Carta desde Europa. Catalanes, maltratados, langostas y paleontólogos
El 28 de noviembre de 2004, escribí para el periódico El Imparcial (Oaxaca) esta crónica. La hermosa ciudad mexicana vive hoy una situación de crispación por una huelga de maestros que dura ya casi un mes. Lo que empezó con la petición de aumentos de sueldo y mejores condiciones para ejercer, ha desembocado en un escenario de enfrentamientos y violencia, conn una disputa abierta entre el Gobierno de ese Estado y el central -las elecciones por la presidencia de México serán el 2 de julio-, que ha costado ya varios muertos.
Lo que se trata en esta Carta ya antigua no tiene que ver con la actual vivencia oaxaqueña, -que mis amigos de allá se encargan de mantener a flor de piel, enviándome correos que defienden los argumentos de unos y otros, coincidiendo, eso sí, en lamentar el deterio de la fuerza del diálogo por la debilidad de la violencia. Pero el pulso emotivo hacia México del que surgieron esas cartas, sigue intacto en mí. Buena suerte, Oaxaca. Manténte firme en avanzar, México.
Además de hacer de cronista para Vd. de las razones de los otros, debería contarle algo de mí, salpicando mis cartas con algunos detalles íntimos que le ayudasen a volver a identificarme en su memoria. Puede que lo mío sea una forma espuria del síndrome de Ulises, que dicen que asalta a los emigrantes y a todos los desplazados de sus raíces, y les hace añorar obsesivamente el momento de volver a su Itaca. Aunque si pudiera elegir guiado por mi ego, me gustaría más ver en Vd. el síndrome de Penélope, y hasta me encantaría que me tejiera un jersey mientras me espera, al tiempo que nuestro Telémaco crece.
Pero aquí no hay más viaje que el que nos conduce a la realidad todos los días, y de existir un tejedor, ése sería yo, haciendo y deshaciendo como un poseso las líneas de esta carta, tratando de encontrar las palabras precisas sobre el bastidor de nuestro lenguaje común. Y a riesgo de que me encuentre ridículo, me siento adornado con corona de laureles, aunque tenga los pies descalzos. Antes de que me critique, o me aconseje ponerme zapatillas, le advierto que esta última frase es de Carlos Fuentes, y que en ella se refería al español, lengua que en sitios como Cataluña y el País Vasco llaman castellano, creo que solo para hacerse daño.
De vueltas a lo mío, admito que no tengo ninguna cicatriz especial, ni exhibo tatuajes, ni las guerras incruentas en las que he participado me han dejado marcas visibles. Soy un solitario cuyo instinto le ha llevado a estar casi siempre del lado de los perdedores, eso sí, sobreviviendo. Mi vida es, pues, una sucesión de errores jalonada de aciertos efímeros, y ya no se extrañará que le diga que copio a Juan Goytisolo, quien recogió esta semana en Guadalajara el premio Juan Rulfo, y al que bien sé que veneran en México como referente ético. Por eso no debió resultarle difícil al académico Gonzalo Celorio convencer a los demás miembros del Jurado que había que darle el galardón. Yo estuve en Comala tras la huella del autor de Pedro Páramo, antes de saber que había nacido en Sayula, pero me encantó respirar el aroma de los papayos y mameys, mientras buscaba ambos entre almendros, casitas blancas y palmeras.
Tengo un día con pretensiones literarias, y la culpa me viene de que esta semana quedó marcada por la 18ª edición de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, en donde la cultura catalana anduvo de invitada especial. Y lo andará en adelante, si José Trinidad Padilla, rector de Guadalajara, cumple su promesa de que el próximo año se premiará también a escritores en catalán, “extrañisima y curiosa lengua”, al decir de un Juzgado de Badajoz, en contestación hecha a un exhorto justo en estos días, “que no se habla por estos pagos”. Porque no todo el mundo ha de tener la facilidad para las lenguas que demostró Andrés Henestrosa, el ilustre oaxaqueño del Juchitán del que usted me habló en su día (debo decir, mi noche), que se expresó solamente en zapoteco y huave hasta los quince años y que, sin embargo, llegó a sentirse como pez en el agua en una lengua que le era extraña, la española.
Desde la infancia aprendí a no sobresalir, a ser discreto, aunque estuve siempre a favor de los que estaban en desacuerdo. Me quisieron y además tuve suerte, a diferencia de algunos niños de 10 a 15 años que vivieron en el siglo XIX, y de los que sabemos ahora algo de sus vidas, porque el penal de Wandsworth, en Londres, acaba de desempolvar sus archivos de la época victoriana. Compartieron allí la prisión con los adultos, condenados por robar panes o un conejo, y recibieron latigazos y fueron sometidos a trabajos forzados con la intención de que abominaran de sus inocencias infantiles. La historia de esos niños se desvanece en unas cartulinas amarillas adornadas con las fotos que muestran sus caras asustadas.
Pero volviendo a mis orígenes, ya le escribí en otra ocasión que no soy muy aficionado al ejercicio, aunque de chico jugué al jockey hasta que me rompieron las gafas con un stick y, como castigo, mi padre se negó a comprarme patines nuevos cuando me crecieron los pies. Este deporte nunca se había distinguido hasta ahora por haber desatado pasiones, al menos fuera de Cataluña. Pero hoy, si me admite la incursión histórica, hasta Berenguer IV, el conde de Barcelona que consolidó por matrimonio el reino de Aragón en 1137, habría tomado partido de haber sabido que Isidre Oliveras, creyendo que la oportunidad se la pintaban calva, apoyó hasta la dimisión que Cataluña se incorporara como miembro independiente de la Federación Internacional de la que era Presidente. Eso suponía que la selección catalana podría jugar contra la española y, muy seguramente, ganarla, para algarabía de los que defienden que Cataluña es nación, y, por lo tanto Estado independiente, una de las peticiones de principio que se han hecho clásicas por estos pagos. Pero el gobierno español movió presto sus hilos y el movimiento se quedó en agua de borrajas.
Incluso Pasqual Maragal, presidente de la Generalidad catalana, que vigila los pasos de Josep-Lluis Carod-Rovira, presidente del ERC, que es su partido asociado, tuvo que intervenir desde Jalisco (sin rajarse y supongo que para quitarles el hipo a los que presumen) para contradecir la propuesta de que Barcelona abominara Madrid como sede para los Juegos Olímpicos del 2012, en represalia.
Yo comparo a Carod-Rovira con Hugo Chavez, el presidente venezolano, gentes ambas que van levantando tempestades cuando pasan, como lo demostró este último en su visita a España estos días pasados, en que abrió la caja de Pandora forzando al ministro Moratinos a asentir que el gobierno anterior habían instruído al entonces embajador en Caracas, Manuel Viturro, para apoyar el golpe militar que intentó destituirle. Otro especialista en desatar pasiones encontradas es Fidel Castro, y por ello apostaría que la embajadora Roberta Lajous, nuestra mujer en la Habana (parasafreando a Graham Greene), cederá contenta sus credenciales en enero a Melba Pría. El cambio llega casi al mismo tiempo que la incorporación del embajador español Carlos Alonso Zaldívar, que es además ingeniero aeronáutico, y que tendrá que ejercitarse en recoger al vuelo o del suelo los platos cada vez que se rompan las relaciones diplomáticas, que oportunidades no le han de faltar.Los enfados de los pequeños los sufren ellos solos, pero en política, lo peligroso es enfadar a las potencias, porque luego hay que dedicar regios esfuerzos a aplacarlas. El Rey Juan Carlos se metió en la jaula del rancho en Crawford (Texas) que tiene Bush, principalmente para preguntarle si estaba enfadado con España, y después hacerse unas fotos con las risas. No sé quién será capaz, por el contrario, de resolver el lío serio que se está organizando en uno de los países que compusieron la superpotencia con pies de barro que fue la URSS, en donde ahora a cada oportunidad resurgen identidades históricas. Me refiero a Ucrania, en donde las elecciones para elegir presidente han hecho aflorar la grieta geopolítica que separa a los dos Víktor. Ambos pretenden haberlas ganado, como usted sabe, aunque Yúschenko mira a Europa, en tanto que Yanukóvich, apoyado por Vladimir Pútin, bailaría mejor, dice, con Rusia.
Desde luego, hay pueblos que están más cerca que otros del ombligo del mundo, y ello explica que, a la menor oportunidad, su idiosincrasia suba varios palmos sobre las cabezas de los demás. La revista Science ha dado la noticia del descubrimiento del Pierolapithecus, tronco común a todos los antropomorfos superiores, que vivió hace unos 13 millones de años, en la zona de Hostalets de Pierola, hoy Cataluña. Se especula sobre las causas de la muerte de este pobre individuo. Tuvo la mala suerte de que las grandes cantidades de carbonato cálcico que se desprendieron de las montañas, provocaron un descenso de las temperaturas, y aunque otros primates se desplazaron y adaptaron a nuevas dietas, este mono prefirió quedarse en el oasis de estabilidad biológica que fueron los bosques subtropicales de Eurasia, lo que lo convirtió en muy vulnerable. Más o menos así lo explica Jorge Agusti, paleontólogo, pero algo me hace creer que el valor del mensaje no será entendido.
Por cierto, mándeme recetas de langostas, que en Canarias tenemos una plaga de Schistocerca gregaria, un chapulín gigante que nos ha entrado por esa puerta que tenemos abierta a Africa. La están combatiendo con plaguicidas fitosanitarios, pero yo pienso que deberíamos aprovechar sus proteínas. Pero si no tiene tiempo para contestarme, no se preocupe, yo seré, en positivo, su gota malaya (que es lo que Maragall quiere ser para el Gobierno central, y que era una forma de presión por la que se dejaba caer una gota tras otras sobre la cabeza del torturado). Un casto beso, querida amiga, y buenas noches.