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El blog de Angel Arias

Al socaire. El gobierno español consigue liberar a los soldados ingleses apresados en Irán

Al socaire. El gobierno español consigue liberar a los soldados ingleses apresados en Irán

Ayer, un grupo de amigos teorizábamos, mientras escuchábamos el noticiero de una emisora de radio en la que el hijo de uno de ellos, joven periodista, había sido responsabilizado circunstancialmente de la redacción de la cadena, por ausencia vacacional de todos sus jefes, sobre la clase de noticia que podría lanzar a este prometedor profesional a la palestra de la fama.

La mañana transcurría plácida. Era Viernes Santo, y la mayor parte de los políticos occidentales disfrutaban de su ocio en sus lugares de retirada, con la mirada puesta en los móviles, pero notando con alivio el paso de los minutos. Los responsables de los periódicos, que, como es costumbre, habían decidido no editarse el Sábado, también respiraban relajados. Pero nosotros maquinábamos qué podría suceder para que nuestro protegido saltara a la palestra con un notición de los que consagran para siempre.

Descartamos, en primer lugar, por ser nosotros de natural pacífico y desconocer, además, la forma en que podría provocarse tal suceso,  el comienzo de la Tercera guerra mundial -aunque algunos seguimos convencidos de que la marcha natural de los acontecimientos nos conducirá, inexorablemente, a ello, con el tiempo. Igualmente, por razones similares, desistimos de conjurar la comisión de un atentado terrorista por cualquiera de los grupos descerebrados que andan pululando por ahí, o la simulación de un accidente de aviación de una compañía de bandera sobre cielo norteamericano.

No nos parecía probable, asímismo, pretender alguna corporeización de gentes del Másallá que llamase a los descreídos a la fe, dados los tiempos de abandono en que nos tienen los espíritus. Tampoco parecía factible que ni desde China ni desde Euskal Erría surgiesen titulares capaces de lanzar a nadie a la fama, por más que se intentaban desde tan remotos lugares por aquellos que nunca descansan.

Para no cansar, diré solamente que no fueron acogidas con respeto las posibilidades de que los amigos de los padres del novel periodista  se convirtieran en protagonistas del asalto a un Banco, o se encadenaran en los pisos altos de las muy horribles torres de la Ciudad Deportiva de Madrid. Todo se desestimó, tanto por nuestra falta de práctica como por encontrarse los unos cerrados y los otros, bien custodiados, según nos parecía a ojo de buen cubero.

Pero, en aquel brainstorming animado por un Rioja de calidad, completamos una noticia de alcance que no causaba mal a nadie. Supusimos que el gobierno español, en la persona de su Ministro de Exteriores, antes de marcharse de vacaciones, había llamado a Irán, para comunicarle al Presidente Almadineyah que debería liberar de inmediato a los 15 soldados británicos.

La razón: Estaban cumpliendo las directrices de la Resolución de las Naciones Unidas 1546 de las fuerzas multinacionales que actúan en Iraq. Para reforzar este alegato, ya con un pie en el ave que lo llevaría a Doñana, el Presidente Rodríguez Zapatero llamó por uno de sus teléfonos rojos al Presidente de Venezuela, Hugo Chavez, para que intercediera ante su amigo iraní, cerrando así el triángulo de presión sobre el seguidor de los ayatolah.

Esta y no otra había sido la razón de la liberación de los rehenes. No fue un acto premeditado, como insinuaban algunos medios, motivado por el deseo de los soldados británicos de conocer Irán y hacer algo de turismo. No importaban las razones que les hubieran llevado a inmiscuirse conscientemente en las aguas territoriales iraníes. Tampoco podría admitirse, que se tratara de una operación de alta diplomacia para estrechar, a la postre, las relaciones entre el Premier Tony Blair y el régimen iraní, utilizando el conocido aforismo de "cocinar caliente la sopa para tomársela más templada". Se intentaba con esa luz de gas desvirtuar cómo se había resuelto la crisis, gracias a las conexiones internacionales del Gobierno español.

Cuando llamamos al joven periodista con la primicia, nos contestó con absoluta frialdad, que lo que creíamos imaginado era verdad, que todo el mundo sabía que el Gobierno español había intervenido. La noticia había sido difundida hacía un par de días, aunque no se le había dado mayor importancia. Lo único que nos quedó, como satisfacción personal, fue la convicción de que, contrariamente a lo que las agencias pensaban, en la noticia imaginada, nosotros habíamos concluído que las dos llamadas habían resultado efectivas.

Nos volvimos, pues, al Rioja, y pasamos a abordar otros temas, menos trascedentes.

 

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