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El blog de Angel Arias

A barlovento: Luis Fega, razones poéticas de un pintor

Luis Fega es un coetáneo y compatriota asturiano, con el que seguro que me crucé varias veces en la vida, porque estudió Filosofía y Letras cuando yo andaba por esa Facultad. Expone en la Galería de May Moré, en Madrid, y se ha rodeado, en olor de santidad, de varios de sus amigos, en el Salón de Actos de la Delegación del Principado de Asturias.

Al traer su nombre y este detalle de su biografía a mi Cuaderno, debería seguramente decir algo de su pintura, para quienes no lo conozcan aún. Le han publicado un libro con el subtítulo "Grafías del Olvido" (mucho y elogioso se ha escrito sobre su arte) y ayer tuve ocasión de escucharle decir porqué crea, y cuál es el proceso mental que le impele a seguir perfeccionando la plasmación de lo indescifrable, que, en su caso, han dado en llamarlo pintura, aunque él se resiste, entre modesto e insolente, a considerarse "pintor" ("Pintores hay 6 u 8 por país y generación; basta mirar la Historia de la Pintura").

Fega está dentro de la corriente de "pintores gestuales", expresionistas evolucionados, intuitivos forzosos, para los que la inspiración es un proceso indescriptible, en el que una mano misteriosa les guía en la aventura de atrapar lo desconocido. Por eso, y más cuando se explica, es un pintor que trabaja en el mismo terreno que los poetas. Sus "garabatos" -así llama a sus grafismos-, estimulan. Animan a recrear; también, destruyen.

Su rostro afilado, escueto, con los ojos avizores teñidos en nostalgia -"me confunden con un personaje de Velázquez, una figura del Greco", dijo, dicen- subraya esa impresión de sinceridad, pose e inteligencia, bien teñida con la socarronería del que viene rodado con muchas vueltas.

Sus comentaristas, que se hicieron pasar -sin problemas, pero eran algo más- por certeros críticos de arte,  le han dedicado unas frases de buena literatura. Frases que acompañan como anillo al dedo a los cuadros y a los otros inventos de su amigo Fega. Todos se esforzaron en desentrañar, de forma tan culta como atractiva, los caminos del arte, y del arte de Luis Fega en particular (aunque no siempre se detuvieron allí). Por ello, también hicieron poesía con las bases de su pintura.

Creo que se puede decir de la pintura de Luis Fega -ahora, me pareció, evolucionando hacia una más ordenada combinación de objetos, maderas, bolsas y manchas de sus colores- que gusta, que me gusta. Adivino en sus trazos, -representados en formatos grandes, con una factura que le obliga a pintar agachado sobre los lienzos para que no se desparrame ni gotee la pintura/sangre, porque es un creador exigente, meticuloso-, restos de composiciones oníricas, contornos de figuras deformadas desde el mundo de las imágenes en donde se mueven los dioses.

Luis me regaló el libro que lleva su nombre de batalla, pero salí de aquel acto con la grata impresión del que sabe que el mejor regalo de la tarde fue haber encontrado a un antiguo compañero de parecidas aventuras.

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