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El blog de Angel Arias

Cuentos para solitarios: Filosofía elemental

(Primera parte de este Cuento, incluído en mi relación de Cuentos para Solitarios)

Para sazonar una cena, lo mejor es el hambre. No lo digo yo, lo expresó Sócrates. O, mejor dicho, como Sócrates no dejó nada escrito, lo contó así Platón y lo leí por primera vez en un libro de Balmes, su Filosofía Elemental.

Puede que Sócrates no haya existido, o que lo que sabemos de él sea una invención de quienes se definieron como sus discípulos. Esta idea me resulta más atractiva, y encaja mejor con la anécdota de quien, acusado injustamente, decide someterse a la última pena, suicidándose, argumentando su acción con un soliloquio apto para las academias de filosofía, pero ininteligible como expresión de la humana sicología.

La mayor parte de las cosas que nos apasionan, son realidades inalcanzables y, por eso, están al mismo nivel inasequible que cualesquiera otros inventos de la imaginación. Pero nos ocupan mucho tiempo, nos hacen soñar y en absoluto son inútiles. Nos animan para descubrir otras posibilidades que sí están a nuestro nivel.

Pero no voy a hablarles de Sócrates, ni de Balmes, ni es mi deseo aburrirles con comentarios de filosofía para andar por casa. Soy el monitor de esta reunión y mi objetivo es impresionarles. Y, más en particular, me encantaría seducir a una de ustedes, enamorarla.  

Ustedes han pagado para ello, ¿verdad? Para que les enseñe el arte de la conquista.

Empezaré presentándome. Soy aficionado a la astrología, pero mi profesión, aquella de la que vivo, es la de agente comercial. A mis cincuenta y tres años, he vendido casi de todo, aunque ahora me dedico exclusivamente a vender ilusiones. 

Si hiciéramos una encuesta al azar, recogeríamos mayoritariamente la respuesta de que para vender añgo hay que disponer antes de la mercancía, o tener opción razonable de conseguirla. Por eso, si les expresara que mi preocupación diaria es la de conseguir un acopio suficiente, para lanzarme luego a la apasionante aventura de encontrar interesados y que, además, estén dispuestos a pagar por ellas, me entenderían de inmediato. 

Pero este no es el caso de lo que yo vendo. Para vender ilusiones hay que encontrar primero al comprador y, luego, trabajar con la adecuada pericia para conseguir que nos compre lo que él desea, aunque no lo tengamos.

Por eso me he especializado en las mujeres. Puede sonarles a ustedes a cínico, aunque yo voy con la verdad por delante. Y les advierto de antemano, yo solamente ayudo a que tengan hambre; la comida es responsabilidad del cliente.

Para hacerles una demostración, necesito la colaboración de una de ustedes. ¿Alguna voluntaria?...Les advierto que no pretendo hacer un experimento con ningún riesgo. Tampoco les voy a exponer a ninguna prueba. Solo pido que se comporten con naturalidad, que sean ustedes mismas.

Aquella señorita de la quinta fila, la del vestido estampado. ¿Sería tan amable...?

(seguirá)

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