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El blog de Angel Arias

Jugando en corto: Master universitario español busca

Hace ya algunos años que se firmaron los acuerdos de Bolonia, por los que los gobiernos de la Unión Europea se comprometieron a hacer realidad la plena movilidad de sus graduados universitarios dentro del espacio de esta agrupación de comerciantes con ideas de grandeza.

Se trataba, ciertamente, una revolución. Hasta entonces, al menos en lo que afectaba a España, nuestros titulados no tenían ningún problema en trabajar en las más prestigiosas universidades extranjeras, integrándose en los equipos de investigación más afamados, en donde se les acogía, por lo general, con los brazos abiertos. Esto ha de cambiar, y ahora los egresados alemanes, franceses, ingleses o polacos (por ejemplo) no tendrán problemas en competir con nuestros, si no lo remedia nadie, cada vez más ignorantes, titulados; eso sí, con equívocos nombres con los que enmascaran su inferior ciencia.

Como ingeniero, e incluso como jurista, puedo afirmar por mi propia experiencia que no tuve ningún problema para ser Gerente en una empresa alemana, pertenecer a la Deutsche Ingenieur Verein o a la Association des Laminoirs, colaborar con abogados norte- y sudamericanos, realizar auditorías en Túnez o en Chile y hasta pude hacer mis pinitos como investigador de un cierto empaque, cuando estaba de moda analizar los índices de embutición de hojalatas y chapa fina. 

No es por presumir. Si alguna vez tuve problemas, fue más bien para que me reconocieran mi cualificación en la variopinta fauna española, en donde compiten, alardeando de tener las mismas plumas, ingenieros técnicos con superiores, graduados sociales con licenciados en derecho, periodistas de Universidad con simples aficionados a combinar letras, etc, etc.

¿Y qué decir del título de doctor?. Los ingenieros de mi generación lo tuvieron más difícil, porque, con el cambio de plan, el legislador decidió hacer doctores, a cambio de una redacción técnica, a todos los que habían sufrido el Plan antiguo. A los que terminamos en 1970 nos exigieron tres años más de discencia y realizar una tesis que, además de suponer dedicación prácticamente absoluta, solo garantizaba, a la postre, poder añadir las letras Dr. en la tarjeta de visita, y aún ese alarde de presunción estéril debías de ahorrártela frecuentemente, porque si tu jefe no era universitario, daba instrucciones generales de que debería figurar solo el cargo.

La Universidad parece que ha descubierto, entre tanto, su verdadera función social, que sería la de fabricar títulos baratos para que los egresados se las arreglen luego como puedan. Por eso, creo que tampoco merece la pena consumir mucho tiempo en decidir si bastará ser master para tener acceso al ejercicio profesional o será necesario optar al grado, o sería mejor llamar directamente al primo de Zumosol para que nos emplee.

Comprendo que rectores y profesores, decanos de colegios profesionales y, por supuesto, las administraciones públicas -en donde andan empleados tantos titulados de grado medio- anden a la greña para decidir si los llamamos galgos o podencos, pero la sociedad civil hace tiempo que se ha dado cuenta que un título en España vale poco, salvo los que se emiten por cuatro o cinco centros de prestigio. Así que, jóvenes que no mancháis vuestros libros de estudio ni con sangre ni con bilis, si vienen los egresados de casi cualquier lugar de Centro Europa  hablando inglés, dad por seguro que os birlarán el puesto con un par de sonrisas, superando la selección cum laude.

No sería necesario, además, sino observar los títulos universitarios de los presidentes, consejeros delegados y directores generales de las más importantes empresas españolas. Triunfan por goleada los licenciados en Derecho, con un máster en Administración de Empresas, combinado con el prestigio de ser hijos de familia. Se cuela algún perito -habrá que preguntarse cómo llegó ahí- y, excepcionalmente, puede que llegue a la alta cima un intitulado, aupado se supone en los ladrillos.

Los que acumularon títulos de un obtener más trabajoso, los que se estudiaron los programas de cabo a rabo con empeño, debieron quedarse en los filtros inferiores de la pirámide de autoridades y salarios. Quizá andan por los sótanos investigando cosas raras, defendiendo nuestros índices de creatividad, que, según voz común, es lo que les gusta a los crédulos más listos del sistema.

Habría que impedir que los cerebros piensen durante los próximos veinte años (se lo aplicaron a Gramsci, con parecidas palabras; eran otros tiempos, claro). Prueba superada.

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