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El blog de Angel Arias

Al socaire: Ideas (que nadie me ha pedido) para una coalición de Gobierno en Cataluña

Comienzo expresando que soy un convencido de los valores de la tierra, y de como lo nuestro no hay nada. Defiendo a machamartillo los placeres tranquilos, cuando se trata de disfrutar sin que más tarde nos pese o haga daño en el bolsillo. Me entusiasma, en horas de asueto, andar por lo trillado, y por eso suelo reunirme, cuando pretendo descansar, con los mejores amigos o con la familia.

El colmo de mi felicidad sería pedir que nos cocine una fabada a la madre de uno de los nuestros, con productos que tengan su origen, hayan medrado, hubieran sido curados, al son de los aires de mi tierra. Fabes, las de Láneo; chorizos, los de Noreña; morcón, el de Tineo; casadielles, las de Cornellana. Defendería que el mejor agua de cocer es la de los montes del Caurío -o Cauríu-, una montaña en donde hasta hace poco vivían por estaciones los vaqueiros.

Por eso, no quiero que al leer estas líneas, se me objete que ataco los valores de las nacionalidades, ni se me venga con que soy un centralista o, peor, se diagnostique que lo que me pasa es que no creo en mis orígenes. Nada de eso. Apoyo el derecho de cada uno a defender su -ismo, y, si lo desea, hasta su muerte.

Pero con la misma fuerza, la vida me ha hecho entender que si alguien defiende una particularidad con mucho empeño, es porque o está sacando tajada, o lo pretende.
Nací de cruce de familias astur-leonesas, con un genotipo que impulsa a recorrer el mundo, tanto en el ansia de conocer lo que cuecen los demás, como por buscar la sonrisa de fortuna (en general, en este último punto,con poco éxito).

Anduve por otros andurriales desde la primera ocasión. Cumpliendo con la ley de que canto rodado no cría musgo, cada vez que volví, no encontré sitios. Los lugares de la mesa estaban ya ocupados por los que habían quedado en casa. Como yo que ya estaba acostumbrado a andar por otras tierras, siempre me abrieron la puerta para que volviera a partir. Por suerte, sabía idiomas.

Estas disquisiciones de índole bastante particular, me sirven de fundamento para analizar las elecciones de Cataluña. Porque, cuando la cosa no va de disfrutar de un buen momento con los amigos, sino de mejorar la gestión del trabajo colectivo, prefiero estar con mayorías. Cuanto más amplias, mejor. Es la fórmula de que no se desperdicien los talentos ni las ganas.

Una vez que los votantes de Cataluña han puesto de manifiesto que ninguna de las candidaturas les convenció para darle la mayoría suficiente para gobernar en solitario, extraigo las siguientes consecuencias:

1)      Los electores no han votado, y por lo tanto, los candidatos no tienen el mandato para realizar coaliciones cuya viabilidad dependa de pactos que no estaban previstos en los programas. Aunque existieran tendencias asimilables con otros partidos en posiciones de izquierda, derecha, nacionalismo o centralismo. Acudieron separados a las elecciones, y el pacto posterior sería obra de los líderes de los partidos, no de los votantes; por ello, sin respaldo popular.

2)      Un mayor número de electores se han repartido entre las opciones de dos partidos, CiU y PSC, que representan el 58% de los votos expresos. En el conjunto de ambos, está la mayoría que quieren los catalanes.

3)      El 43% de los posibles votantes han preferido no acudir a las urnas, poniendo de manifiesto, a) bien que no les interesa lo que se debatía o que, b) en orden de prioridades, había cosas más importantes que hacer el miércoles, 1 de noviembre que moverse hacia sus colegios electorales.

4)      Es un principio generalmente admitido que aquellos electores que no pertenecen a ningún partido político (también los militantes, por supuesto, aunque éstos pueden aspirar a otras compensaciones) lo que desean es que las decisiones que les afectan se tomen con criterios de eficacia, honestidad y responsabilidad.

5)      Ergo, la solución al dilema electoral en Cataluña debería ser una coalición CiU-PSC, con Artur Mas como President de la Generalitat, y con un reparto de carteras entre los representantes de ambos partidos, que fuera proporcional a los resultados obtenidos en las urnas.

La propuesta descansa en la idea de que los partidos políticos son instrumento de la democracia y elemento para potenciar la convivencia y el binestar ciudadano. No han de ser utilizados como vehículo para satisfacer apetencias personales de candidatos y partidarios, fuera del legítimo deseo de dirigir a la colectividad. 

Si creemos que la Administración pública, tanto en los puestos políticos como en los funcionariales, debe regirse por estricta vocación de servicio, hay que ser consecuente defendiendo que, una vez analizados los resultados de las elecciones, si ningún candidato o partido ha ganado en mayoría, hay que buscar el apoyo de la mayoría más amplia posible, aglutinando, hasta donde se pueda, y en torno al candidato más votado, los partidos mayoritarios.

Al fin y al cabo, yo no encuentro que los programas sean tan diferentes, y lo que vengo observando es que el tono de campaña -o cuando hay publicidad en los media- es muy distinto del talante real que, tras bambalinas, acostumbran a usar entre ellos los candidatos.

 

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