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El blog de Angel Arias

A sotavento: Casas de ensueño en Madrid y litigios que no dejan dormir

Madrid es una generadora pródiga de litigios de vecindad. Primero, por su tamaño; después, por su carácter. Aquí la costumbre es tomarse las cosas por la mano, dar la primera lanzada, apoyarse en la idea del que no corre, vuela.

¿Quién no ha tenido, tiene o tendrá, problemas con el vecino?. Las comunidades de propietarios son fuente inestimable de alimento para muchas familias de abogados. Aunque las Leyes de la Propiedad Horizontal y las Ordenanzas de Edificación solo se estudian en un par de semanas, sirven de ejercicio profesional toda una vida. Está el vecino moroso, el administrador descuidado que cobra dos veces la misma factura, los quórum de mayorías imperfectas para decisiones fundamentales, los avisos irregulares para convocatorias de junta de propietarios...

Hermanos mayores de quienes cometen esos pecados veniales son quienes abren un hueco en el forjado y se hacen un ascensor o un duplex para dar más valor a un piso, o los que amplían el salón cerrando la terraza,  o los que rajan el tejado, cortando de paso la salida de humos de los pisos bajos. Están también los que hacen ruido, los que ensucian de más, los comercios sin licencia de apertura, las clínicas de maternidad que vierten basura sanitaria en el cubo doméstico, los que usan la plaza de garaje como trastero, los que se olvidan cada cuatro de cerrar el grifo, los groseros... Toda una fauna que crece, se desarrolla y generalmente, tiene frutos, a costa de la paciencia, la ingenuidad o el desconocimiento del vecino.

Tengo un amigo que compró un apartamento en el Madrid antiguo, en una de esas casas que quedan por la capital que tienen aún carácter, fundamentalmente, el rasgo que les da su existencia centenaria. La casa estaba completamente rehabilitada, decía la propaganda de la inmobiliaria, y los materiales eran, claro, de primera calidad. Para mi amigo fue amor a primera vista. La fachada, recién pintada de colorines para resaltar los adornos bajo los falsos balcones, le recordaba incluso a una casa de su pueblo. El rótulo del local comercial ténía las letras esmaltadas. Un encanto.

Hizo la mudanza rápidamente y se instaló lleno de ilusión en lo que nos repetía, era su vivienda soñada. El fin de semana celebró una fiesta que preparó cuidadosamente. Encargó incluso los canapés a una empresa de cattering. No quería que faltara nada para conmemorar su gran fortuna.

No fui yo el primero que descubrió la grieta. Fue Lara, su novia. Cuando estábamos sentados en el sofá del salón, ella miró al frente y lanzó un grito que nos alarmó. Pensamos que le había dado un ataque. La grieta (la primera grieta, debo decir) estaba ya allí, desafiante. Mi amigo no quiso que la fiesta se estropeara: "Debe ser una simple fisura de asentamiento. La casa está totalmente rehabilitada."

Voy a ahorrar los detalles. Desde hace un año, mi amigo ha desmejorado mucho. Lara no quiso vivir en aquella casa, porque temía que se desplomara cualquier día. Dejaron su noviazgo. El es un batallador, un empecinado, pero comprendió que debía concentrar sus energías en salir de aquel embrollo y no estaba para bromas. Cada día descubría una nueva grieta, un agujero, oía ruidos y crujidos por las noches.

Las quejas al promotor, el descubrimiento de que la tal rehabilitación no había tenido lugar, la sorpresa de que la casa no contaba con permiso de habitabilidad, la aparición de nuevas y más profundas grietas, le quitaron mucho sueño y todo su humor. Cambió el carácter.

Mi amigo quiere salirse de la pesadilla, pero no puede. Ha colocado el asunto en manos de abogados, y ha tenido que hacerse cargo, junto al resto de los propietarios de la casa en estado ruinógeno, del pago a otro arquitecto para un nuevo proyecto de rehabilitación, que está desarrollando un nuevo constructor que, cada vez que mueve una pared o levanta un enlucido, descubre una viga carcomida o un hueco por donde tenían que pasar, al parecer,  forjados, zunchos o viguetas.

Bendito sea este país, amigo Sancho, en el que los antiguos cuentos de gitanos que pintaban al burro de marrón para venderlo como caballo, tienen más enjundia, y los prestos a engañar, cuentan con muchos más medios y el apoyo de profesionales de la regla de cálculo o de la pluma estiográfica. También los incautos deben ser algo más listos, y por eso, los que los estafan mejoran cada día sus procedimientos, y además de dar una lanzada, cuando el ofendido se revuelve, le clavan otra más honda.

Cuando me amigo le planteó al promotor que le había estafado, obtuvo una respuesta que le escoció en el alma: "Usted ha comprado un cuerpo cierto, así que sabía perfectamente lo que había. Además, si usted quería una vivienda de primera, ¿cree que iba a poder comprarla al precio de ganga que pagó?". 

Mi amigo es de los que no se dejan avasallar tan fácilmente. No cejará hasta que le devuelvan lo que pagó de más y le resarzan por los días en que no pudo disfrutar al completo de su frustrada vivienda deal. Tomará su tiempo, pero está seguro que ganará el litigio. Lo único que nadie podrá devolverle es la ilusión perdida por vivir en el centro de Madrid, en una casa antigüa. Salvo que le garanticen ante notario que le han cambiado todo, hasta las manijas de las puertas. 

Lo que no se esperaba mi amigo es que la promotora le denunciara a él también por daños y perjuicios, y le lanzara una demanda pidiéndole varios miles de euros por lucro cesante. La demanda no tiene pies ni cabeza, pero héte aquí que ahora el propietario apaleado tiene que defenderse también de que no le vuelvan a dar en él coco, cuando esperaba ser solo un afectado.  Ahora es también demandado, y en alta cuantía, por lo que su abogado aprovechó para espetarle, que según los baremos del Colegio profesional, es la cuantía de la demanda la que manda como orientadora de los honorarios, así que le pidió una provisión de fondos de aquí no te menees.

Madrid, ciudad también de pleitos y de pequeños canallas, que se mezclan bulliciosos y aviesoscon ciudadanos de buenas intenciones que, deseando solo vivir tranquilamente, no saben que su papel es convertirtse en víctimas propiciatorias. Esa cualidad insospechada hace de Madrid (¿es solo esta ciudad, o es mal de España?) en Tierra prometida para algunos abogados y arquitectos y otros hombres de carrera, que olvidando por lo que parece que la primera labor del buen profesional es orientar, aconsejan al cliente pleitear, llevan a sus Colegios a visar proyectos que no tienen pies ni cabeza, a despecho del sentido común, saltándose a la torera el fumus boni iuris,  y la deontología que, por supuesto, no es solo cosa de galenos, aunque no les sea de aplicación el juramento de Hipócrates.

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