecnologías ambientales varían desde el verde oscuro al verde claro. Entre las primeras, hay que considerar las que se ocupan de prevenir y evitar la contaminación, y de mejorar las condiciones ambientales. Las últimas se ocupan del ambiente como objetivo secundario: lo principal sería producir, aunque con la menor contaminación posible. Parece que los países más ricos se inclinan por las tecnologías verde claro, y pretenden simultáneamente convencer a los menos industrializados de las ventajas del verde oscuro.
Sin abundar en una polémica sustancial, los países más desarrollados tienen mucho que hacer para evitar la contaminación. Hay que impulsar la realización sistemática de auditorías internas para revisar la estructura de costes de la producción de residuos e internalizar los verdaderos costes de su tratamiento. Se calcula que aunque la retirada física de los residuos representa apenas el 1% del coste total de producción, el coste real de los residuos es entre 10 y 30 veces superior. Es decir, considerar el coste total de los residuos supone penalizar hasta con un 30% el margen actual de las empresas.
Por su parte, el naciente mercado de bonos ambientales abre una magnífica puerta a la solidaridad ambiental internacional (y la Unión Europea puede reclamar el orgullo de ser pionera), si bien es significativo que algunos de los países más desarrollados no estén por la labor de ser solidarios.
Preparémonos, pues, para no pagar únicamente para que nos lleven lejos la basura. El RD 1481/2001 obliga, por ejemplo, a calcular también los costes «de la clausura y el mantenimiento posterior de la instalación y el emplazamiento durante el plazo que fije la autorización, que en ningún caso será inferior a treinta años». Como consumidores concienciados, nos será también dado decidir que el producto que utilizamos haya sido fabricado con tecnologías respetuosas con el ambiente, aunque tengamos que pagar algo más por ello.
El mercado del ambiente, así considerado, aún es un mercado emergente. Las empresas especializadas deberían adaptarse a ese escenario, alejándose del modelo de recolector “de casa a vertedero o incineradora”, para profundizar en la dimensión de las nuevas exigencias, que obligan a reutilizar, valorar, y, sobre todo, ayudar a impedir la generación de residuos.
Como siempre, la disposición de información servirá para que los más avezados hagan más dinero, a costa de la ignorancia o la desidia de otros. Pero en un sector tan sensible, no olvidemos que, afectados directos, somos todos. La basura que depositamos hoy en el contenedor, incluso obedientemente clasificada, ha ido dejando un rastro de residuos que –más tarde o más temprano- acabará llamando también a la puerta de nuestra casa.
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