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El blog de Angel Arias

Jugando en corto: Y mi clamor llegue hasta tí

Jugando en corto: Y mi clamor llegue hasta tí

Contaba ayer el cardenal arzobispo de Madrid, Monseñor Rouco Varela, en un distendido ambiente con gentes de la Universidad, que hacía unos días, un niño de muy corta edad se le acercó, cuando andaba de visita pastoral por esos pueblos de Dios, y le pidió, en latín: "Benedícite, pater reverende" (a tal vez, reverendissime, que resulta más adecuado a la dignidad eclesiástica del destinatario). "Aquel renacuajo se veía que estaba formado por un sacerdote ilusionado, por un buen educador", concluía. Como yo, cada uno de los asistentes habrá sacado también sus conclusiones.

Yo no pertenecía al grupo de destinatarios previstos ni de la anécdota, ni, claro está, de las respuestas que dió Rouco a varias preguntas, -algunas bastante retorcidas, todas muy formales y algo ampulosas, que los profesores universitarios son así-, y que se le hicieron durante un toma y daca, a modo de las simultáneas del ajedrez, en la que el que devolvía desde el fondo de la red era S.E.

Se trataba de una cena-tertulia sobre el compromiso de los católicos y la Universidad, en la que, aunque encontré a varios colegas y bastantes amigos, mi presencia, que era aconsejable y hasta imprescindible, resultaba completamente marginal al evento. Un servidor estaba de pié (bueno, tampoco iba a estar de rodillas) , porque era el encargado de la megafonía (el cardenal tiene poca voz, pero no parece tener pelos en la lengua) y, sobre todo, porque era el propietario del restaurante al que mis amigos de la Universidad Pontificia de Comillas habían distinguido como lugar de la reunión.

Pertenezco a la generación de aquellos que hemos sido educados en la fe y la hemos perdido. La de veces que yo habré ayudado a Misa, ni se sabe. No me enorgullezco ni de lo primero, ni tampoco me avergüenzo de lo segundo. Forman parte de mi formación intelectual, y configuran, con otras vivencias, mi actual manera de "ser humano", respetuoso con los demás, incluso connivente con aquellos a los que capto convencidos, y bastante implacable con los que aparentan para aprovecharse de su aspecto, avasallando a los demás.

Quiero dejar constancia aquí de que me sentí bastante identificado con lo fundamental de lo que se estaba tratando allí. Que era, al fin y al cabo, aportar ilusión, empuje, fe, en el futuro, a la Universidad española. A partir del intercambio de opiniones, el ejemplo, el compromiso. Si eso se hace desde el respeto a las creencias o agnosticismos del otro, a partir de la convicción de que lo que nos mueve tiene más valor si nos sirve a todos, me parece estupendo.  Nos servirá para mejorar, porque no nos detendremos en demostrar al otro que está equivocado, sino que nos concentraremos en lo que puede unirnos.

La traducción (evidentemente, equivocada) que algunas versiones españolas dan de la frase de la misa tridentina a la que se refirió el cardenal es la de "Y mi clamor llegue hasta tí".  Qué casualidad. Sin mucho esfuerzo, podría interpretarse que algunos de los mensajes expresados en la cena-tertulia, con sutil carga política, tenían como destinatario al gobierno del Presidente Zapatero, que a esa misma hora (más o menos) contestaba con bajo tono vital (la SER dixit) a las certeras preguntas de Iñaki Gabilondo.

Al salir, varios de los asistentes dejaron en el libro de honor de mi restaurante unas frases muy cariñosas, y Rouco nos regaló a cada uno del equipo del restaurante un alfiler con la reproducción de la imagen de la virgen de la Almudena. "Es lo que regalo a los niños", explicó, justificando así la presencia en su bolsillo de unas cuantas decenas de pines esmaltados.  

Ojalá todos pudiéramos rescatar al niño que hubo en nosotros, y volver a hacerlo caminar desde la impresión de sabiduría que nos ha dado la madurez. 
 

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