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El blog de Angel Arias

Donges contra Krugman: libertad de cátedra o compromisos ideológicos

Jürgen B. Donges, respetado asesor económico del neo-milagro alemán y declarado discrepante de los planteamientos socialistófilos del Premio Nobel Paul Krugman (supongo que, por otra parte, también envidiado por ese galardón), pronunció el 8 de mayo de 2012 en el Foro de la Fundación Rafael del Pino una conferencia inolvidable con el pretexto de un título de gran gancho mediático: "Europa y España: ¿Cómo volverá la confianza?"

No tiene Donges, por supuesto, la solución a la pertinente pregunta, pero sí -como ya en él es habitual en sus disertaciones en foros españoles- ha utilizado la plataforma para vender las medidas de austeridad que propició, ya hace más de 10 años, el gobierno del canciller Schröder, lanzando críticas, desde su conocimiento -relativo, pero no superficial- de la realidad e idiosincrasia hispanas, respecto a nuestro, en su opinión, desmesurado por insostenible, modelo de bienestar.

Es muy difícil, y arriesgado, discrepar de Donges en su presentación de lo que nos pasa. Sus argumentos tienen una base sólida constatable: a Alemania le va bien y a España le va mal.

Pero no por ello quiero dejar de exponer mis críticas a su exposición, empezando por lo que me parece la mayor carencia de su análisis. España carece de la estructura industrial y tecnológica de Alemania, es un país notablemente más pobre, y la apelación devota al impecable funcionamiento de los mercados, en la que basa sus exposiciones, ignora una premisa a la que no deberíamos renunciar en nuestro país, que es la defensa de los logros del estado de bienestar y avance social conseguidos aquí.

Por eso, las recetas que sirvieron a Alemania -y cuyo buen funcionamiento está apoyado en la combinación de una base empresarial sólidamente entretejida, tecnológicamente avanzada, nacionalista y firmemente vinculada al estamento político,- poca aplicación tiene en un país bastante atrasado tecnológicamente, que desprecia la investigación y la cultura técnicas y en donde continuamente estamos redescubriendo debilidades, carencias, alumbrando nuevas vías sin cerrar las antiguas y tropezando a cada poco con inconcebibles descalabros financieros, adobado todo ello con el predominio de una clase política inculta, un pueblo reivindicativo sin mesuras y un empresariado incapaz de desprenderse, en general, de apetencias filibusteras y visiones de rentabilidad a corto plazo.

Es cierto que la España de las Autonomías, como detecta Donges, ha propiciado increíbles despilfarros, y que el gasto público ha tenido destinatarios no ya ineficientes, sino que han servido para crear espejismos de desarrollo: aeropuertos sin tráfico, inversiones sin futuro, gastos suntuarios, altos déficits estructurales, presupuestos amañados, cheques bebé sin otra aplicación que el beneficio electoralista, subsidios a sindicatos y patronales sin lógica social, etc. Y todo ello, adobado con un marco de presión popular para que se otorguen ventajas sin reparar en costes, huelgas salvajes, algaradas reivindicativas sin reparar en quién paga los platos rotos, etc.

Estoy de acuerdo también en que los problemas españoles tienen dos raíces bien detectadas: los desfases presupuestarios y el déficil exterior por cuenta corriente. El estado no ingresa suficiente y nuestro ansia de bienestar, unido a la falta de competitividad exterior, ha provocado el déficit de nuestra cuenta corriente, con un sobreendeudamiento soportado por acredores extranjeros.

Pero no puedo estar de acuerdo en que el modelo de solidaridad europeo se rompa, alegando que Alemania "ha hecho sus deberes" y ahora nos corresponde hacerlos a nosotros, y mucho menos puedo aplaudir los vaticinios de descalabro hacia la presunta política social del recién elegido presidente francés, Hollande (al que llamó "un Zapatero a lo galo").

Porque es cierto que la Unión Europea no funciona como una entidad solidaria, que los acuerdos de Schenken y la política económica comunitaria han beneficiado a Alemania y Francia y perjudicado a los países mediterráneos (inundados por una inmigración europea que no necesitaban y con la generación, cada vez más evidente, de cárteles dominantes en sectores estratégicos), aumentando las disparidades regionales y la frustración respecto a un proyecto común, recuperándose las exaltaciones nacionalistas y los desprecios a clases, posiciones políticas legítimas y nacionalidades "periféricas", a las que se atribuyen formas de pensar y vivir irresponsables.

(continuará)

 

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