Carta desde Europa: Toreros, metrosexuales, exploradores y vírgenes
Me ha entrado algo de desasosiego al imaginar que, después del tiempo transcurrido, a lo peor, mi rostro se le está desdibujando. Pensé en adjuntarle una fotografía, pero solo tengo las que me sacaron hace unos veinte años para el carné de la Universidad, y éstas, más que recordarle como soy ahora, creo que le moverían a confusión. No le cuento esto para que en un arrebato me intente persuadir con cuatro líneas de que me recuerda bien como soy, y que soy güero o tirando a moreno. La tengo por mujer de su casa, muy ocupada, y a buen seguro que su esposo no tomaría bien saber que se cartea semanalmente con desconocidos. No nos valdrá entonces pretender demostrar que nuestra correspondencia es más casta que mi piolé de montaña, que la dirección de los correos es unilateral, y qué se yo cuanto más, que bien sé que corro el riesgo de terminar atravesado por una bala mal encontrada.El 23 de octubre de 2004 envié al diario El Imparcial de Oaxaca este artículo, entonces de actualidad. Una de las cartas que un imaginado profesor de una de las Facultades de Derecho de Madrid enviaba a una mujer que tal vez no existía, en Oaxaca, México.
Así que siga Vd. en su papel de lectora, que yo le seguiré contando historias de acá sin que me preocupe no obtener respuesta. Tampoco pretendo que Vd. me vea, a mis años, como un metrosexual, según la definición que Mark Simpson consagró hace años para llamar a algunos urbanitas que se empeñan en contradecir el dicho popular de que “el hombre y el oso cuanto más feos, más hermosos”. Yo ni me pinto las uñas, ni me pongo afeites, ni aspiro a gustar tanto a los hombres como a las mujeres, porque me conformo con agradar a alguna hembra de ese 35 o 40% que la naturaleza todavía me mantiene como complementario.
Además, poco tengo yo que ver con los prototipos de ese subgénero. Me miro en el espejo y no me encuentro parecido ni con el actor Brad Pitt, ni con el futbolista-showman Beckhan ni, a escalas más locales, con el presentador español Jesús Vázquez, o los políticos mejicanos Jorge Castañeda o Santiago Creel, por ponerle una lista corta de algunos a quienes están encasillados como sus genuinos representantes. Yo soy un seudointelectual bastante feo, que en invierno duerme con calcetines y que al volver a casa por las tardes, entre los malos humos de la ciudad y los que me generan los disgustos, puedo tener el mismo aspecto desaliñado que si acabara de batirme el cobre -y perder- por una piñata.
Lo que sí le reconozco es que soy un sentimental. Como el Marqués de Bradomín, el personaje recreado por Valle-Inclán, yo me veo feo, agnóstico y sentimental. Me ha conmovido, por ejemplo, que el marroquí Hicham el Guerruj, que fue campeón en las olimpiadas de Atenas en dos carreras, haya confesado su convicción de que el deporte es la mejor manera de unir a la Humanidad. Imagino a mandatarios resolviendo sus eventuales diferencias a ver quién hace más hoyos de golf con menos golpes, en lugar de ordenar a sus ejércitos que agoten las existencias de misiles en las cabezas de otros.
También me hizo segregar “adrenalina de la buena” oir al oncólogo Joan Masagué, que igualmente recibió un premio Príncipe de Asturias estos días, afirmar desde su amplio saber, que el 60% de los cánceres ya se curan. Porque a mí lo que me gustaría, querida amiga, a pesar de lo que me quejo y ya que supongo no se van a olvidar de llevarme al otro barrio, sería morirme muy viejecito. No tengo buena relación con la Parca. Todo lo contrario de lo que les pasa a ustedes, que juegan con la muerte como su juguete favorito, al decir de Octavio Paz.
Por cierto que el nombre metrosexual no hace referencia a ninguna medida, sino que se deriva metro, que es madre, en griego. Creo que es porque estos modernos narcisos conservan también en su ego restos de un complejo de Edipo mal curado. El metro es, además, una medida que se ha quedado algo anticuada, porque por se habla ahora de nanotecnologías y años luz. Aunque, como siempre, para medir las cosas de todos los días, nos basta con lo que va desde el pulgar hasta el pie.
Para mí, la medida de más utilidad, es el jeme (que no necesito recordarle es la distancia entre el dedo pulgar y el índice, teniendo la mano muy abierta). Gabriel García Márquez emplea, con la intención de mantenerlas vivas, palabras como ésta en su última novela. Memoria de putas tristes, cuenta la historia de un nonagenario que quiere celebrar su cumpleaños poniéndose en las benditas manos de una adolescente virgen. El rijoso y muy arriesgado vejete, a quien su afición a las señoras de alterne restó el tiempo imprescindible para casarse como Dios manda, se hace acortar un jeme sus pantalones juveniles para ajustarlo al cuerpo encogido. Imprescindible medida esta del palmo que también usaba al parecer Moctezuma, porque ofreció a Cortés unos collares de camarones dorados que medían un jeme.
Me satisface ver que la gente mayor mantenga intacta su creatividad, en estos tiempos en que el Alzheimer acecha y ni nos deja recordar donde hemos dejado las gafas. Lo que ya no está tan fácil es mantener el poder, mérito conseguido al menos por dos ancianos de distinto pelaje ideológico que se han caído algo estas semanas. Manuel Fraga y Fidel Castro, son personalidades fuertes que no están dispuestas a ceder los trastos, expresión muy torera, como sabe. El cerebro les funciona, desde luego, bastante mejor que sus piernas, y les aconseja desconfiar que alguien pueda servir al bien común mejor que ellos. Parecen restos sociológicos de un pasado extinto en el que los mayores eran los jefes de la tribu. No encuentran sucesor, dicen. Mi diagnóstico es que a su alrededor habrá crecido una corte de aduladores, aprovechados y nostálgicos, y esa mezcla ha quemado los liderazgos de un par de generaciones. Por eso ellos van a morirse con las botas puestas.
A mí me gustaría morirme en la plaza. No, por supuesto, como torero, sino como el toro. Y en sentido figurado, ya me entiende. Me encanta pensar, copiando a Luis Rosales en unos versos que sirvieron para hacer análisis sintácticos en todas las escuelas de la posguerra española, que “como el toro me crezco en el castigo”.
Soy aficionado a las corridas de toros y mi padre me enseñó a distinguir los naturales de las largas cambiadas, pero es que además los toros me parecen un espectáculo lleno de metáforas. Por eso me alegra que China, haya sido escenario de la primera corrida de toros que se celebra en Asia, porque de ese gusto no pueden venir más que cosas buenas. Fue en Shangai, y, por cierto, querida amiga, los animales se trajeron desde México en avión, porque las reses españolas siguen vetadas desde los tiempos de las vacas locas. Es una pena que hayan suprimido a última hora la muerte del animal en presencia del público, y hayan matado al morlaco detrás de bastidores, simulando la suerte con una banderilla blanca. Ya sé que ojos que no ven, corazón que no siente, pero es aconsejable vigilar de dónde sale el animal que te comes, y seguro que a los chinos les acabará encantando, como a mí, el rabo de toro de lidia. Que, por cierto, lo preparo para chuparse los dedos, si me permite la petulancia.
Una alternativa a la de morir en la plaza sería perderme en el hielo, y que me descubran -si es caso- al cabo de 5.000 años. Tal vez era esa la intención del explorador Helmut Simon, descubridor del “hombre de los hielos”, Ötzi, en un valle del Tirol, que desapareció hace dos semanas por los Alpes. Pero como ahora con las nuevas tecnologías no se respeta casi nada, al infortunado austríaco lo descubrieron hace un par de días y a estas alturas supongo que ya lo habrán incinerado.
Bueno, me voy a la cama. Ya se imaginará usted después de lo que me conoce, -porque escribir es un striptis intelectual- que yo asocio ese mueble tan útil al hecho de dormir, aunque admito que tiene otras utilidades, alguna de las cuales me gusta más que el chocolate. La cama está en el mensaje subliminal de un informe que se dió a conocer esta semana, que se atreve a poner en un ranking de frecuencia a más de cuarenta nacionalidades. Los españoles, así, en global, sin indicar cuál sería su origen autonómico, estamos un par de jemes por encima de la media mundial, con unos 120 coitos al año. Claro que la información proviene de una empresa fabricante de preservativos. No se si intentan animarse ellos mismos viendo un mercado con gafas de color rosa, o pretenden empujar a los clientes para que sean más competitivos. Pero yo miro a mí alrededor y veo que por aquí la gente solo habla de fútbol.
Así que buenas noches, querida amiga.
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