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El blog de Angel Arias

De fauna, púlpitos y geometría

Tener unos momentos libres para dedicarlos a callejear por la ciudad en la que uno nació, y en la que ya no se vive (siempre, hay que puntualizar, de momento), depara sorpresas de muchos tipos.

Están los conocidos a los que no se ve desde hace siglos y que te saludan con un "hasta luego", como si hubiera alguna oportunidad de volver a encontrarnos a la vuelta de la esquina; se tropieza uno con algún compañero del colegio al que los años transcurridos (que, siempre cree uno mismo, a nosotros nos han preservado mejor) dotaron del carácter decadente que dan el poco pelo y las muchas arrugas; y, por supuesto, y para no hacer el preámbulo muy largo, no falta el cruce con el aire de noteconozcodenada con alguna de esas jóvenes, convertidas en abuelas convencidas, con las que uno pretendió ligar cuando el tiempo que estaba por delante era prácticamente infinito.

En la Librería Ojanguren encontré un precioso libro de Lola F. Lucio, intitulado "De Tigres, Tribunas y Círculos" que regalaban, en aparente liquidación, a 3 euros, y que me apresuré a comprar antes que otro nostálgico me lo quitara del cajón de cartón con el que compartía los vientos de la calle con otros ejemplares literarios sin interés.

Allí surgieron de las páginas desbrozadas por la curiosidad, los nombres de muchos con los que compartí momentos de mi vida provinciana, tratados en ellas como artífices de los movimientos culturales que azotaron Vetusta en los años 70 y principios de los 80. No voy a citarlos por sus nombres, pero allí estaban fotografiados, glosados y enaltecidos por la pluma cariñosa de Lola y por sus propios dictámenes, casi un centenar de cuantos compartieron mesas y manteles en las que yo, ahora lo tengo claro, fui casi siempre "uno de los otros".

Qué momento tan especial, de vuelta en ese tren a Madrid que quiere tornar a las andadas de mantener separada a la pequeña región de antaño indómitos astures de los calores de la metrópoli (si Paco Cascos y los suyos no lo remedian).

Leyendo esas historias de héroes y heroínas de la cultura ovetense, profesores y alumnas, poetas y poetisas, restauradores y comensales, intelectuales de salón y de alcobas, políticos y fieles, aplaudiéndose en su salsa, felices de ser ellos mismos, abrazando como parte de la historia a los Emilios Alarcos, Gustavos Buenos, Carlos Barrales, Caballeros Bonaldos, Rafaeles Albertis, Carmenes Ojeas, Bryces Echeniques, Angeles González,...me sentí otra vez joven, esperanzado, creativo.

No pude contener una sonrisa nostálgica, adobada con el toque sardónico de mi irredenta independencia, cuando tuve que admitir que era mejor para mi salud dedicar el resto del viaje a concentrarme en el yin tónic que me sirvió la azafata del Alvia, que amargar mi libertad vinculándome al qué dicen los que pretenden ordenar las cosas en Polvonia.

Gracias, Lola, por hacerme revivir momentos irrepetibles. Qué alivio.

1 comentario

ignatius -

Gracias, Angel, por este artículo que me ha hecho recordar también mis felices tiempos en Vetusta. Aunque los tiempos pasados suelen ser mejores porque uno, hábil y subconscientemente elude los malos momentos, la verdad es que el Oviedo actual no solo ha sabido modernizarse y hacerse una ciudad cómoda, que siempre lo fue, sino que además, y esto tiene más mérito para mí, ha sabido conservar ese sabor recoleto tan agradable que nos subyuga a los provincianos (en el mejor sentido de la palabra), aunque provenga de otra provincia.
El tiempo parece no pasar por Vetusta, pero ahora no tienes que atravesar las pendientes empinadas del Pajares en seiscientos.