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El blog de Angel Arias

Al pairo: ¡Cuánto cuesta nacer y morir!

En las tertulias que desde hace varios años venimos sosteniendo en el restaurante AlNorte, hay un tema que no me he atrevido a proponer, aunque lo hemos rondado un par de veces: La muerte. En nuestra sociedad, está muy claro que hay algunos temás tabú, y que andamos sobre ellos de puntillas. Este, que es tan principal (innecesario recurrir al tópico de que la nuestra se alimenta de nosotros), ha sido arrumbado en nuestra cultura a un lugar marginal. Vivimos para el placer, y la enfermedad y la muerte nos molestan. Tenemos que estar sanos.

Hace unos días, mientras disfrutábamos en estupenda compañía de una carne a la brasa de vacuno serrano (y después de que el anfitrión nos explicara que hay que pedir el lomo alto al carnicero, a despecho de recortar bastante el género), reconocíamos varios de los habituales contertulios que el asunto había que abordarlo. Llegamos a la conclusión de que, para no asustar al personal, habría que darle otro nombre a la tertulia. ¿Final de la vida, tal vez? ¿Tránsito, Tanatos?.

Hay dos hechos que son consustanciales al ser: el nacimiento y la vida, y a ambos los estamos rodeando de misterio. Lo que significa, y ahí voy, que alguien los ha convertido en buen negocio. Porque donde hay misterio, hay tela.

Me surge este poco habitual pensamiento como consecuencia de un artículo de Rosa Montero, "El desastre de parir" (El Pais Semanal, 13 de agosto de 2006), que toma bríos de un libro escrito por Isabel Fernández del Castillo, "La revolución del nacimiento".  La idea que allí se expresa es que en España se ha convertido el hecho natural de parir, dirigido naturalmente por la hormona oxitocina, en todo un trauma para la parturienta y el nacido: potro obstétrico, epidural, ambiente quirúrgico con casi habitual episiotomía, epidural, gotero... Nadie pare en casa.

Nacer cuesta hoy mucho dinero, para beneficio de un floreciente negocio en el que la medicina recreativa con la que algunos facultativos hacen su agosto toma asiento, haciendo de lo natural un templo del misterio... No tengo ni qué decir que en muchas de esas clínicas de maternidad, previstas más como hotel que otra cosa, cuando surge la menor complicación hay que llamar a una ambulancia para que se lleve a la madre o al neonato, a ritmo de ululante sirena, al Hospital público más cercano, en donde disponen de otros medios.

El negocio empieza a organizarse mucho antes, en realidad. Surge ya incluso antes de la concepción de la criatura. Cualquiera con la mínima curiosidad puede advertir cómo proliferan las clínicas para fertilización in vitro. Los anuncios que pretenden estimular, sobre todo, a las donantes de óvulos no admiten desperdicio: se buscan jóvenes universitarias, de talante desprendido, que para ayudarse en sus estudios o permitirse algún capricho, donen algunos óvulos que, una vez fertilizados en probeta con semen del varón de la pareja deseosa de paternidad, traerán la alegría -si todo sale bien- a la casa de los estériles, quizá bajo la forma de trillizos.

También, si el estéril es él, las clínicas a las que me refiere proporcionan la cesión de semen juvenil, con buen pedigrí aunque obligadamente anónimo, para inseminar a la futura madre esperanzada. Aunque la Ley prohibe pagar por los servicios a los donantes, se ha inventado la fórmula de compensar "el daño y las molestias causadas", recompensando con 3.000 o 4.000 euros a las estudiantes (y algo menos a ellos, que el riesgo es menor en estos casos) 

No tengo qué decir que la técnica está más que probada desde la amplia experiencia veterinaria. Por eso, algunas clínicas de postín cuentan entre sus expertos a diplomados veterinarios, que saben mejor de qué va la cosa. Era yo un niño, y ya andábamos en Asturias mejorando la raza de las frisonas con semen de sementales norteamericanos de los que se conocía a los abuelos y por los que se garantizaba hijas con magnífica producción de leche.

Desde el reconocimiento más completo hacia la medicina que nos cura, hacia el buen médico, creo que habría que desmitificar de una vez esa escasa ciencia médica que hace negocio de lo natural. Ni partos rodeados de teatro, ni alimento comercial a una obsesión moderna por tener hijos como sea, incluso a destiempo o contrariando a natura. Pero, sobre todo, no hagamos negocio de lo que es, sin más, un proceso simple, con escasa o nula innovación, con poca técnica.

Vivir y morir merecen, en mi opinión, todo el respeto.

2 comentarios

Administrador del blog -

Tu comentario resulta una excelente segunda parte al mío. En nuestra sociedad estamos dispuestos a pagar -y mucho dinero- porque la naturaleza siga su curso. Alimentamos el bolsillo de profesionales que nos atiborran de placebos y palabros, intranquilizando primero nuestro ánimo y capitalizando después, como propios, los resultados de la naturaleza.

Esta parafernalia desaprensiva, amparada a veces en títulos universitarios, no debe enmascarar el trabajo serio, la dedicación responsable, de (supongo) la mayoría de los profesionales. Pero duele. Sobre todo, porque no tenemos argumentos, ya que rentabilizan nuestra ignorancia, nuestro permanente temor a estar enfermos, nuestro propósito obsesivo de que nuestros hijos obtengan toda la perfección posible. Así se mezcla un universo fatuo de colesteroles, triglicéridos, espasmos, dietas, anabolizantes, pastillas para la ansiedad, etc., etc., en el que el ordenador central del despilfarro es nuestro temor a enfermar, a morir, a ser humanos.

Luis -

Recuerdo a mis abuelos obsesionados, no por la muerte en sí misma, sino de poder dar cobertura, en caso de que desgraciadamente se diera, a los gastos derivados del morirse. Siendo más explícitos, recuerdo que una de sus mayores preocupaciones era el estar al corriente de pago de las cuotas del Santo Entierro ...

Recuerdo igualmente de mi niñez la solución infalible para la cura de las enfermedades mediante la ingestión troceada de un “pastillazo” de la farmacia que mi madre denominada “militar”. El ir al médico resultaba un acontecimiento excepcional acrecentado con toda seguridad por esperar las colas del médico de cabecera de la seguridad social ...

Y ahora me encuentro con las enfermedades de mis hijos. Son niños sanos y fuertes, sonrientes, juguetones y con un gran apetito. Al menos eso diría cualquiera que les viera. Sin embargo, al mayor, que tiene ahora casi siete años, le detectaron, cuando tenía cinco, una ligera desviación de la columna vertebral. “Mira, mira, ves que está torcida ...” decía el traumatólogo ante mi contemplación atónita del sesgo que era incapaz de detectar. Hace unos días, el mismo traumatólogo, se jactaba orgulloso ante una nueva radiografía: “Qué buen trabajo hemos hecho, ya no hay desviación...!”. En mi fuero interno, si comparo las dos radiografías me parecen calcadas. El importe total de la milagrosa curación incluyendo traumatólogos, fisioterapeutas, radiografías, rehabilitación, ha superado los 6.000 euros

A mi hija de tres años, ese mismo traumatólogo le ha descubierto un “geno valgo”. Como consecuencia de ello, le ha prescrito toda una serie de medidas correctoras para corregirlo. Alarmado por el vocablo, investigué en internet el problema y parece ser que el tiempo mitiga este tipo de dolencia. No obstante, por la máxima aquella de que “por nuestros hijos lo que sea”, seguiremos las prescripciones médicas al pie de la letra, con lo que tendremos que tener seguir teniendo abierta la partida dedicada a traumatólogos y afines en nuestro presupuesto.

Y todo ello para ilustrar con ironía que esto de la sanidad privada está muy bien, pero uno, que vitalmente se siente sano, pone velas al altísimo para pedir que no le duela el dedo pulgar del pie izquierdo porque seguramente, si el dolor tarda en remitir y tiene que ir al médico, sucederá que esté afectado de una enfermedad desconocida que hace necesaria una mayor investigación antes de su diagnóstico definitivo, cuando en realidad se trata de un simple sabañón provocado por el frío del último fin de semana en la sierra... Por todo ello, la inquietud de nuestros abuelos por estar al corriente de pago de las cuotas del Santo Entierro se ha transformado en la preocupación por estar al corriente de pago de las cuotas del Sanitas de turno.

Y es que, querido Angel, en nuestros días cuesta mucho nacer y morir, pero es casi tan caro vivir ... sano.