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El blog de Angel Arias

Antonio López, un hiperrealista surealista

Antonio López, un hiperrealista surealista

La exposición quasiantológica de Antonio López, que se presenta en el Museo Thyssen de Madrid, como todas las que presentan la obra de un artista a lo largo de un período, ofrece la oportunidad de analizar la evolución de su creatividad, entendida como el deseo de transmitir su cosmología particular, su forma de entender el mundo.

Resulta, por ello, de innegable valor para comprender la personalidad del pintor, su aparente búsqueda sistemática de la perfección, plasmada en una meticulosidad aparatosa, que le lleva a anotar la hora (y, por supuesto, el día) en el que ha captado la luz y las sombras de sus paisajes urbanos, y la vocación reiterativa de volver sobre lo pintado, una y otra vez, no dándolo por acabado fácilmente (algunos cuadros tienen hasta cuatro fechas, y la última, significativamente, tiene a su lado una coma, indicando que la historia de retoques proseguirá). 

Antonio López es no solo un magnífico pintor, sino una persona sensata, que une a una personalidad fuerte -imprescindible ver el corto que se proyecta en un saloncito de la Exposición- un ideario filosófico que impregna su vida y su arte. Es en este sentido en donde sus cuadros aparentemente inacabados, o corregidos sin éxito, toman todo su valor: su aparente hiperrealismo es, en consecuencia natural, surealismo.

El cosmos particular de Antonio López tiene en esa imperfección que emerge desde lo cuidadosamente delineado, medido y estructurado, su dimensión más personal. No es un guiño al espectador, ni mucho menos, el reflejo de una búsqueda de lo perfecto, suspendida o frustrada. Ni la fotografía en color del chuletón en La cena (1971-1981), de la colección de Carmen López, ni el rostros estratificado de la madre en el mismo cuadro, ni el tremendo trozo de tubería roja de Vallecas torre de bomberos (1990-2006), propiedad hoy de Caja Madrid, por citar dos ejemplos, pretenden otra cosa que lo conseguido: demostrar que la perfección es imposible, y que, dentro del artista Antonio López, están presentes las mismas esencias que en la pintura de, digamos, Francis Bacon.

Me resulta especialmente curioso, en un pintor realista, especializado en naturalezas tan muertas como el paisaje urbano -que observa, dice, hasta descubrir en ellas cosas que un espectador normal no hubiera visto-, sorprender en él que también sucumbe, a veces -muy pocas- al deseo de reflejar la vitalidad de lo sexual.

Así me aparece en su "Niño con tirador", en la que, a la derecha del infante que se dedica a disparar a las palomas con un tirachinas, hay una figura echada en el suelo -posiblemente una niña- con la parte inferior de su cuerpo totalmente descubierta: la imaginación pone lo demás. Totalmente explícito es el dibujo de Atocha (1964), hoy en el Boston Museum of Fine Arts, en el que una pareja desnuda hace el amor en la terraza, ante un paisaje urbano.

No son varios Antonio López, sino uno solo, coherente, evolucionando siempre sobre lo ya anotado, magnífico, atravesando a veces con humor, otras con sátira, siempre con pulcritud, dotado de unas manos de genio, los caminos siempre complejos de una personalidad humana: la suya.

Y que se manifiestan incluso ante piedras y ladrillos a las que no da carácter el sol, ni los colores, ni el lápiz o el carboncillo, porque es la mente del artista la que les dice, trasladándolas al pincel con modales firmes de monje soldado, "levantáos del letargo, porque ahora sois parte de mí, y voy a compartirla con todos los que quieran adivinar lo que hay detrás de una línea perfecta".

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