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El blog de Angel Arias

A sotavento: Rusia interviene en el debate sobre la energía nuclear en la Unión Europea

La moratoria en la construcción de centrales nucleares en Alemania es el factor principal  por el que la Unión Europea ha aumentado, en conjunto, su dependencia de las importaciones de gas natural. El debate sobre la conveniencia de autorizar la construcción de nuevas centrales, levantando la moratoria, se desarrolla en un contexto de tensión social y política similar al que se vive en España, si bien (y lo lamento, por lo que nos toca), con una mayor altura técnica y argumental en el país germano.

La presidencia rotativa en la Unión, que corresponde este semestre a Angela Merkel, la canciller alemana, celebraba el comienzo de año con la necesidad de reestructurar, siquiera por breve tiempo, el equilibrio europeo para la distribución de las importaciones de gas con el fin de afrontar los problemas de suministro desde Rusia. Un equilibrio especialmente precario para Alemania, y una situación que, de rebote, aunque las competencias no están delegadas, apremia a toda la federación  de Estados europeos a encontrar una solución, económicamente soportable y con perspectivas de mantenimiento futuro, para su mix energético global. Porque el ansia fagocitadora de energía, arrastrada en particular por el transporte y el consumo eléctrico, prosigue imparable, a pesar de las teóricas buenas intenciones, y la UE necesita importar más del 80% del petróleo que quema y casi el 60% de gas.

La Comisión ha fijado como objetivo para 2020 que el 20% de la energía que se produzca en la Unión provenga de fuentes renovables, un wishful thinking que ya cuenta con el grave precedente del incumplimiento seguro del propósito de alcanzar el 12% en 2010, que se da por imposible. La cuestión de la moratoria nuclear en Alemania y España (entre otros) divide a los países europeos, preocupados por el tema de los residuos más que por la seguridad de los centrales, y las presiones ecologistas -traducidas en bloqueos y, por parte de los grupos más reaccionarios, amenazas de actuaciones incluso terroristas- no ayudan a poner tranquilidad en un debate que, en puridad, no debería prolongarse, porque no hay soluciones alternativas que cumplan las condiciones de ser suficientes, fiables, económicamente razonables y técnicamente maduras.

Las últimas han sido unas semanas llenas de sobresaltos, amenazas, cortes de suministro y la constatación de algunas traiciones y faltas de solidez en el frente europeo. Los expertos de la Unión Europea se sintieron muy felices al conseguir un acuerdo entre Belarus y Rusia, que había amenazado con cortar sus suministros de gas, a menos que se le admitiera una drástica subida de precios.  El 31 de diciembre se firmó un nuevo contrato entre el monopolio ruso Gazprom y Belarus por el que ésta accedía a pagar 100 dólares por cada 1.000 m3 de gas ruso, una subida drástica respecto al precio anterior de 45 dólares.

Posteriormente, Bielorusia (
Minsk), interviniendo por su cuenta en el debate, con un calculado desfase, interrumpió el paso del gas ruso a través de su territorio, exigfiendo que se le abonaran tasas de tránsito más altas, para compensar (dicen) el impuesto que Rusia le había implementado desde el uno de enero. Sus reclamaciones son todavía una herida abierta, aunque, como hay reservas en Alemania y Polonia, la negociación puede aplazarse un tiempo. 

La dependencia del gas ruso por parte de la Unión es tremenda: Rusia suministró el 24 por ciento de las necesidades de gas a la Unión en 2005, del que un 20% transita por Belarus - asociación formada básicamente por Alemania, Lituania y Polonia- y el otro 80% llega a través de Ucrania.

La enseñanza para Europa es de extracción sencilla. Ha recibido un duro toque de atención de lo que va a pasarle, con las dificultades presentadas por Rusia y Minsk y la demostración de las debilidades negociadoras de Belarus y la nula capacidad de autonomía que posee Gazprom, por muy asesorada que esté por el ex-canciller Schroeder. La estabilidad de los suministros exteriores, y no solo del gas, está seriamente afectada, y para siempre. No hace falta ser un lince para vaticinar que las negociaciones se harán más difíciles en los próximos años, y que los suministradores aprovecharán cualquier invierno más crudo, un verano más caliente o un agravamiento de las guerras civiles que se larvan  en el Golfo  para que los precios y los suministros de gas y petróleo se hagan incontrolables por los países deficitarios.

Rusia ha dado, sin pretenderlo, un balón cargado de oxígeno a los partidarios de la energía nuclear, que, no es un secreto, están liderados por las grandes compañías eléctricas europeas. Porque los argumentos ecologistas son muy simpáticos  a todos, pero no es suficiente reclamar a gritos  o con sentadas concienciadoras que se consuma menos y que se utilice más energía solar, vegetal o eólica. Los hechos vienen demostrando que los gobiernos europeos tienen otras prioridades en sus programas, e incluso han surgido dudas respecto al carácter neutro ambiental de las energías alternativas, además de las dificultades de su implementación masiva.

Además, aunque la amenaza del calentamiento global, por culpa del CO2 producido por el hombre o porque toca en este siglo, adquiere proporciones muy concretas, pero no tiene traducción en votos. Todos queremos la comodidad de estar en casa, con toda suerte de electrodomésticos, sentirnos calentitos en invierno y refrescaditos en verano, y nos gusta mucho viajar, conocer mundo, comer bien, en fin, disfrutar de la vida, tanto más si esto parece que se acaba.
  ¿O no?

  

 

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