Jugando en corto: Aplicación del método inductivo al cambio climático
La Humanidad ha creído generalmente ver en lo que los científicos y escépticos llaman fenómenos naturales violentos, fundamentalmente los atmosféricos, la manifestación de la ira divina. No han cambiado mucho las cosas con el avance de la civilización. La mayoría sigue pensando lo mismo: fuerzas superiores, portadoras de designios catárticos, tejen o destejen a su antojo nuestro manto de Penélope.
Incapaces de explicar las razones de los hechos de la Naturaleza que no podemos controlar, se las atribuímos al azar, a curvas con forma de palos de hockey que amañamos cuando hace falta, o a espíritus superiores. Todos esos elementos fuera de control humano castigan a los que andamos por este valle, nos dicen, por nuestros muchos pecados: hemos fornicado mucho, contaminado demasiado o comido la raiz del árbol de la vida. En cosecuencia, las fuerzas incontroladas ponen a prueba nuestros diques, la proximidad de nuestras casas al mar, y la resistencia de nuestras granjas a la lava ardiente.
No hay mejor epifanía (en su acepción griega directa) que una buena tormenta encima de nuestras cabezas o un desbordamiento del río que sirvió de eje para construir, desde inmemoriables tiempos, el pueblo que habitamos. La fe que mueve montañas nos hace caer de rodillas ipso facto, al primer rayo.
Los síntomas de que algo grave nos está ocurriendo en el planeta Tierra parecen hoy evidentes, incluso para el observador más palurdo. Las noticias hablan de catástrofes todos los días: inundaciones, tsunamis, granizadas que ni los más viejos recuerdan, sequías que ni en las plagas de Egipto. Los tipos de a pié no tenemos medidas de la temperatura media del planeta, pero tendemos a admitir que llueve menos por estas latitudes y que, cuando lo hace, nos descalabra los alcantarillados.
Que miles de estudiosos del cambio se hayan puesto de acuerdo ayer mismo, como quien dice, y, para colmo, hayan tenido que recurrir a encontrar la correlación entre un llamado gas de invernadero y el aumento de temperaturas en el globo, para predecir desequilibrios imparables, suena a fácil ejercicio. Hasta el más modesto de los que opinan en las tertulias tiene claro que, por su propia experiencia, estamos en vísperas de un cambio climático. "Hace veinte años llovía más", seguro.
La aplicación del método inductivo se queda, sin embargo, en la apreciación de los síntomas. Estupendos para realizar el diagnóstico, no sacamos nuestras conclusiones; ni a nivel individual ni, mucho menos, a niveles colectivos. ¿Debemos vender la casa en la costa a precio de saldo, retirarnos a las zonas más húmedas, movernos en bicicleta por la ciudad en lugar de comprar un feroz cuatro por cuatro?. Ah, no, eso no va con nosotros.
Tal vez pensamos que, como en cualquier historieta contada por los supervivientes, se salvarán siempre los justos y, por supuesto, que figuraremos nosotros entre ellos.
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