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El blog de Angel Arias

Cómo no montar un restaurante: Las tertulias (2)

(Este comentario es continuación de otro publicado hace días, y forma parte de mi libro "Cómo no montar un restaurante")

Las tertulias empezaban a las 21h30min y duraban, siempre dos horas. Al día siguiente, la mayoría de los asistentes tenían que currar, y no convenía quitar horas de sueño a quienes tenían responsabilidades. Por eso, independientemente de cómo se encontrara el debate sobre el tema, de quien estuviera hablando o de lo que quedara por discutir, se levantaba la sesión.

Cuando llevábamos realizadas unas veinte cenotertulias, descubrí que uno de mis colegas ingenieros, Rafa Ceballos, era uno de los mejores magos de España y estaba dispuesto a hacernos el regalo de tres o cuatro juegos de magia de cerca, relacionados con el tema de la tertulia. Reduje, por ello, algo el tiempo de discusión para incorporar su actuación a la sobremesa.

La convocatoria a las reuniones se hacía por correo electrónico, enviando un mensaje a todas aquellas personas que habían manifestado deseo de asistir a alguna de ellas. El menú era, teóricamente al menos, rígido, y preestablecido por mí. Se trataba de encajar su precio en 24 euros -que tuve que subir al cabo de tres años, a 30 euros por persona (incluído iva y bebidas).

Los contertulios podían disfrutar de una cena original, el espectáculo de magia, y, por supuesto, expresar sus opiniones y conocer las de otras personas interesadas o curiosas por el tema. Yo tomaba notas frenéticamente de lo que se decía, hacía preguntas, forzaba comentarios. En los días siguientes, trasladaba al papel lo que se había dicho, procurando reflejar el tono informal.

Las actas de las tertulias, publicadas regularmente en la página web del restaurante, llegaron a tener más entradas directas que el propio menú del día o la carta de estación. Algunos asistentes me acusaron de inventarme parte de lo que habían dicho, y pudiera ser. Pero eran quejas benignas, porque siemrpe procuré dejar a todo el mundo en buen lugar, y, desde luego, lo merecían: las reuniones eran no solo interesantes o divertidas, sino que algunas tuvieron saludable altura intelectual.

Lo que no conseguían las tertulias era activar el negocio de los lunes, y hasta tuvieron ciertos efectos negativos, si bien nada graves.

Cocina acabó hasta las narices -aunque no me lo confesaba expresamente, pero notaba sus reticencias- de mis elucubraciones e inventos culinarios, algunos muy forzados, para encajar platos especiales con los posibles contenidos de la charla.

Sala tenía que cambiar sus turnos de trabajo cuando había tertulia, pues eran imrpescindibles tres camareros para atender a una clientela selecta de más de 20 personas, especial en algunos deseos: había quien era alérgico a los pimientos, vegetarianos, quienes llegaban tarde, preferían el vino blanco o, simplemente, se habían olvidado de reservar un lugar en el riguroso turno que limitaba a 26 los asistentes idóneos, y aparecían con cuatro amigos.

Por eso, unas veces fuimos 12 asistentes y otras 36. Y los lunes con tertulia, los ocasionales clientes que entraban en el restaurante con intención de una cena tranquila, huían ante aquel grupo de vociferantes culturetas o, apresados entre sabios, se quejaban apesadumbrados del ruido intelectual que provocábamos.

Aunque también hubo quien pidió incorporarse a la próxima tertulia, después de haber escuchado con manifiesto placer las elucubraciones de un debate al que no habían contado con asistir.

(sigue)

1 comentario

Antonio Domingo -

Uno de los inconvenientes era yo con mi alergia al pimiento, que me condiciona terriblemente cuando se trata de menús fijos, pero Angel, siempre te agradecí como serpenteaste en los platos para que pudiera participar sin quedarme sin cenar.
Saludos campeón.