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El blog de Angel Arias

Jugando en corto: La volatilidad entra en campaña

La nueva caída brusca de las Bolsas europeas y norteamericanas (5 de febrero de 2008), consecuencia de la inestabilidad económica y de los malos indicadores, lo que mantiene una percepción pesimista del futuro que nos espera, plantea la cuestión de la volatilidad.

En un programa radiofónico matinal (la Ser, 9h del 6 de febrero del corriente), un oyente se interesaba por saber qué era eso de la volatilidad de las Bolsas, a las que tan reiteradamente se hacía referencia en estos tiempos de mudanza. Un erudito contertulio del programa del periodista Francino le contestaba que la volatilidad era un concepto intrínseco al esquema bursátil, y que las bajadas y subidas de los valores eran quienes daban actividad a los operadores y hacían ganar dinero a los cuidadores de los grandes inversores, a costa de las pérdidas de los pequeños ahorradores, que no tenían capacidad para reaccionar ante los cambios bruscos y veían, en consecuencia, cómo sus dineros se volatilizaban.

La cuestión de la volatilidad es intrínseca a nuestro sistema económico. Si fuéramos capaces de predecir con total exactitud el comportamiento futuro de nuestras empresas y actividades, no habría riesgo y, por tanto, no cabría especulación sobre los resultados. La volatilidad es la consecuencia de que el futuro ya no es lo que era -lo que nos habíamos imaginado que iba a ser- y, por tanto, debemos de corregir las expectativas desde un presente mejor informado.

Claro que no todo es así de simple. El ciudadano de a pié no genera ilusiones respecto al futuro empresarial, porque no tiene datos ni capacidad de influencia sobre ellos, ni sobre los agentes económicos. Se guía por la información que le proporcionan aquellas fuentes a las que concede credibilidad, y la credibilidad la generan en cada uno de nosotros, con sus opiniones, aquellos individuos o grupos que nos merecen confianza.

Es muy importante, por ello, que se disponga de información neutral y objetiva, y técnicamente documentada, sobre las cuestiones que nos afectan. Lamentablemente, las opiniones se ven sistemáticamente enmascaradas por el ruido de los intereses particulares. Lo advertimos en cualquier debate político, lo detectamos en casi todas las discusiones y foros. Quienes más chillan, más interrumpen, más vehemencia ponen en lo que dicen, parecen tener más razón.

En la campaña electoral española se han introducido, nuevamente, elementos volátiles.

La posición respecto a los trasvases de agua (el neo-candidato Manuel Pizarro reabre la caja de Pandora del PP abogando por el trasvase del Ebro, cuando Barcelona se prepara para recibir agua de las desaladoras de Almería, excedentarias porque el campo, para el que estaban previstas, no puede pagar por ese agua); el papel de la energía nuclear en el mix energético (el programa de IU aboga por el cierre de todas las centrales antes de 25 años, de forma incoherente respecto al argumento de que, hoy, no garantizan seguridad ni control de residuos); la negociación con las facciones de nacionalismo terrorista como elemento de separación entre los pacíficos (cuando, puesto que en un estado de derecho contrario a la pena de muerte y crítico respecto a la respuesta armada o desproporcionadamente violenta de las fuerzas del Estado, la cohesión total de los demócratas es el único elemento de fuerza contra los disidentes); ...

Cuando seamos capaces de corregir las previsiones del futuro respecto a los elementos temperamentales que hemos introducido en el debate, el presente ya tendrá otras cualidades, y los cuidadores mejor posicionados para conducir en su provecho los valores de nuestra sociedad, habrán sacado su rédito a costa de la falta de información objetiva de los ciudadanos normales, que habrán invertido sus ahorros y sus esperanzas emocionales en entornos volátiles, mutables, subjetivos.

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