A sotavento: ¿Quién juzga al juez, vigila a la policía, critica al médico y controla al representante político?
Había dudas, que se han transformado, desgraciadamente, en rudas confirmaciones. El corporativismo domina en la mayor parte de las instancias, convirtiéndolas en corazas impenetrables, que defienden a sus protegidos de cualquier juicio crítico, de toda opinión contraria, que pueda ser emitida por los extraños a la esencia que se cuece en ellos.
Nuestro sistema democrático, -por supuesto, el mejor de los mundos políticos posibles-, hace, en consecuencia, agua por muchas partes. Los ciudadanos de a pié -todos, salvo los muy escasos que han conseguido, por cualquier medio, encaramarse a una cúspide- nos movemos en la ignorancia de lo fundamental, no sabemos cómo utilizar los mecanismos teóricamente puestos a nuestro alcance, y decaemos, aburridos, la mayor parte de las veces que nos vemos en la imperiosa necesidad de hacer valer nuestro pretendido derecho.
Miremos alrededor, y recapacitemos sobre el alcance de los poderes que nos rodean, y del poco acceso real del que disponemos hacia ellos. Y la escasa capacidad que nos hemos reservado para revocarlos, revisarlos o criticarlos. Jueces, políticos, policías, controladores, médicos, técnicos, agrupaciones, etc., se encuentran protegidos tras una pared defensiva que ellos mismos se han encargado de pertrechar, justamente con los elementos de autoridad que les hemos confiado.
Todos ellos parecen moverse a gusto en perpetuar su propia esencia, utilizar sus cualidades para el propio beneficio o de los de su clase, y, cuando los necesitamos, nos damos cuenta de lo poco que significamos para ellos. Por no decir, claro, del peligro que corremos cuando osamos analizar sus actuaciones, exigiendo que sean sometidas al control externo que garantiza, justamente, la imposibilidad de reproducirse en corruptela-
El acceso a la justicia está abierto a todos, en teoría, pero la justicia es lenta, parcialmente errática y ostentosamente proclive a favorecer al poderoso, al que tiene más dinero para resistir o más influencia para convencer. Los jueces quieren ir a la huelga, porque se han dado cuenta ahora de que necesitan más medios, abrumados porque, ellos que exigen plazos perentorios a los demás, son incapaces de cumplir ninguna previsión razonable...
Pero se han dado cuenta, no por propia capacidad de análisis, sino porque la sociedad se ha indignado de que la falta de diligencia de uno de ellos haya sido causante indirecto de la muerte de una niña a manos de un convicto que andaba suelto por ahí. Que pidan algo más de dinero y que se les mantenga intacto su poder son apenas los accidentes gramaticales en la historia.
Hay muchos otros ejemplos de quienes utilizan la autoridad que les hemos dado prestada para poner defensas y trabas al ejercicio de la libertad o la facultad de control del resto de los ciudadanos.
Pilotos y controladores aéreos no dudan en irse a la huelga, precisamente cuando más necesarios se hacen los vuelos para quienes esperan disfrutar de sus vacaciones. No importa la que reivindiviquen, sino su voluntad de utilizar como instrumento a los demás, que, por cierto, son clientes de sus empleadores, esto es, de quienes les pagan. Pero se saben fuertes, porque se ven insustituíbles.
La policía, como otros órganos creados para la seguridad ciudadana, ¡cuántas veces parece actuar en la ignorancia supina de quienes son más merecedores de su .protección o auxilio!. ¿Quién no se ha preguntado, mientras lucha para ser atendido por una urgencia con la muralla funcionarial que se le impone delante, qué es lo que hace que se le cuelen ante sus narices otros pacientes, aparentemente menos graves pero más amigos del que toma decisiones?
Y en política, ¿qué defienden tantos elegidos, cuando disputan entre sí el lugar de preferencia en el escenario de las vanidades, si lo que hemos pretendido, al escogerlos, es, ni más ni menos, que lo hagan lo mejor posible, que nos mejoren la situación de todos o al menos de la mayoría, sin haber imaginado jamás que su objetivo común (en tantos casos) era enriquecerse tomando decisiones que les favorezcan con la gestión de lo público?
La democracia necesita, en fin, mecanismos de control para que incluso los que hemos elegido como nuestros representantes, para administrar los poderes que dejamos en sus manos, no se extralimiten. Hay que imaginar, y utilizar cuando existen, los medios de tutela de nuestras libertades y derechos. Incluso contra los que se han creído que porque les hemos aupado allí, ya se han vuelto inmunes e incapaces de sus juzgados.
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